ISSN 2709-9164

https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.228

Vol. 5(10) 2024

 

 

Inicio e interrupción de la psicología social en el Perú (1960-1970)

 

Beginning and interruption of social psychology in Peru (1960-1970)

 

Arturo Orbegoso-Galarza¹

 


 

 

 

 


 

Citar como: Orbegoso-Galarza, A. (2024). Inicio e interrupción de la psicología social en el Perú (1960-1970). Revista Educación y Sociedad, 5(10), 24-32. https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.228

Artículo recibido: 7-10-2024

Artículo aprobado: 5-12-2024

Arbitrado por pares

Resumen

Este escrito reseña algunos estudios sobre campesinos peruanos hechos durante la agitada década de 1960. En tales trabajos interdisciplinarios concurrieron antropólogos, sociólogos y psicólogos. Se exploró actitudes, características de personalidad y síntomas de estrés. Estas investigaciones fueron promovidas por la Universidad de Cornell (EEUU) y financiadas por fundaciones estadounidenses cuyo objetivo, apoyado por su gobierno, apuntaba a frenar la influencia de la ideología de izquierda entre la población rural sudamericana. También se discute la nula trascendencia de estas exploraciones, metodológicamente inobjetables, para la psicología académica de la época.

Palabras clave: actitudes, personalidad, estrés, campesinos

Abstract

This paper reviews some studies on Peruvian peasants carried out during the turbulent decade of the 1960s. These interdisciplinary works involved anthropologists, sociologists and psychologists. Attitudes, personality characteristics and symptoms of stress were explored. These investigations were promoted by Cornell University (USA) and financed by American foundations whose objective, supported by their government, was to curb the influence of left-wing ideology among the rural population of South America. The little significance of these explorations for Peruvian psychology is also discussed.

Key words:  attitudes, personality, stress, peasants


1 Docente Universitario, Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Universidad Privada del Norte. aorbegosog@yahoo.es         https://orcid.org/0000-0003-1805-8916

 

 

 

 

 
Introducción

Se acepta habitualmente que la psicología social tardó en aparecer e iniciar investigaciones en el Perú. Este rezago contrasta con el desarrollo de las especialidades clínica y educativa (Alarcón et al., 1976; Lazo y Zanolo, 1996). También difiere del progreso de otras ciencias sociales cuyos antecedentes se remontan a la primera mitad del siglo XX (Henriquez y Cánepa, 2023). Un balance de la psicología social peruana contenido en Alarcón (2017) señala su despegue recién en los años 70 con estudios sobre actitudes políticas.

La agitación y la polarización en dicho período fueron producto de una serie de cambios que la sociedad peruana fue acumulando por décadas (industrialización, migración a las ciudades, urbanización, alfabetización y emergencia de sectores medios). A esto se sumó una dictadura militar de corte nasserista cuyas reformas lograron un amplio respaldo. Lejos de reprimir las manifestaciones masivas, en su primera etapa (1968-1975) este gobierno de facto impulsó la movilización social y política, aunque no partidaria, con miras a asegurarse e institucionalizar el apoyo popular. Asimismo, desde antes del retorno a la democracia (1980) se reavivó el debate político.

Pese a lo anterior, este escrito presenta evidencia de algunos estudios en psicología social hechos en el Perú durante la peculiar coyuntura de los años 60, que fueron obra de investigadores extranjeros y con muestras de pobladores rurales. Según diversas fuentes, el espíritu que animó estas investigaciones fue el de la Guerra Fría. En otras palabras, el trabajo de campo de los científicos sociales de la época apuntó a morigerar el ascendiente del comunismo en el Cono Sur (Bolton et al., 2010; Golte, 2014; Henriquez y Cánepa, 2023).

Antes de iniciar esta exposición cabe hacer una salvedad. Antes de la época analizada se publicaron investigaciones sobre actitudes, algunas de ellas abarcaron la personalidad de pobladores mestizos desde el enfoque de la psiquiatría social (Caravedo et al., 1963; Pinilla, 1956; Seguín, 1962). Los estudios que aquí se analizan fueron promovidos y ejecutados exclusivamente por antropólogos, sociólogos y psicólogos.

El Proyecto Perú-Cornell

Durante los años 40 se institucionaliza en el Perú el estudio de la cuestión indígena. Sus impulsos centrales fueron la gestión como ministro de educación del historiador y antropólogo Luis Valcárcel (1891-1987) y la creación del Instituto de Etnología y Arqueología dentro de la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos, el mismo que se convertiría luego en Escuela de Antropología. El contacto e intercambio entre docentes locales y sobre todo norteamericanos dio pie a iniciativas de investigación conjunta (Bolton et al., 2010; Henriquez y Cánepa, 2023). En efecto, en 1952 se firmó un acuerdo entre el Instituto de Etnología de San Marcos y la Escuela de Relaciones Industriales y del Trabajo de la Universidad de Cornell (EEUU) para realizar un estudio coordinado de varios años sobre la comunidad de Vicos, región Ancash, a 433 km. al norte de Lima (Sandoval, 2024; Stein, 2000). El Proyecto Perú-Cornell (PPC):

se propuso implementar la “intervención participante en el campo” en la idea de conseguir estudios del tipo experimental, que pudiesen medir, de manera cualitativa, la aceptación y rechazo de los campesinos a ciertas innovaciones tecnológicas y políticas, como se venía realizando en otras zonas rurales del mundo. (Sandoval, 2024, p. 115)

Este convenio buscó explorar la recepción de los comuneros de una serie de transformaciones que venían sucediéndose: continuo desplazamiento de campesinos a las ciudades o a otras zonas rurales, inicios de reforma agraria, autonomía económica de las comunidades, multiplicación de las escuelas e introducción de tecnología en provecho de la producción agrícola (Sandoval, 2024).

La experiencia de Vicos, se decía, estaba dirigida a transformar las condiciones de vida imperantes propiciando así el tránsito de sus habitantes de la feudalidad a la economía moderna, esto es, lograr una cooperativa de productores (Whyte y Williams, 1968). El objetivo de fondo, sin embargo, consistió en conducir a los campesinos hacia una dirección pacífica y aceptable, diferente tanto de la radical reforma agraria boliviana de entonces, como del colectivismo que impuso la Revolución China. En otros términos, para el gobierno y la élite estadounidenses era imperativo detener el auge del comunismo en regiones mayoritariamente agrarias (Bolton et al., 2010).

Para lograr su objetivo, la Universidad de Cornell y fundaciones estadounidenses conservadoras costearon por varios años el alquiler que el gobierno peruano exigía a los campesinos por el uso de las tierras que ocupaban. Posteriormente, en 1962, los comuneros vicosinos, con recursos generados durante la vigencia del Proyecto, adquirieron las tierras que durante años habían arrendado, pasando de la condición de cuasi siervos a la de propietarios (Sandoval, 2024).

Los académicos responsables de la investigación, peruanos y estadounidenses, eran en su mayoría antropólogos y sociólogos. De ahí que sus estrategias de recolección de información fueran la investigación participante, la entrevista y la encuesta. Testimonios de la época afirman que también se valieron de intérpretes y de cuestionarios traducidos al quechua (Golte, 2014).

La dominación y sus mecanismos

En 1960, como lo recogen historiadores e indicadores de la época, la sociedad peruana era una de las más desiguales del continente. Su carácter oligárquico lo evidenciaba una generalizada e injusta distribución de la riqueza que se acentuaba en el campo. En concreto, una minoría concentraba la mayor parte de las tierras cultivables. La forma imperante de gran propiedad o latifundio por entonces era la hacienda, cuyos orígenes se remontaban al siglo XIX (Klarén, 2004). Por ello, la población campesina, principalmente de origen quechua y aimara, no mejoró sus condiciones de vida durante la república.

Esta masa de pobres rurales, falsamente pintada por las estadísticas como unificada y cohesiva, estaba, por el contrario, sumamente fragmentada; se encontraba dispersa por el campo, viviendo en haciendas, aldeas y comunidades, o independientemente como agricultores de subsistencia. (…) Lo que les mantuvo fragmentados y atomizados a lo largo del tiempo fue un proceso de dominación social basado en una serie de relaciones jerárquicas verticales con los hacendados locales (los gamonales), quienes ejercían su influencia, poder y autoridad fundamentalmente a través de mecanismos tradicionales como el paternalismo y el clientelismo. (Klarén, 2004, p. 394)

A dicha dispersión o atomización de los sectores populares, que complotaba a favor de su subordinación, la sociología peruana la denominó “el triángulo sin base” (Matos et al., 1969). Esto es, una pirámide social en donde los privilegiados se valían de diversos mecanismos para imponer su supremacía y mantener a la mayoría fragmentada.

Otra idea que las ciencias sociales peruanas adoptaron por entonces fue la llamada “teoría del bien limitado” del antropólogo estadounidense George Foster (1913-2006). De acuerdo a esta teoría, los integrantes de sociedades altamente estratificadas y marcadamente desiguales asumen que los medios y las oportunidades son escasos; en consecuencia, se difunden el individualismo, el arribismo y el egoísmo (Delgado, 1971; Foster, 1965).

Estas nociones procedentes de la sociología y la antropología sirvieron de fundamento para los primeros estudios psicosociales en muestras de población rural. A ellas se sumaron la teoría de la personalidad autoritaria, entre otras, como se verá a continuación.

Cambios en la sociedad rural

En 1964, dos años antes de concluir los estudios en Vicos, surgió otro proyecto entre investigadores norteamericanos y peruanos. Esta vez la representación local recayó en el recién fundado Instituto de Estudios Peruanos (IEP), entre cuyos integrantes había docentes sanmarquinos de antropología. Y la contraparte siguió siendo la Escuela de Relaciones Industriales y del Trabajo de la Universidad de Cornell (Matos y Whyte, 1966).

En este segundo acuerdo tendrán un rol sobresaliente dos docentes estadounidenses que ya colaboraban en el proyecto Vicos: William F. Whyte (1914-2000) y Lawrence K. Williams (1930-2005). El primero, fue un sociólogo muy conocido por su libro La sociedad de las esquinas (Whyte, 1971), con numerosas ediciones y traducciones, que se convirtió en un modelo de etnografía urbana. El psicólogo Williams, fue profesor de comportamiento y cambio organizacional hasta su retiro. En aquel momento de los años 60, sirvió de valioso enlace con fundaciones norteamericanas (Golte, 2014). Ambos, Whyte y Williams, durante su larga carrera, aportaron una serie de investigaciones sobre actitudes hacia el trabajo, comprendiendo en algunas de ellas a muestras peruanas (Golte, 2014; León, 1976; Matos y Whyte, 1966).

El nuevo plan abarcó otras regiones.

El estudio se basa en la consideración de cuatro áreas diferenciadas social y culturalmente [Lima, La Libertad, Junín y Cusco] y en ellas de 27 establecimientos (haciendas, comunidades de indígenas y pueblos) con distinto grado de "modernización". El estudio supone un trabajo complementario de antropó1ogos y sociólogos en el que se procura integrar técnicas como la de la observación participante con la de los cuestionarios a fin de lograr explicaciones estructurales y normativas de las conductas observadas. (Instituto de Estudios Peruanos, 1968, p. 4)

Un factor que contribuyó a la elección de esas regiones fue la existencia de una universidad pública en cada una de ellas. Ello permitió que la reunión de información fuera dirigida por docentes investigadores residentes en cada zona. Más de 100 estudiantes colaboraron en la reunión de información (Golte, 2014). Se buscó caracterizar, entre otras, actitudes como el prejuicio, el fatalismo y la confianza interpersonal (Matos y Whyte, 1966).

En su informe preliminar, Matos y Whyte (1966) puntualizan que el proyecto buscó 1) integrar por primera vez en el país los métodos de investigación de la antropología social, la sociología y la psicología social; 2) propiciar así el desarrollo de las ciencias sociales; 3) el intercambio entre investigadores locales y extranjeros y 4) potenciar a las universidades participantes, tanto en la enseñanza como en la investigación (Matos y Whyte, 1966).

Estrés y cambio

En 1967 se publica un avance de investigación en formato de artículo (Kellert et al., 1967). Dicho texto sintetiza un estudio sobre el estrés en pobladores rurales. Se aplicó encuestas y entrevistas en los valles de Chancay (Lima) y del Mantaro (Junín), en Arequipa y Cusco. De aldeas con menos de 3 mil habitantes se reunió una muestra total de 2353 informantes. En todos los casos se extrajo un 10% de cada centro poblado. Para colectar los síntomas físicos y psicosomáticos (trastornos del sueño, estomacales, sudores fríos y otros) se confeccionó un instrumento basado en otros creados en Estados Unidos (Kellert et al., 1967).

Entre los hallazgos informados está una correspondencia entre la buena salud mental y el estatus de los mejor ubicados en la escala social. Igualmente, el estrés es más acusado en mujeres y en varones de mayor edad. De los hombres en general, los solteros o sin pareja manifestaron menor propensión al nerviosismo. Por su parte, los viudos, separados y divorciados evidenciaron elevada tensión psicológica. Además, la menor educación se correspondió con mayor estrés. Lo mismo puede decirse de la falta de integración en grupos sociales: quienes puntuaron alto en tensión no pertenecían a ningún club o asociación. Asimismo, los orientados hacia el futuro mostraron más bajos niveles de estrés. A la inversa, los fatalistas o sin expectativas positivas resultaron más estresados (Kellert et al., 1967).

Un dato que los investigadores enfatizan es la generalizada desconfianza de la mayoría de los informantes. Aún más, la desconfianza no tenía paralelo con ningún problema de salud mental. En consecuencia, estaría normalizada en la sociedad peruana. De otro lado, pobladores de la costa percibían mayor envidia que sus pares de la sierra. Y quienes decían experimentar poca o ninguna envidia arrojaban baja tensión. Por último, quienes puntuaron bajo en estrés eran también más proclives a los cambios, al optimismo y a una mayor fe en las instituciones (Kellert et al., 1967).

Los autores apuntan que:

Por hallarse en proceso de desintegración el mundo tradicional con el que están familiarizados los aldeanos, se prevé que quiénes de entre ellos continúen orientados hacia ese mundo, han de sufrir tensiones psicológicas mucho más agudas que los que abandonen lo tradicional para enfrentarse resueltamente al mundo en marcha. (Kellert et al., 1967, p. 41)

En otro documento (Whyte y Williams, 1968) derivado del mismo proyecto, los investigadores reconocen la complejidad de buscar encausar la conducta de los campesinos hacia el cambio. Su secular pobreza había fortalecido sus inveterados escepticismo y desmotivación.

En comunidades como las de nuestro estudio, el mantenerse vivo constituye ya de por sí un reto, por lo que es improbable que los campesinos busquen desafíos mayores. Por lo tanto, parecería razonable predecir que en las comunidades campesinas existe poco compromiso con un objetivo dado, a menos que las probabilidades percibidas [de conseguirlo] sean de un 100%. (…) De concentrar los agentes del cambio sus comunicaciones con los campesinos a los altos valores del objetivo por ser logrado, tales esfuerzos solo podrán quizás persuadirlos de que tienen muy escasas probabilidades de alcanzar dicho objetivo. (Whyte y Williams, 1968, pp. 46-47).

Por ello, concluyen que la motivación hacia objetivos de gran calado debía formarse a partir del logro de actividades con dificultad gradual y con beneficios de valor ascendente y tangible (Whyte y Williams, 1968).

Dominación y personalidad

En 1969, tras cinco años de trabajo, apareció el libro Dominación y cambios en el Perú rural: la micro-región del valle de Chancay (Matos et al., 1969) que buscó interpretar los hallazgos del segundo proyecto. En uno de sus capítulos el psicólogo Lawrence Williams (1969) parte sosteniendo que habría una correspondencia o correlación entre las características de la estructura social y la configuración de la personalidad de quienes la integran. O sea, el entorno y la personalidad de las personas corren en paralelo y se retroalimentan.

Williams prosigue clasificando al medio rural peruano como uno de escasez para la mayoría de sus componentes. Se trataba de carencias no solo materiales, también emocionales. La escasez nacida de la dominación de una minoría introduce en los subordinados la convicción de que todo esfuerzo de cambio es infructuoso y que su misma existencia depende del capricho de la autoridad, es decir, de quien administra los bienes limitados. Ello induce a los individuos a buscar pactos o acuerdos con el poder, pero de modo separado, no en conjunto (Williams, 1969).

Otra característica que Williams (1969) atribuye a los campesinos del estudio es el pensamiento binario, aquel que divide a las personas en buenas y malas, amigas o enemigas, confiables o peligrosas. Agrega que un contexto autoritario alimenta los estereotipos, la intolerancia, la ansiedad, la subestimación personal y la superstición. Otro elemento es la falta de expectativa hacia el futuro, dada la imposibilidad de controlarlo. Ello conduce a prestar atención únicamente al presente, lo que la literatura especializada denominaba fatalismo.

La ambición de poder es también mencionada por Williams (1969). Según dice, en contextos autoritarios las personas buscan subordinarse a quien provee los recursos. De esta manera, aspiran a recibir cierta delegación de poder y a emular la arbitrariedad al dispensar los recursos escasos. La responsabilidad y la ética son excluidas de este proceder.

En el capítulo titulado Pluralismo, dominación y personalidad el sociólogo Alberti y el antropólogo Fuenzalida (1969) precisan que los rasgos tradicionalmente atribuidos a los campesinos como fatalismo, conformismo y otros no serían inherentes a estos; por el contrario, responderían a las seculares condiciones de opresión y marginación que han padecido.

Esto confirmaría nuestra expectativa de que a medida que se abran nuevas alternativas y se presenten oportunidades de participación en decisiones que afecten a la vida del grupo en sectores importantes, las orientaciones fatalistas tienden a ser sustituidas por otras de tendencia más activa. (Alberti y Fuenzalida, 1969, p. 313)

Y esto les permite trazar una diferencia de actitudes entre campesinos adscritos a haciendas y los integrantes de comunidades. En concreto, en contextos de dominación prevalecen relaciones negativas. Lo opuesto ocurre en ambientes participativos. Específicamente, sobre solidaridad e individualismo sostienen que “el nivel de colaboración en beneficio público alcanzado por las comunidades es notablemente superior al que logran las haciendas y las agrupaciones de pequeños propietarios” (Alberti y Fuenzalida, 1969, p. 315).

Los mismos autores concluyen que el autoritarismo imperante en las unidades sociales examinadas no es uniforme y se distribuye en grados correspondientes a disposiciones de personalidad que van desde el individualismo, predominante en las haciendas, hasta la participación, más visible en las comunidades (Alberti y Fuenzalida, 1969).

Hacia un balance

Los estudios referidos fueron posibles gracias al valor que cobraron las ciencias sociales en medio de las transformaciones que afectaban a la población rural peruana. El interés por lo psicosocial fue alimentado desde el exterior por investigadores y fundaciones estadounidenses que buscaron así conocer y moderar el descontento de los campesinos sudamericanos en una coyuntura signada por reclamos de reforma agraria, por los ecos de la revolución cubana y por el auge de la izquierda (Bolton et al., 2010; Sandoval, 2024).

En cuanto a las muestras de población campesina, salvo algunos estudios de psiquiatría social (Caravedo et al., 1963; Seguín, 1962), no había antecedentes de entrevistas y encuestas aplicadas a grandes grupos (Lazo y Zanolo, 1996; Whyte y Williams, 1968). Cabe decir lo mismo de los temas analizados: hasta antes de los estudios en Chancay y las otras localidades, las actitudes, los rasgos individuales y la tensión psicológica fueron abordados principalmente por psiquiatras.

De lo anterior se desprende el principal mérito de las investigaciones analizadas. La demostración empírica de una serie de características psicológicas y sus correlaciones dignas de atención por aquel entonces: prejuicios, envidia, fatalismo, desmotivación, egoísmo y síntomas orgánicos. Al haber examinado a muestras geográficamente separadas, las constancias en los hallazgos fueron atribuidas a determinantes inherentes y transversales de la estructura social peruana. 

Las dificultades de la psicología social peruana

Es tiempo de intentar responder algunas preguntas que emergen del conjunto de investigaciones recién resumidas. ¿Cómo se explica que tales trabajos no hayan impulsado otros entre psicólogos peruanos? ¿Qué impidió que estos profundizaran en los temas explorados por los profesores de Cornell? ¿Por qué no hay evidencia de estudios similares efectuados por psicólogos de la Universidad de San Marcos en los años 60?

En dos valoraciones de la psicología social peruana, con 30 años de distancia, León (1986) y Alarcón (2017) coinciden en que las limitadas investigaciones en este ámbito se deberían al poco interés y a la falta de formación especializada de los psicólogos de su país. León (1986) agrega, asimismo, que las exigencias planteadas por todo estudio social experimental también han complicado su realización. De otra parte, las indagaciones y la reflexión en torno al pensamiento y la conducta sociales en el Perú han sido ganadas por la sociología y la antropología (Henriquez y Cánepa, 2023).

Además, debe recordarse que hasta los años 80 inclusive los psiquiatras eran presencia dominante como catedráticos en las facultades de psicología. Este predominio habría sesgado la formación e intereses de los jóvenes psicólogos (Alarcón, 2017; Ponce, 2020). En concreto, se privilegió lo clínico, lo psicopatológico y lo educativo, desatendiéndose ámbitos como el social (Alarcón, 2017). Asimismo, la primacía del psicoanálisis clínico en la carrera de psicología habría contribuido también a soslayar los estudios sociales. Esto cambió recién a comienzos de los años 70, al adoptarse planes de estudio que favorecían el enfoque objetivo (Alarcón, 2017).  En consecuencia, habría imperado una inclinación de la psicología peruana hacia lo especulativo. Es decir, hasta antes de esa fecha fue una psicología tendiente hacia lo discursivo, intuitivo y subjetivo y, por ello, poco dada a la búsqueda y presentación formal de resultados de investigación empírica compleja (León, 1986; Lerner, 1991).

Debe sumarse otro elemento que afectó la formación en ciencias sociales en el Perú entre los años 60 y los 80. La mayoritaria y dogmática acogida del marxismo en las universidades perjudicó el desarrollo de estas disciplinas (Orbegoso, 2022). Así, los modelos teóricos y la bibliografía estadounidenses eran vistos con desconfianza y hasta satanizados por contener un discurso calificado de burgués y proimperialista. Un testimonio revela que, a mediados de los 60, docentes y estudiantes maoístas destruyeron información recogida en trabajos de campo que se hallaba en la Universidad de San Marcos (Golte, 2014).

Adicionalmente, en la medida en que la psicología social peruana, como la latinoamericana, buscó alejarse de modelos extranjeros, paralelamente se vinculó con los sectores populares como parte de su identificación con el pensamiento de izquierda y con un anhelado cambio social (Quiroz, 2011). De ahí que el campo que tradicionalmente ha sustituido las investigaciones en psicología social haya sido la psicología comunitaria.

En efecto, la sociedad peruana arrastraba, en los 70, problemas agobiantes para amplios sectores de su población. Las principales ciudades padecieron un crecimiento explosivo visible en extensas zonas periféricas habitadas por migrados del campo y que pugnaban por empleo, vivienda y servicios indispensables. El gobierno militar de ese tiempo promovió el reconocimiento legal de dichos asentamientos. Por ello, durante el quinquenio 1970-1975 se orientó a un sector de los psicólogos profesionales y en formación hacia el trabajo comunitario. Se esperaba una psicología interesada en “las variables que condicionan el comportamiento del hombre peruano tales como: la subalimentación, economía de la pobreza, exclusión cultural, promiscuidad, desniveles socio económicos, entre otros factores” (Ponce, 2020, p. 70).

En conclusión, la investigación empírica en psicología social no despegó en los años 60, pese a sus estimulantes inicios aquí descritos, debido al predominio del psicoanálisis, por falta de especialistas y por un extendido radicalismo en la universidad peruana. A pesar de su repunte en los 70 (Alarcón, 2017), fue tradicionalmente superada por la psicología comunitaria, la misma que se vio reforzada por los resultados más inmediatos y tangibles de su trabajo con grupos desfavorecidos (Montero, 2013), lo que representó una evidente ventaja frente a los requerimientos de la investigación en psicología social propiamente dicha.

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Lawrence K. Williams y William F. Whyte