ISSN 2709-9164
https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.220
El “Ángel del hogar” también pintaba: trayectorias de
artistas mujeres en Lima decimonónica
The “Angel of the home” also
painted: Trajectories of female artists in nineteenth-century Lima
Alithu Bazan
Talavera¹
Citar
como: Bazan, A. (2024). El “Ángel del hogar”
también pintaba: trayectorias de artistas mujeres en Lima decimonónica. Revista
Educación y Sociedad, 5(10), 12-23. https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.220
Artículo
recibido: 12-09-2024
Artículo
aprobado: 15-11-2024
Arbitrado
por pares
En Lima decimonónica, el binomio madre-esposa propició
una reorganización del rol y los espacios transitados por las mujeres. En este
contexto, surge la “pléyade decimonónica”, movimiento invisibilizado en gran
parte de la historiografía del arte peruano. Esta investigación parte de una
pregunta esencial: ¿cómo se constituyeron los circuitos y mecanismos de
capitales de las literatas y artistas plásticas limeñas a mediados del siglo
XIX? Se sostiene que las estructuras sociales influyeron sus luchas y
trayectorias, al mismo tiempo que se visibiliza la necesidad de incorporar una
perspectiva de género sensible a la situación de las mujeres en las actividades
culturales.
Palabras
clave: artistas mujeres, género, trayectorias, capital social, siglo XIX
In
19th century Lima, the mother-wife binomial propitiated the reorganization of
the role and the spaces circulated by women. In this context, the
“nineteenth-century plethora” arose, an invisible movement for much of the
Peruvian art historiography. This research explores an essential question: how
were the circuits and capital mechanisms of the literary and visual female
artists of Lima constituted in the mid-nineteenth century? It is argued that
social structures influenced their trajectories and struggles. At the same
time, it highlights the need for incorporating a gender perspective sensitive
to the situation of women in the field of cultural activities.
Key words: female artists, gender, social
capital, 19th century
1 Pre-docente, Pontificia
Universidad Católica del Perú. abazant@pucp.edu.pe https://orcid.org/0000-0003-4109-718X
Introducción
Según Tolstoi (1897), el hombre es capaz de experimentar todas las
emociones humanas, pero solo unos cuantos pueden conmover a otros a través de
ellas; cuando esto sucede, se produce el arte. Si aplicara esta idea a la
sociedad limeña decimonónica, aparentemente, muy pocas personas dentro de este
grupo fueron mujeres, o por lo menos, así lo señala la documentación histórica
de la época. Efectivamente, la literatura académica que aborda la participación
de mujeres peruanas en la Literatura y en el Arte Plástico del siglo XIX es
relativamente escasa y carece de un reconocimiento de las dificultades para
desempeñarse en estas disciplinas habiendo sido socializadas en ese género. Se
advierte que pocos estudios reparan en la importancia del entorno y de la estructura
social en que se desenvolvieron a lo largo de sus vidas (Villavicencio, 1992; Oliart, 1995; Denegri, 2004; Pachas, 2008; Valladares,
2012; Mayna, s.f.). No obstante, conocer sus
trayectorias resulta de gran envergadura, en tanto visibiliza las posibilidades
y límites de la participación de las mujeres en la esfera pública limeña desde
una perspectiva histórica (Jagoe et al., 1998;
Bermúdez, 2014).
La escasez de textos que traten
sobre el tema reproduce la invisibilidad histórica de las mujeres en el campo
del arte. Si se pregunta por las artistas peruanas más renombradas del siglo
XIX, probablemente se haga memoria de uno o dos nombres. En un ensayo publicado
en 1971, Linda Nochlin puso el foco sobre una
pregunta que se han hecho muchos hombres a lo largo de la historia: “¿Por qué
no ha habido grandes artistas mujeres?” Para ella, la respuesta parte de un
entendimiento de las instituciones sociales han limitado y continúan limitando
las oportunidades para las mujeres en el campo artístico. El hecho de que en
épocas pasadas no se les haya reconocido como sujetos con una capacidad
creativa igual de valiosa que la de los hombres no deshace su existencia; sin
embargo, no hablar de ellas sí podría perpetuar su exclusión histórica. La
pregunta pertinente, entonces, no es “¿por qué no han existido?”, sino “¿por
qué no se les nombra?” Para responderla, es importante situarse en el contexto
de la época. Esa es la tarea a la que se aboca el presente artículo: analizar y
visibilizar cómo las mujeres se constituyeron como sujetos en el campo del arte
en ese momento de la historia.
En un marcado contraste, son
abundantes las investigaciones europeas contemporáneas sobre la participación
de mujeres en el arte durante el siglo XIX. Estas se han centrado en dilucidar
la influencia de los discursos de la época en la posición de las mujeres en las
sociedades europeas; y cómo estos moldearon la imagen y la obra de las artistas
y literatas. En estos trabajos, se encuentra que el concepto ‘mujer’ fue
insistentemente debatido a partir de 1840, sobre todo, en los discursos
burgueses que constituyeron la mentalidad hegemónica del periodo (Jagoe et al., 1998). Una premisa generalizada del
positivismo tenía que ver con la naturaleza del cuerpo de las mujeres y la
reducción de sus funciones sociales y culturales al matrimonio, la maternidad y
la domesticidad, relegando su vida al hogar, lo privado y la reproducción.
Precisamente, a lo largo del siglo XIX, había circulado el ideal occidental de
la mujer basado en la misión “divina” de cuidar de los hijos, del esposo y del
hogar, lo que la encarnó en el “ángel del hogar” (Jagoe
et al., 1998; Bermudez, 2014). Esta figura debía
confrontar la imagen de la mujer como personificación del pecado -proveniente
de la tradición europea-, y, a su vez, era funcional para representar los
valores de cohesión social en las nacientes naciones latinoamericana (Bermudez, 2014).
Los estudios con perspectiva de
género sobre las artistas plásticas españolas cuestionan la escasez de fuentes
que evidencien la presencia de las mujeres en el Arte Plástico del siglo XIX
(Diego, 1987; Jagoe et al., 1998; Mayayo, 2003).
Estos coinciden en que fueron las mujeres de clase alta quienes incursionaron
en esta actividad y que, además, las condiciones de aprendizaje,
profesionalización y temática eran bastante limitadas en comparación con las
actividades de los hombres. Inclusive, en géneros muy valorados del Arte
Plástico se excluyó sistemáticamente a las mujeres. En efecto, fueron
principalmente las mujeres que participaban en concursos ante la crítica
académica quienes comenzaron a obtener mayor reconocimiento en el campo; en
suma, eran aquellas que accedían a una educación formal quienes adquirían
habilidades imprescindibles para el bordado y la pintura (Pachas, 2008). De
esta manera, la mentalidad y práctica hegemónicas de la época obstaculizaban su
incursión y presencia en el campo artístico. Por ello, varias de ellas
ejercieron esta actividad como algo transitorio o marginal, pues la única
ocupación reconocida de las mujeres era el matrimonio, el cuidado de los hijos
y la vida doméstica.
Para el caso peruano, el esfuerzo
por estudiar la participación de mujeres en la Literatura y el Arte Plástico
del siglo XIX desde un enfoque de género ha sido postergado del interés de la
comunidad académica a lo largo del tiempo. En ese sentido, se evidencia la
carencia de investigaciones desde las Ciencias Sociales que articulen las
observaciones hechas desde la Historia del Arte sobre estos grupos en la ciudad
de Lima decimonónica. Es más, desde las Ciencias Históricas existen muy pocos
estudios que abordan la Historia del Perú con una perspectiva de género, a
pesar de que referido periodo ha sido ampliamente descrito y estudiado desde
otros enfoques como el económico, político, militar, etc. (Villavicencio, 1992;
Denegri, 2004; Pachas, 2008; Del Águila, 2003).
El siglo decimonónico representa un período de vital importancia para
analizar las implicancias y consecuencias de la representación biológica,
espacial y cultural de la mujer en la vida social para las Ciencias Sociales
debido a la diseminación de un fenómeno discursivo en el que los conceptos de
‘género’, ‘mujer’ y ‘femineidad’ toman una
centralidad sin precedentes en los principales debates del mundo. Asimismo, las
mujeres del diecinueve tuvieron una notable participación en la sociedad, no
solo como parte de la mano de obra femenina y la élite social, sino también por
su presencia en el ámbito público a través de las actividades artísticas,
motivado también probablemente por el auge de la escena cultural durante el
siglo XIX. En ese sentido, se evidencia
en este periodo una serie de cambios precursores para la visibilidad de las
mujeres en la esfera pública.
Vigil (1986), menciona que:
El desconocimiento del pasado de un grupo social implica ignorar su
acción histórica, bloquear el camino para la adquisición de conciencia de grupo
y para la actuación en el presente en función de un futuro deseado. Dejar a un
grupo sin memoria de sí mismo conlleva una debilitación de su identidad y su
anclaje en la objetivación permanente. (p. 23)
Siguiendo esta línea, el presente trabajo afirma la necesidad de
reivindicar a las artistas y literatas que no fueron lo suficientemente
reconocidas en su tiempo, y cuyas obras colisionaron contra los límites
condicionados por las estructuras sociales del género. Al mismo tiempo, se
defiende una incorporación del enfoque de género que dialogue y articule los
campos de Historia del Arte y las Ciencias Sociales para (re)pensar sus
particularidades en cada periodo, así como su relación con la situación social de
las mujeres. Se considera fundamental producir investigaciones en esta área
para motivar una verdadera transformación en el quehacer artístico y
posibilitar una educación crítica del Arte y la Historia.
Se espera que el presente trabajo
contribuya a visibilizar la necesidad de estudiar la Historia del Arte en el
Perú desde una perspectiva de género que responda por las trayectorias, formas
de resistencia y condiciones socio-históricas de las mujeres. Para lograrlo, se
parte de la siguiente pregunta: ¿cómo se constituyeron los circuitos y
mecanismos de capitales de las literarias y artistas plásticas limeñas de a
mediados del siglo XIX? A partir de una revisión de fuentes primarias y
secundarias, en las siguientes secciones se espera proveer una respuesta.
Aproximaciones teóricas
Desde las Ciencias Sociales, las
trayectorias de vida constituyen un enfoque teórico para estudiar las
experiencias del sujeto de forma interconectada (Sepúlveda, 2010). Las
vivencias se enmarcan en un determinado contexto histórico y red de
relacionamientos. Para comprender las trayectorias de las artistas limeñas del
siglo XIX, se ha considerado pertinente repensar sus tránsitos por las esferas
de las disciplinas en las que se desenvolvieron.
En primer lugar, el concepto de
‘campo’ de Bourdieu (1984, 1997) permite concebir los circuitos como espacios
sociales de acción, lucha e interacción, en los que coinciden relaciones
sociales propias que favorecen la constitución de redes. Estas configuran su
existencia a través de las características, condiciones y limitaciones que se
les impone a sus ocupantes, lo que depende, en cierta medida, de las reglas
específicas al interior de cada campo (Coleman, 1988; Coleman y Coleman, 1994).
De acuerdo con Bourdieu, los
sujetos interiorizan a través del ‘habitus’ las
estructuras desde las cuales la posición social impuesta produce esquemas de
pensamientos y acción compartidas por un grupo de personas (Bourdieu y
Alvarado, 1999). De esta manera, a cada grupo determinado, como por ejemplo las
mujeres literatas de Lima durante el siglo XIX, se les atribuye cierta
disposición a distintos universos de experiencias, entorno de prácticas y
categorías de evaluación de la realidad. Estos diferentes grupos luchan por
ocupar posiciones dominantes dentro del campo ya que son éstas las que obtienen
recursos ventajosos con respecto al resto.
Al interior de este campo, se
conciben las ‘estrategias’ como aquellas prácticas de reproducción social que
un determinado individuo o grupo despliega a partir de los recursos de los que
dispone (materiales o simbólicos) para ampliar la cantidad de recursos o
beneficios disponibles (Lomnitz, 1994, 1998).
Asimismo, tienen como objetivo el mantenimiento o la mejora de la posición en
un campo determinado. En ese sentido, una estrategia puede ser la constitución
de diferentes redes de relaciones sociales que se construyen como mecanismos
alternativos y efectivos para satisfacer necesidades materiales, físicas o
emocionales frente a un desafío de la vida cotidiana. Estas redes pueden
significar un soporte que muchas veces no es cubierto por un sistema formal como
el Estado.
En este punto, es pertinente
incorporar el concepto de ‘capital social’, entendido como un recurso que surge
de las redes sociales (Bourdieu, 1997). Para tal fin, hace falta pertenecer a
un grupo o una red duradera de relaciones. En ese sentido, el concepto de red
implica la existencia de relaciones de cooperación, sean directas o indirectas,
entre los participantes; las cuales configuran el modo de llevar a cabo una
actividad. Asimismo, pueden favorecer la realización de ciertas acciones para
los actores dentro de la estructura (Becker, 1982; Coleman y Coleman, 1994;
Coleman, 1988). Cabe precisar que Bourdieu (1997) agrega que el beneficio del
capital social tiende a favorecer más a ciertos miembros.
De acuerdo con Aguirre y Pinto
(2006), Durston (2000) y Coleman (1988), para
manifestarse, el capital social necesita de cierta base conformada por
experiencias sociales y culturales como la identidad, el compañerismo y la
localidad. Estas experiencias en común producen valores, limitaciones y situaciones
compartidas que favorecen el surgimiento de la confianza y la cooperación para
vincular efectivamente a los actores. En ese sentido, las experiencias e
historias colectivas son fundamentales para transformar las relaciones sociales
en redes de alto contenido recíproco, beneficioso y cooperativo y así poder
movilizarlo.
A partir de ello, se entiende que la red de un individuo puede ser
activada o movilizada para tener acceso a un recurso o beneficio. Estas redes
se constituyen y mantienen a partir de los actos de intercambios materiales y
simbólicos que sostienen en su interior y que presuponen un conocimiento y
reconocimiento mutuos entre sus miembros. Para que esta red tenga efectos de
capital social debe ser capaz de articular estos recursos e intercambiarlos
para lograr objetivos individuales y grupales. Dichos intercambios se
transmiten en diferentes tipos de redes, como es el caso de los intercambios
recíprocos –que se da en nuestro grupo en cuestión– es decir, individuos con
recursos, experiencias y necesidades comunes se relacionan en un contexto de
confianza y sociabilidad a través de conversaciones, acciones o eventos entre
sus miembros orientados al intercambio de apoyo y reconocimiento mutuo en el
que se desarrollan aspectos emocionales, afectivos, intercambio de información,
palabras y afectos. Además, se distingue un tipo de ‘redes focales’, que se refiere a los sistemas de conversaciones y
acciones articuladas a favor de un individuo o grupo (Mideplan,
2001).
La resignificación de las mujeres en los espacios
públicos y privados
Para responder a la pregunta
principal de esta investigación, se ha recurrido a fuentes secundarias,
incluyendo: artículos de revistas especializadas en Ciencias Sociales, Historia
e Historiografía; ensayos sobre Literatura y Género; así como libros o
capítulos de libros sobre Teoría Social, Sociología, Cultura, Arte, Historia,
Literatura y Estudios de Género. En la presente investigación se valoraron
especialmente aquellos trabajos que exploraban las intersecciones entre estos
campos.
Cabe precisar, como se ha hecho
anteriormente, que las fuentes sobre la participación de mujeres en el arte
durante la Lima decimonónica son escasas. Es por esta razón que resulta
necesario recalcar que el presente estudio se centra en mujeres de la clase
alta limeña, dado que este grupo en particular ha sido el más documentado entre
las artistas del decimonónico (Villavicencio, 1992; Denegri 2004; Pachas, 2008;
Valladares, 2012). En ese sentido, se reafirma la importancia de contextualizar
la escena histórica, así como los procesos sociales, económicos y políticos de
la época, para comprender su impacto en las trayectorias de estas mujeres.
Para el presente artículo, se han
considerado tres procesos clave para contextualizar la situación de las mujeres
en Lima del siglo XIX. El primero, es el efecto del contexto histórico en la
interiorización del discurso de domesticidad. Luego de un periodo de
conflictos, inestabilidad económico-política, notoria desintegración y
desorganización social, la incipiente ciudad de Lima necesitaba encontrar una
normativa que le permitiera construir las bases de su sociedad (Lergo, 2011). A esta coyuntura, se sumó que la economía,
durante el periodo de bonanza, se insertó al mercado internacional, y como
resultado, se dio una gran importación de productos europeos, los cuales fueron
adquiridos y percibidos como mercancías de una cultura superior y civilizada.
De ese modo, se produjo una notoria transformación cultural en el espacio
limeño, puesto que no solo se dio una simple adquisición de mercancías; sino
también, una enrevesada adquisición de productos culturales (Del Águila, 2003).
Es así como los discursos europeos se convirtieron en un conjunto de normas que
fueron interiorizadas por sectores de la sociedad limeña para devenir en una
república moderna y civilizada.
Paralelamente, según Jagoe et al. (1998), en Europa, el concepto “mujer” había
tomado un protagonismo insistente en todos los debates. Sobre todo, a partir de
1840, se publicaron innumerables tratados y discursos definiendo la naturaleza
de la mujer y determinando su papel en la sociedad. En ese sentido, uno de los
discursos predominantes en la época fue sobre la domesticidad y el modelo de
feminidad europeo, según el cual se declara que “las ocupaciones apropiadas
para la mujer […] son el matrimonio, la maternidad y la domesticidad” (Jagoe et al., 1998, p. 24). Así, se repara en que el
contexto limeño de la época contribuyó ampliamente a interiorizar el discurso
de domesticidad y su modelo de feminidad. Se reprodujeron representaciones,
características e ideales femeninos que moldearon la manera en que las mujeres
se desenvolvieron en la vida decimonónica (Guardia, 2012; Wurst,
2015).
El segundo proceso recogido es la
resignificación y reordenamiento de las mujeres en el espacio privado, que
ocurrió durante los primeros años de la segunda mitad del siglo XIX, como
resultado de la interiorización del modelo de feminidad hegemónico al contexto
limeño. Así, durante las primeras décadas de la República, la mujer se
caracterizó por usar la saya y el manto; estas vestimentas, le permitían
acceder a espacios y contextos en los que, mayormente, dominaban los hombres. Sin embargo, gradualmente, los esfuerzos del
Estado por lograr la modernización se tradujeron en acciones de disciplina
social, por lo cual, la incipiente república limeña fue reordenada y reubicada
(Del Águila, 2003). En consecuencia, la sociedad se dividió en dos espacios que
comprendían una dimensión cultural, social y política de dominio exclusivo de
hombres y mujeres. Por un lado, se constituyó el espacio público, que
pertenecía a la política, el conocimiento y la creación fue asignado a los
hombres; mientras que, por otro lado, estaba el espacio privado fue vinculado a
las mujeres (Jagoe et al., 1998). Este constituye el
tercer proceso analizado en el presente artículo.
Cabe resaltar que, este modelo
replanteó el ideal de la mujer como madre para garantizar la reproducción y la
crianza adecuada de los futuros miembros de la sociedad, debido a que, su
cuerpo, único capaz de engendrar, fue relacionado “naturalmente” a un fin
reproductivo; mientras que, el hombre, al no tener esta capacidad de “dar a
luz” nuevos individuos, era visto como el único sujeto apto para crear el
tejido cultural (Serrano, 2000, como se citó en Pachas, 2008). Con ello, se
naturalizaba el mandato hegemónico que la convertía en el “ángel del hogar”:
abnegada madre y dócil esposa (Jagoe et al., 1998).
Constitución del campo literario y el campo artístico
El campo literario
En primera instancia, se
desarrollará el campo literario, el cual está sujeto a reglas propias que al
mismo tiempo dan cuenta de determinadas formas de vínculo social, formas de
integración y una visión compartida de la realidad, que, en conjunto, concretan
prácticas en su cotidianidad material y social. En ese sentido, en un campo en
donde los hombres escribían los discursos dominantes y predominaban ampliamente
en el mundo intelectual y artístico, surge la pregunta sobre la manera en que
la mujer literata apareció en la escena histórica.
Los estudios sobre la presencia
de las mujeres en estas actividades destacan el surgimiento de la literatura
femenina hacia la segunda mitad del siglo, que tuvo su apogeo años posteriores
a la Guerra del Pacífico (1879-1884) (Villavicencio, 1992; Denegri, 2004;
Pachas, 2008). Estos autores describen una producción ensayística importante
donde las escritoras abordan el tema de género, difundido en periódicos y
revistas que ellas mismas fundan y dirigen. En consenso, reconocen a una
primera generación de mujeres ilustradas en el Perú, quienes formaban un grupo
cohesionado que se apoyaba mutuamente en privado. Ellas incluyen a referentes
como Juana Manuela Lazo de Eléspuru (1819-1905), Rosa Mercedes Riglos
(1826-1891), Teresa González de Fanning (1836-1918), Leonor Sauri (1840-1890),
Manuela Márquez (1844-1890), Carolina Freyre de Jaimes
(1844-1916), Clorinda Matto de Turner (1852-1909), y
Juana Rosa Amézaga (1853-1904).
En las fuentes se ha podido
rastrear tres dimensiones donde se gestaron las características centrales de
este circuito: el espacio, la educación y la prensa. En cuanto al espacio, se
reafirmó un ordenamiento del espacio público y privado que condicionaba en
entorno de las mujeres. El espacio público -que pertenecía a la política, el
conocimiento y la creación- fue asignado a los hombres; mientras que el espacio
privado -en el cual predominaban la familia, la maternidad y la domesticidad-
fue vinculado a las mujeres. Esta resignificación de los espacios producto de
los roles hegemónicos restringía, particularmente, el desenvolvimiento social
de la mujer en la dimensión pública (Del Águila, 2003; Villavicencio, 1992; Oliart, 1995; Denegri, 2004; Pachas, 2008; Valladares,
2012; Mayna, s.f.).
Con relación a la educación, se
produce una redefinición de la mujer y la familia dentro de la sociedad
criolla, promovida por el discurso de la élite intelectual. Así, el primer
Reglamento General de Instrucción Pública, que se estableció durante el gobierno
de Ramón Castilla, propuso una educación diferenciada donde a las mujeres les
correspondía una enseñanza de acuerdo con su rol social inscrito en la esfera
privada. En otras palabras, se les educaba para que sean mejores madres y
esposas (Valladares, 2012). En general, se pretendía espantar a la mujer de
todo ejercicio intelectual a través de teorías que fundamentaban que más de la
mitad de la población no estaba capacitada fisiológicamente para enfrentar el
trabajo mental.
Finalmente, el tercer aspecto se
remite a la prensa nacida y utilizada para legitimar estos discursos, ideales y
roles en la mentalidad de la sociedad limeña del siglo XIX. De este modo, se
publicaron diferentes tratados que inculcaron el binomio inseparable de la
mujer como esposa-madre. Concretamente, los hombres escribieron libros
dirigidos a otros hombres con el objetivo de formar compañeras más adecuadas,
cultas, buenas, aficionadas al hogar y la maternidad y, al mismo tiempo,
convencerlos de desear este tipo de mujeres. Esto reforzaba la inconstancia e
incapacidad de la mujer para ejercer trabajo intelectual o de creación
artística. Mientras que las mujeres comúnmente publicaron textos relacionados a
la importancia de su rol en la educación de la patria y consejos para
convertirse en mejores madres y esposas (Bermudez,
2014; Valladares, 2012; Mayna, s.f.; Denegri, 2004; Mannarelli, 1999).
No obstante, el brote de un
movimiento romántico que “feminizó” la literatura permitió el ingreso de la
mujer a las letras (Denegri, 2004). Siguiendo a Denegri (2004), se propone que
esta representación de la literatura como un “refugio de los avatares de la
lucha política, y un espacio recreativo inocuo que eludiera la participación
crítica de la sociedad” (pp. 79 - 80) permitió a las escritoras surgir en la
escena literaria nacional. Así, “el planteamiento romántico de crear a través
del discurso literario un espacio supuestamente neutro […], coincidió con la
esfera femenina tal y como la entendían las modernas naciones europeas”
(Denegri, 2004, pp. 79 - 80). A pesar de ello, se resalta que el movimiento
romántico también conceptuaba a la mujer como “guardiana del hogar” cuya
función era proporcionar al hombre un “respiro” de los conflictos del mundo
público mediante su literatura inocua y también la retrataba sustancialmente
como sensible, débil, irracional y emocional.
Considerando lo anterior, las
literatas utilizan su maternidad como pretexto para abogar por la educación
femenina, en tal sentido, vinculan su papel de transmisora de valores, con la
literatura, dado que esta es vista como la herencia a las generaciones futuras.
Efectivamente, el ‘habitus’ de las mujeres literatas
de la clase alta limeña giraba en torno a los discursos que redujeron la
identidad femenina en función a la maternidad, el matrimonio, la domesticidad y
el sacrificio de los intereses propios. Es así como el hogar y las letras -el
servicio a maternidad y a la patria- se vuelven compatibles (Wurst, 2015). En definitiva, se distingue que los discursos
que aparecieron tanto en España como en la ciudad de Lima, durante el siglo
XIX, contribuyeron a constituir los el ‘habitus’ del
circuito literario que guio la vida social de las mujeres del diecinueve
mediante roles e ideales impuestos.
El campo artístico
En cuanto al campo artístico, las
fuentes evidencian dos actores que han influenciado las características
centrales de este circuito: el rol del Estado y la crítica del arte. En primer
lugar, el Estado peruano propuso políticas de acuerdo con las tareas consideradas
‘apropiadas’ para hombres y mujeres. La “educación de adorno para señoritas”
consistía en cursos de dibujo, pintura, idiomas, baile y música, con el fin de
instruirlas para la crianza adecuada de los hijos y, además, ser un paliativo
emocional en las constricciones de la vida pública de su esposo (Pachas, 2008).
De esta manera, la educación artística no tenía un nivel de especialización en
las técnicas de dibujo y pintura, por lo que las mujeres que querían dedicarse
al arte tenían como único camino la enseñanza particular o de manera
autodidacta mediante el uso de manuales. Además, las clases de desnudos eran
muy infrecuentes, incluso en los talleres particulares, lo cual no permitía un
conocimiento de la imagen del cuerpo humano que era una noción básica para
lograr proporciones y composiciones ejemplares.
Cabe resaltar que el Estado no
impartió materias vinculadas a la escultura o al grabado (disciplinas
plásticas) por su dificultad y laboriosidad física que no se ajustaba a las
características del ideal femenino frágil y recatado. Además, el costo de materiales
era bastante elevado y el apoyo económico a través de la entrega de becas para
estudiar en el extranjero era bastante infrecuente, lo que limitaba a las
artistas a desarrollar sus aptitudes solo con conocimientos elementales (Leonardini, 2004; Pachas, 2008). A pesar de ello, el Estado
propició una difusión artística a partir de la promoción de diferentes
concursos y exposiciones que promovieron la visibilización
de las artistas plásticas y un espacio público para compartir su trabajo y sus
experiencias. Sin embargo, con la llegada de la Guerra del Pacífico en 1879,
estos esfuerzos se detuvieron (Denegri, 2004; Leonardini,
2004; Pachas, 2008).
Por otro lado, el carácter de la
crítica del arte plástico se debió a que la prensa era el único medio escrito
para conocer opiniones públicas sobre la obra de las mujeres. Esta construyó un
imaginario acerca de los valores sociales y culturales que caracterizaban a la
mujer ideal de acuerdo con sus roles en el espacio privado, los cuales casi en
su totalidad eran escritos por hombres, que cubrían los concursos y
exhibiciones de arte (Pachas, 2008). En ese sentido, la mujer retratada por
este medio encarnaba valores domésticos y sentimentales, un lenguaje
insustancial alejado de la crítica y la razón, y una práctica intelectual y
artística inferior con respecto a la de los hombres. Por consiguiente, el
entorno del arte plástico propugnaba el anonimato, la desigualdad y la
predominante sensibilidad y frivolidad de la obra femenina. Además,
consideraron a las autoras destacadas como “prodigiosas excepciones dentro de
su género” y destacaron las virtudes de la mujer (la belleza, su distinción, su
modestia) por encima de las de la capacidad de la artista (Diego, 1987; Jagoe et al., 1998; Mayayo, 2003). De esta manera, la mujer
fue la perenne imitadora perseverante; pero nunca excepcional creadora como el
hombre. A este respecto, es importante enfatizar el anonimato de la obra
plástica femenina desplegado durante el periodo que denota cierta
desvalorización, indiferencia y negación frente a su práctica (Pachas, 2008).
En suma, todo ello provocó una producción artística escasa, con poca variedad
de temáticas que se le asignaban por su rol social entre las que destacan los
temas de índole naturalista (Leonardini, 2004;
Pachas, 2008). De igual modo, su obra denotaba algunas deficiencias técnicas en
la realización por lo cual, se adjudica una inferioridad en la labor plástica
femenina con respecto a la obra masculina.
Un comentario en una revista de la época así
lo evidencia: “El dibujo es correctísimo y seguro, tanto que parece que fuera
obra de un hombre” (El Perú Ilustrado, 1899, p. 526). Así, la crítica le
restaba valor plástico a la obra de las artistas. En definitiva, se
invisibilizaba y desprestigiaba la plástica femenina (Mayayo, 2003). A
propósito, Serrano (2000) comentaba que esta:
[…] dará lugar a conceder a la mujer méritos de copista esforzada, de
seguidora con talento, de imitadora fiel; pero nunca de creadora, de genio, de
innovadora. […] incluirla en una categoría fija con una serie de rasgos
inmutable y eternamente femeninos: formas redondas, colores suaves, exceso de
adorno, de decoración, de sentimentalismo, debilidad en el trazo, blandura,
tamaños reducidos, etc. (p. 25)
En ese mismo orden de ideas, el
número elevado de pintoras y dibujantes frente al de escultoras y grabadoras
está en relación con el acceso a la enseñanza, puesto que solo el dibujo, y en
ocasiones la pintura, eran parte de la enseñanza estatal. Asimismo, la oferta
de enseñanza artística particular se encuentra casi limitada al dibujo y la
pintura, pues la escultura y el grabado requieren de una infraestructura
adecuada y de un tipo de instrumentos especiales. Es necesario resaltar que,
además, varios artículos que comentan sobre sus obras omiten reiteradamente las
especificaciones de la misma (nombre, técnica, soporte y medidas). A pesar de
estos silencios, en las fuentes revisadas se pudo recobrar que las temáticas
que solían abordar las artistas limeñas eran variadas: temática religiosa,
retrato, bodegón, paisaje, género, alegórica e histórica. En suma, la crítica
le resta valor plástico a la obra que queda encubierto por las dotes físicas y
la personalidad de la autora que invisibilizaron y desprestigiaron la obra
femenina, en consecuencia, fue muy trabajoso e impredecible insertarse en el
medio artístico y lograr un reconocimiento (Mayayo, 2003; Pachas, 2008; Leonardini, 2004).
Sobre la base de lo previamente
planteado, el ‘habitus’ de las mujeres de clase alta que practicaban el Arte Plástico se
caracterizó por la disposición hacia una actitud pasiva que no cuestionó el rol
como madre y esposa, y que, a su vez, deja suponer su poca estima como artista.
De este modo, la mayoría de mujeres abandonaron el Arte Plástico para dedicarse
a ser madres y esposas, debido en parte a la fuerte interiorización de la
necesidad de cumplir cabalmente con aquellos roles impuestos. Aun en los casos
de mujeres que tenían una trayectoria destacada, tendían a desaparecer del
plano artístico (Pachas, 2008; Mayna, s.f.).
A diferencia de las literatas,
las artistas plásticas no tuvieron muchos espacios de encuentro e interacción
debido en gran parte, por el campo artístico adverso y desarticulado en el que
convivían (Pachas, 2008; Denegri, 2004; Mayna, s.f.).
Así, las condiciones y características del circuito y habitus
literario fue un aspecto que contribuyó en la constitución de redes de
relaciones de mujeres literatas que compartían espacios.
Las veladas literarias
Como se ha podido observar, las
características de cada campo artístico constituido condicionaron las
posibilidades y límites del desarrollo de la obra de las mujeres limeñas del
siglo XIX. En este punto, el concepto de capital social permite explicar por
qué dos grupos con cantidades equivalentes de capital económico –como es el
caso de las artistas plásticas y literatas al pertenecer a una clase alta
dentro de un mismo contexto– obtenían diferentes beneficios. Estas diferencias provenían de la
capacidad de los individuos para “activar” en su provecho el capital de un
grupo relativamente institucionalizado y sustancioso. Así, las mujeres
que contaban con determinado capital económico, y decidieron desenvolverse como
literatas, se incorporaron dentro de determinadas redes y acumularon mayor
capital social, lo que les permitió negociar su presencia en este campo. El
principal mecanismo que transformó las redes de las escritoras en capital
social ‘vivo’ fueron las veladas
literarias, en las cuales las participantes se apoyaban mutuamente, se
reconocían y estimaban como creadoras y, también, compartían sus objetivos de
construir una sociedad más justa para ellas (Pachas, 2008; Denegri, 2004; Mayna, s.f.).
Siguiendo los planteamientos
anteriores, las veladas literarias se presentan como el mecanismo de capital
social que empleó el grupo de mujeres literatas ilustradas del siglo XIX. Esta
posición que les permitió ingresar al mundo de las letras hizo de una suerte de
estrategia basada en una red focal articulada en un espacio asociativo
posibilitado por su campo y ‘habitus’ específico de reproducción del mundo. Así, ellas
desarrollaron un tipo de solidaridad de ayuda mutua, colaborativa y recíproca
hacia su reconocimiento como escritoras. De tal modo, las mujeres se asociaban
voluntariamente mediante un espacio-tiempo compartido a medida que producían un
sentido de pertenencia, un “nosotros” y un nivel identitario.
Participar en una red social les
permitió acceder a recursos de capital social en forma de prácticas de
reciprocidad derivadas de relaciones de confianza e información brindada dentro
de la red social a la que pertenecían. De un lado, la confianza constaba de
expectativas generosas desplegadas por medio de ciertas acciones dentro del
grupo y también se expresaba por el hecho compartir una misma red, a pesar de
ser desconocidos (Aguirre y Pinto, 2006).
Siguiendo los planteamientos
esbozados, se distingue una clara función de capital social en la red
conformada por las literatas que participaban en las veladas literarias debido
a que, en esta plataforma “hubo en todas ellas una serie de características comunes
que proporcionaron unidad y permiten hablar de un grupo cohesionado”
(Villavicencio, 1992, p. 53). Esto demuestra la independencia y la
perseverancia de las escritoras frente a la sociedad y confirma su deseo de
crear un espacio autogestionado de encuentro, debate, práctica y reafirmación
de su actividad e identidad literaria (Villavicencio, 1992). A propósito,
también se menciona que:
se apoyaban mutuamente en privado escribiéndose cartas; y en público
dedicándose cuentos, poemas, ensayos y novelas, escuchándose en veladas y
conferencias, y, sobre todo, escribiendo y publicando sobre ese complejo y en
verdad desconocido mundo de relaciones entre mujeres donde primará la mediación
antes que la imposición y la autoridad antes que el poder. (Valladares, 2012,
p. 81)
En pocas palabras, parece ser que
las literatas desarrollaron un vínculo que les permitió reconocerse y estimarse
como creadoras; además, su entorno cultural era más integrado y homogéneo
porque compartían características comunes que les proporcionaban unidad, por lo
cual, se les facilitaba lidiar con el contexto adverso para ellas. Asimismo, el
movimiento romántico, descrito en capítulos anteriores, también incidió en una
participación y presencia pública más aceptada. Esta generación de mujeres se
caracterizó por su voluntad enérgica y activa, la cual se evidenció en su
participación durante la Guerra del Pacífico. Como resultado, estas
circunstancias promovieron el nacimiento de una opinión crítica entre las
mujeres escritoras que desarrollaron, a través de novelas y ensayos, diferentes
temas relacionados con el rol de la mujer en la sociedad y así, aprovecharon la
coyuntura política para extender su participación y reconocimiento en las
actividades literarias (Valladares, 2012).
Las mencionadas veladas se
constituyeron como una estrategia para desarrollar la capacidad intelectual de
la mujer peruana de la segunda mitad del siglo XIX, y así, brindarle un espacio
en el que se encontraba en igualdad intelectual y social al hombre. Esto se
establecía a través de un diálogo horizontal con los escritores masculinos
donde existía el apoyo y la aprobación del sexo masculino hacia las literatas.
En efecto, estos espacios frecuentados por la clase alta e ilustrada de la
sociedad fueron forjados dentro del espacio privado del hogar en el que se
‘desplazaba’ la mujer (Goswitz, 2012).
En ese sentido, son célebres las
veladas literarias organizadas por Juana Manuela Gorriti (1818 – 1892). El
hogar doméstico de Gorriti propició debates intelectuales, instructivos y
colaborativos entre ambos géneros a favor de construir una conciencia nacional.
Sin embargo, cabe destacar que en estas veladas las protagonistas eran las
mujeres en tanto “hablaron en primera persona, y su voz se individualizó”
(Villavicencio, 1992, p. 111). Asimismo, la figura de Gorriti fungió un papel
principal en la constitución de esta red debido a que ella misma permitió
organizar y articular el capital social potencial que tenía esta red. Gorriti
consigue el reconocimiento, respeto y admiración de escritores peruanos como
Ricardo Palma, entre otros, y esto le permite el ingreso al mundo de las letras
detentado entonces por el hombre (Batticuore, 1999).
El ‘habitus’
del campo literario fue transformado como se evidencia en las reflexiones que
le dedicaban la prensa nacional en sus publicaciones, lo cual reafirmaba el
carácter cultural y la importancia de las veladas literarias para las mujeres
ilustradas. De esta forma, el entorno de compañerismo, reciprocidad y
confraternidad que regían en los miembros de esta red posibilitaron que hombres
y mujeres compartieran diálogos, ensayos, poesía, palabras de aliento,
cumplidos, música. En suma, esto permitió constituir un grupo cohesionado de
intelectuales en favor de la participación, formación de las mujeres en la
literatura y el cultivo de amistades y relaciones entre sus participantes que
trascendieron en la historia de la literatura peruana. Algunas literatas
destacadas que emergieron de las veladas literarias fueron figuras como la de
Teresa González de Fanning (1836-1918), Mercedes Cabello de Carbonera
(1845-1909) y Clorinda Matto de Turner (1852-1909) (Goswitz, 2012).
Conclusiones
El presente artículo buscó
visibilizar las estrategias de las mujeres artistas en la Lima decimonónica
para negociar su presencia en los campos literario y plástico. Según lo
observado, el contexto histórico influenció bastante en la constitución de cada
campo, así como en la disposición de recursos, tanto económicos como sociales,
para poder desenvolverse en las disciplinas artísticas. Así, mientras que las
literatas pudieron forjar espacios más integrados, las artistas plásticas se
enfrentaron a otro tipo de campo constituido.
Este ejercicio puede servir para
descubrir nuevos marcos, conceptos y formas para comprender las estrategias y dinámicas que sirvieron
a las mujeres en contextos vulnerables. También permite explicar de qué manera
se constituyeron los circuitos y mecanismos de los capitales sociales de las
literatas y las artistas plásticas limeñas de la segunda mitad del siglo
decimonónico, lo cuales influyeron en distinguir sus trayectorias artísticas.
De esta manera, se comprende la importancia de evidenciar estos mecanismos
mediante un análisis crítico desde un análisis de las relaciones de género que
revalide los hábitos resultantes de la interacción entre el mundo interno y
externo de estas sujetas. Además, se evidencia que, en el campo artístico y
literario, aún persisten muchas de estas estructuras y esquemas que, si bien
han mutado con el tiempo, no han desaparecido.
Es así como, la preocupación crece al saber que para muchos centros que
imparten conocimientos y prácticas artísticas en Lima no se tiene en
consideración esta cuestión o carece de centralidad en sus aspectos de
aprendizaje teóricos y pragmáticos, en consecuencia, se siguen manteniendo los
mismos lenguajes normativos en estas escuelas e instituciones de formación. Es
decir, no se principia una apremiante revisión y transformación de los modos de
pensar, el lenguaje y las prácticas normalizadas en el cotidiano artístico. De
ese modo se puede exponer que, históricamente, la mujer se ha visto afectada
por haber sido posicionada en una categoría biológica, social y cultural
inferior con respecto al hombre por los discursos predominantes. En definitiva,
es necesario sumar un enfoque de género a los procesos artísticos de distintas
etapas de nuestra historiografía peruana para así consolidar una íntegra
memoria histórica que nos permita explicar cómo y por qué fueron normalizados
tantos pensamientos y comportamientos que hoy podemos reconocer como parte de
la desigualdad entre hombres y mujeres.
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