ISSN 2709-9164

https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.192

Vol. 5(10) 2024

 

 

Una “ciudad fantasma” como espacio de posibilidad: luchar por el derecho a la ciudad en contextos de pobreza urbana

 

A “ghost city” as a space of possibility: fighting for the right to the city in contexts of urban poverty

 

Cintia Schwamberger¹, Marco Bonilla², Giuliana Pignataro³ y Florencia Etcheto⁴

 


 

 

 

 

 


 

Citar como: Schwamberger, C., Bonilla, M., Pignataro, G. y Etcheto, F. (2024). Una “ciudad fantasma” como espacio de posibilidad: luchar por el derecho a la ciudad en contextos de pobreza urbana. Revista Educación y Sociedad, 5(10), 1-11. https://doi.org/10.53940/reys.v5i10.192

Artículo recibido: 24-10-2024

Artículo aprobado: 30-11-2024

Arbitrado por pares

 

Resumen

El objetivo del presente texto consiste en reponer los modos en que estudiantes de escuelas secundarias denuncian situaciones de vulneración asociadas a la contaminación y la precariedad que viven en sus barrios. Esta investigación utiliza métodos creativos basados en talleres de coproducción artística y audiovisual en y con escuelas de dos barrios de la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA) caracterizados por la pobreza urbana y la degradación ambiental. En las producciones finales se lograron identificar modos de denuncia de las desigualdades cotidianas urbanas, una apuesta por una ciudad otra y un reclamo político por el derecho a la ciudad.

Palabras clave: derecho a la ciudad, pobreza urbana, educación

Abstract

The objective of this text is to reconstruct the ways in which secondary school students denounce situations of vulnerability associated with pollution and the precariousness they experience in their neighborhoods. This research uses creative methods based on artistic and audiovisual co-production workshops in and with schools in two neighborhoods in the Metropolitan Region of Buenos Aires (RMBA) characterized by urban poverty and environmental degradation. The final productions identified ways of denouncing everyday urban inequalities, a commitment to a different city, and a political demand for the right to the city.

Key words:  right to the city, urban poverty, education


1  Investigadora asistente en Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas y Docente de Educación Especial de la  Universidad Nacional de San Martín (Argentina).   cschwamberger@unsam.edu.ar           https://orcid.org/0000-0002-2409-0851

2 Becario post-doctoral CONICET en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). mbonilla@unsam.edu.ar           https://orcid.org/0000-0001-9967-9604

3 Becaria doctoral CONICET en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). giulianapignataroar@gmail.com            https://orcid.org/0000-0001-5129-6620

4 Becaria doctoral CONICET en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). flor.etcheto@gmail.com            https://orcid.org/0000-0002-8376-1715

 

Introducción

El presente trabajo propone una reflexión sobre la espacialidad urbana a partir de dos materiales audiovisuales coproducidos[1] por estudiantes de dos escuelas públicas de gestión estatal de la zona, una de educación común y otra de educación especial. Para ello, se toma la noción de “derecho a la ciudad” (Harvey, 2008; Lefebvre, 1969) entendiéndola no como un derecho individual de acceso a recursos, sino como un derecho colectivo en donde se anclan procesos emancipatorios de transformación urbana. Comprendemos la ciudad como un fenómeno histórico-social-espacial (Soja, 2008) y, por consiguiente, como un espacio de conflictos donde las desigualdades múltiples se proyectan sobre el terreno.

Los casos que serán analizados en este artículo consisten en relatos de vecinos y estudiantes que habitan espacios urbanos atravesados por la “desigualdad radical” (Davis, 2007) caracterizada por la miseria material, la degradación ambiental y la violencia producto de redes de ilegalidad. Desigualdades encarnadas que componen determinadas condiciones urbanas que, pese a que exacerban la vulnerabilidad de los cuerpos, se sitúan como el lugar donde aquellos quienes han sido arrojados a la extrema exclusión insisten por mejorar sus condiciones de vida. Luchas que involucran también estudiantes con discapacidad de escuelas especiales, donde la “desigualdad radical” se intersecta con vidas que exceden la “norma” (Youdell, 2006). Cuerpos que encuentran en la escuela un lugar común, de circulación de la palabra e imágenes (Grinberg y Armella, 2021; Etcheto, 2023), que habilita la posibilidad de coproducir conocimiento y poder crítico sobre el espacio urbano (Minchala y Langer, 2023).

Los resultados de investigación que se exponen aquí emergen del trabajo en territorio junto a escuelas secundarias públicas de gestión estatal (de educación común y especial) emplazadas en contextos de extrema pobreza urbana. Se trata de escuelas que han albergado durante generaciones poblaciones que se han visto expuestas a los efectos de la contaminación ambiental, escasez de recursos, desocupación, empleos precarios y mal remunerados, peligros derivados de las ilegalidades y dificultades para acceder a espacios de la ciudad y consigo a servicios esenciales como la salud, la seguridad, espacios públicos e instituciones educativas. Las coproducciones que sirven como insumo para este trabajo han sido realizadas por estudiantes entre 14 y 18 años que nacieron y crecieron bajo las lógicas de la desigualdad del siglo XXI. Desigualdades encarnadas que durante los años de investigación derivaron en preguntas metodológicas en torno a estrategias que habiliten la narración de las desigualdades encarnadas, muchas de las cuales suelen quedar atrapadas en el enmudecimiento, más aún cuando se tratan de los efectos traumáticos de ellas (Carpentieri et al., 2015; Grinberg, 2020a). De ahí la incursión y experimentación con los formatos audiovisuales que permitan trastocar los modos hegemónicos de circulación de la palabra, la interacción entre los participantes, las formas de comunicar ideas complejas y co-construir conocimiento (Grinberg y Abalsamo, 2016).

Desde el presente trabajo, se sostiene que la producción del espacio es una actividad colectiva que consiste en relaciones complejas que se entablan con el entorno. Nuestras acciones y pensamientos modelan los espacios que nos rodean, al mismo tiempo en que los espacios en los cuales vivimos, moldean nuestras acciones y pensamientos (Soja, 2008). Por lo tanto, se puede decir que la espacialidad humana es producto del agenciamiento humano[2], ya que es a través de la acción humana colectiva que los espacios son habitados y transformados. Es, entonces, en las prácticas espaciales localizadas y en experiencias concretas de la vida cotidiana que el espacio social es producido (Lefebvre, 1969); donde el espacio es vivido, pero también imaginado. En este contexto, se sostiene como hipótesis que las co-producciones audiovisuales de los estudiantes constituyen modos de reivindicación política del derecho a la ciudad. Se trata de narrativas sobre su propia vida que se vuelven políticas en la medida en que evidencian la precariedad[3] (Butler, 2017) urbana, al mismo tiempo en que ponen en escena las transformaciones que han experimentado sus barrios a raíz de las luchas de los vecinos por vivir mejor.

Reclamar la ciudad: ¿qué ciudad? ¿Cómo?

Podemos sostener que las ciudades del mundo y, sobre todo, las urbes del sur global han vivido procesos de crecimiento y expansión poblacionales que se han profundizado en las últimas décadas. Esto ha implicado procesos de metropolización (Prévôt Schapira, 2000), pero también de precarización del hábitat: esto es, espacios urbanos hiperdegradados que nuclean pobreza y degradación ambiental pronunciada (Verón et al., 2021; Davis, 2007). Tal como mencionaba Lefebvre (1969), la “ciudad es la proyección de la sociedad sobre el terreno” (p. 10). Con esto, se pretende decir que los conflictos y las desigualdades se plasman en las formas que adopta la ciudad: zonas en las que se accede fácilmente a ciertos servicios y recursos, y otras en donde el acceso es nulo o deficiente, zonas en donde se puede respirar aire fresco y zonas en donde el aire que se respira o el agua que se consume está contaminada. Estos violentos contrastes indican que “el derecho a la ciudad, tal como se halla hoy constituido, se encuentra demasiado restringido, en la mayoría de los casos, a una reducida élite política y económica que se halla en condiciones de conformar las ciudades de acuerdo con sus propios deseos” (Harvey, p.37). Esto implica que gran parte de la población se vea arrojada a habitar en los alrededores de los centros urbanos o dentro del centro mismo, pero bajo condiciones de vida precarias.

Al respecto, advertimos junto con Verón et al. (2021) que los procesos de metropolización en América Latina provocaron que las villas y asentamientos ya no se encuentren en las periferias de las ciudades, sino dentro de estas. Esto, de todos modos, implica escenarios de fragmentación en donde si bien hay cercanía entre barrios residenciales y asentamientos informales, ambos se encuentran material y simbólicamente diferenciados. Como sostiene Prévôt Schapira (2000), esto condensa un proceso de fragmentación de la sociedad urbana como unidad y el consiguiente despliegue de una serie de territorios marcadamente identitarios de modo diferencial. Así, a las oposiciones tradicionales (como campo-ciudad, centro-periferia) se superponen “nuevas fronteras vinculadas al crecimiento de la pobreza y la pauperización de sectores enteros de la sociedad” (p. 43).

Al mismo tiempo, los espacios de la urbe habitados por las clases empobrecidas son marcados por estigmas sociales relacionados con la violencia, la inseguridad, los ilegalismos, la contaminación. Sin embargo, lejos de ser una situación acabada constituye una relación de fuerzas en constante riesgo de ser modificada. Como veremos, los vecinos dan una lucha cotidiana, pero también histórica, por mejorar el espacio que habitan. Los barrios a los que se hace referencia aquí, se encuentran ubicados en la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA) y limitan con un centro de disposición final de residuos al que llegan toneladas de basura provenientes de gran parte de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense (Mantiñán, 2018). Al mismo tiempo, se encuentran en una zona industrial donde empresas desechan elementos químicos en la cuenca del Río Reconquista, el cual atraviesa estos barrios (Grinberg et al., 2015). Esto, como veremos más adelante, trae serias consecuencias en la vida cotidiana de los vecinos quienes sufren los olores y el desborde de aguas que llega a ser importante en temporadas de lluvias.

En cuanto a sus orígenes, estos barrios se ubican en el marco de procesos de crecimiento y migración urbana más amplios que se extienden al menos desde la década de 1940, cuando la urbe comenzó a actuar como foco de atracción de población rural en busca de fuentes de subsistencia. El crecimiento demográfico y la escasez de oportunidades llevaron a que muchas de estas familias migrantes tuvieran que asentarse en zonas devaluadas y espacios considerados “vacíos” (Grinberg, 2020b). De este modo, las familias fueron ocupando la zona que, en palabras de los vecinos, en ese entonces recuerdan como un bañado. Fueron las familias quienes debieron ir rellenando el suelo con desechos para poder nivelarlo y poder construir sus viviendas. De este modo, las preguntas que guían este trabajo giran en torno a los modos en que tanto vecinos del barrio como estudiantes de una escuela secundaria especial y otra común plasman estas luchas por vivir mejor, denuncian la desigualdad y reclaman su derecho a la ciudad.

Metodología

Para poder indagar en estas experiencias, llevamos a cabo talleres de coproducción audiovisual en dos escuelas secundarias públicas de la zona: una de ellas de educación especial y la otra de educación común. Los talleres constituyen una manera de dar respuesta a los nuevos retos metodológicos que involucran la comprensión de la escuela, los cuerpos y los efectos de las desigualdades contemporáneas (Grinberg et al., 2022). Ello involucra un trabajo colaborativo, comprometido y sostenido en el tiempo mediante la implementación de métodos creativos (Kara, 2020) tales como las prácticas artísticas (Hickey-Moody, 2017). Estos últimos permiten explorar temas asociados con altos niveles de emoción (Prendergast, 2009) y habilitan la expresión de sentimientos y pensamientos que “son difíciles de articular con palabras” (Blodgett et al., 2013, p. 313). Esto permite activar una narración allí donde muchas veces las experiencias de vida enmudecen (Grinberg et al., 2022). 

Como material de análisis tomaremos dos cortometrajes co-producidos con los estudiantes. El primero de ellos, Ciudad Fantasma, fue realizado en 2018 por estudiantes de una escuela especial y constituye una forma de denuncia ante situaciones de contaminación y degradación ambiental que azotan a su barrio; este deviene “fantasma” se torna clave, ya que sus habitantes se ven obligados a abandonarlo ante la falta de respuestas políticas frente a los reclamos de los vecinos. El segundo audiovisual, Voces Carcoveñas, fue filmado en 2022 por estudiantes de una escuela secundaria y condensa distintas historias de migración y llegada al barrio, así como denuncias sobre las condiciones de vida de precariedad que les atraviesan.

Durante la primera etapa de los talleres, se realizaron una serie de actividades que buscan volver objeto de indagación a la vida cotidiana y las preocupaciones de los estudiantes. Para esto se realizaron actividades grupales, de intercambio y problematización donde los estudiantes eligieron los relatos de su interés. Luego, exploraron dichos relatos desde distintas técnicas y registros tales como dibujo, pintura, escultura, collage y música. Un segundo momento, involucró un ejercicio sobre elementos básicos de la producción audiovisual: manejo de la cámara, planos, ángulos, sonido, elaboración de guion, edición, entre otros. En esta etapa, los estudiantes recolectaron material audiovisual para sus producciones haciendo recorridos tanto dentro como por fuera del aula. Por último, editaron e hicieron devoluciones colectivas sobre las producciones. A continuación, tomaremos algunos fragmentos de ambas producciones con la finalidad de analizar los modos en que, a través del lenguaje audiovisual, vecinos y estudiantes realizan un reclamo político por el derecho a la ciudad a partir de la narración de sus experiencias cotidianas y sus relatos de vida.

Resultados

La narración como denuncia política

A partir de la pregunta surgida en los talleres de coproducción junto a estudiantes con discapacidad sobre la contaminación ambiental, proponen la realización de un corto con la técnica de stop motion, con materiales reciclados construyendo maquetas, mediante la escritura de un guion, documental y ficcionado, sobre la historia de una ciudad con altos niveles de contaminación a causa de desechos fabriles. En esta historia, los vecinos, luego de luchas, reclamos y pedidos de justicia truncos, deciden abandonarla. Ciudad que, como titulan, se vuelve “Fantasma”. Una ficción que deja de serlo cuando sus historias se entrelazan entre el guion construido y las formas materiales de la desigualdad que atraviesan y el modo en que deciden narrarlas. Para ello, se propuso que los estudiantes recuperen imágenes de sus barrios en donde evidencian esas fuentes de contaminación. En ese ejercicio, un estudiante que vive muy cercano al río Reconquista —segundo río más contaminado del país—, luego de una noche de intensas lluvias, filma un recorrido hacia la esquina de su casa. Toma su celular y decide registrar lo que ocurre en su barrio. Mientras lo hace, un colectivo urbano que pasa por allí produce un movimiento de olas, oleaje de aguas grises que se elevan por los efectos de la inundación. Mientras el transporte público de pasajeros es filmado por el estudiante, el conductor toca su bocina avalando la acción. Casi como un juego, entre quien vive en esa esquina y quien pasa por allí, entre calles anegadas y aumento de las aguas grises, evidencian las formas crueles de habitar la urbe en el presente. Es en ese relato donde se cristalizan las relaciones entre la crueldad, la escolaridad y las posibilidades que otorgan las instituciones educativas para la problematización de las condiciones de vida en y desde la escuela (Langer, 2024).

En la edición final del video, los estudiantes deciden utilizar esta producción. A pantalla partida, mientras se conversa en una entrevista con un investigador especialista en la generación de residuos que llegan cotidianamente al basural a cielo abierto más extendido de la región, situado a pocas cuadras de su hogar, el joven comenta lo siguiente: “Sí, yo vivo en Lanzone, entre Ceballos, [allí] está el CEAMSE y se inunda todo”, la entrevista continúa y otro de los estudiantes pregunta: “¿qué podemos hacer para que esto ocurra cada vez menos?”. La denuncia en la afirmación del estudiante sobre aquello que sucede cotidianamente en la esquina de su casa evidencia que las desigualdades sociales son necesariamente desigualdades espaciales (Soja, 2008) y que estas son localizadas en experiencias concretas de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, esta denuncia viene seguida de una pregunta que abre un espacio de lo posible, aquello que, como diría Lefebvre (1969) “parte de lo real, del presente”, de las condiciones desiguales en las que se habita la ciudad para pensar una nueva, diferente.

El investigador ofrece algunas orientaciones que dejan plasmadas al final de la producción a modo de conclusiones. Para ese momento, se utilizan distintos carteles con mensajes escritos, ya que algunos estudiantes poseen formas no hegemónicas de lenguaje oral y esta estrategia permite potenciar su intervención en el video. En las conclusiones los estudiantes escriben mensajes como: #si reciclás, reducís basura; #queremos un mundo mejor; #somos el futuro, con el propósito de persuadir al espectador. Lejos de querer ser promotores de la responsabilidad individual respecto de los procesos estructurales que denotan la contaminación y degradación ambiental de los barrios, los estudiantes construyen narrativas que ponen en tensión sus vidas, pero también las de la comunidad en la que viven. Estos mensajes son producidos a partir de las propias reflexiones de los estudiantes con discapacidad que participan del taller; reflexiones que se alejan de los slogans que el mercado y los neoliberalismos predican en pos de una desresponsabilización propia que esconde una culpabilización individualizada de problemáticas estructurales hacia grupos subalternizados.

Por el contrario, aquí, el lugar de enunciación es otro: son las voces de estudiantes que habitan los espacios más empobrecidos de la urbe que exigen ser vistos y escuchados en un reclamo por el porvenir de sus barrios y de sus vidas. Una proclama que se vuelve política y colectiva cuando el guion toma forma y cuerpo como resultado del taller. Un taller que sin esas voces esta situación permanecería silenciada. Son enunciados, como menciona Butler (2017), de la vida material precaria que atraviesan. De este modo, si, como sostiene Harvey (2008), el derecho a la ciudad consiste en un derecho común que depende del ejercicio de un poder colectivo que busca remodelar los procesos de urbanización, aquí se trata de leer esta producción como una manera en que los estudiantes reclaman, a partir de la puesta en pantalla de las condiciones de vida en su barrio, una ciudad distinta, abriendo así las posibilidades de transformación del espacio público.

Para que la contaminación de sus barrios ocurra cada vez menos, se sitúa en la necesidad política de (de)enunciar lo que ocurre y en la demanda de una vida más vivible para quienes emplazados en esos lugares la única opción no sea abandonar la ciudad. Un abandono que como relata el investigador en el video, no es una responsabilidad individual, sino que es la exposición a determinadas condiciones que asume la desigualdad en estos espacios urbanos. Aquí, en este corto son los jóvenes con discapacidad que mediante la utilización de formas otras de contar y narrar la contaminación ambiental de sus barrios proponen un modo de inclusión otro, donde sus voces y sus experiencias sean relevantes a la hora de pensar y (re)producir de un modo diferente, transformador, el espacio en el que viven y, por consiguiente, la ciudad.

Una apuesta pública desde experiencias de vida narradas por las voces de estudiantes que transitan espacios urbanos marcados por la degradación y contaminación ambiental que los exponen, no solo a enfermedades y abandono, sino a la muerte. Una exposición también que deciden hacer en esos relatos utilizando su voz, su escritura, sus mensajes a futuro y sus preocupaciones. De este modo, Ciudad Fantasma condensa la mirada particular de estudiantes con discapacidad sobre los modos en que estos experiencian la ciudad, al mismo tiempo que constituye un modo de denuncia y crítica sobre las formas desiguales de la espacialidad urbana, y una apuesta por un barrio mejor.

En relación con el segundo corto, Voces Carcoveñas constituye un retrato del barrio de los estudiantes: Carcova. Luego de un año de trabajar con prácticas artísticas alrededor de la idea de retratos y paisajes, los estudiantes decidieron desarrollar un corto audiovisual donde pudieran volcar ambas ideas sobre uno de sus espacios más próximos, a saber: el barrio. En este sentido, Voces Carcoveñas es el resultado de la indagación sobre diversos relatos de su barrio a través de la implementación de distintas prácticas artísticas, como el dibujo, la intervención de imágenes, la fotografía, la escritura; las cuales derivaron en una producción audiovisual. El corto constituye un ensamblaje de retratos y paisajes tejido por las historias de quienes lo protagonizan. Allí, los protagonistas elegidos por los estudiantes, relatan sus historias de llegada al barrio: cómo lo recuerdan y cómo ha cambiado hasta el día de hoy; así como también cuáles son sus deseos a futuro. Las imágenes y los relatos, se ensamblan así, en un retrato del barrio que condensa una especie de contínuum entre el ayer, el hoy y el mañana.

Los estudiantes eligen plasmar en el video, entre otras cosas, registros de algunas de las calles del barrio, así como también de las casas más precarias y de zonas en donde se concentran aguas contaminadas. Estas imágenes se combinan con las voces de los vecinos que ofrecen un retrato otro del barrio, un retrato que dista de aquellos producidos por los medios hegemónicos de comunicación que presentan al barrio como foco de cuestiones delictivas. De este modo, uno de los protagonistas más jóvenes del documental sostiene,

Entré a la música porque todos dicen que el barrio es peligroso, a mí me gustaría que más adelante digan ‘este es el barrio donde salió Alan Daniel’, y que la gente entre [al barrio], porque no es como la gente dice… Hay mucha gente que tiene talento, mucho deportista.

Así, la lucha política por una “vida más vivible” se debate allí en los modos en los que la propia vida, en este caso la de los estudiantes, sus vecinos y su barrio, se presenta a los otros, al mundo, al escenario político.

Allí donde la palabra circula, donde tiene lugar la polifonía de voces y consigo de relatos e imágenes, se abre la posibilidad de contar la vida en el barrio desde otra mirada: la de quienes lo habitan en su cotidianeidad. Así, en el transcurso del corto audiovisual los estudiantes ponen a circular la palabra, no deciden hacer un autorretrato, una selfie, sino de focalizar en los otros, en darle la palabra a vecinos, familiares y amigos. Y es precisamente allí donde se co-construye otra forma de narrar la vida urbana de Carcova, de denunciar las desigualdades que les atraviesan y de reclamar mejores condiciones de vida. Al respecto de esto último, un trabajador y vecino señala:

Una de las cosas que hizo mantenimiento urbano que antes se llamaba señalamiento fue ingresarlo a Google Maps para que existiera el barrio. El barrio ustedes buscaban en Google y no existía y hace dos años más o menos o dos años y medio que existimos en el barrio, remisería, carnicería, colegio, las instituciones, todos estamos allí, existimos, gracias a dios. La verdad a veces no tomamos conciencia que una flechita o una señal que nos diga calle Carcova, calle al fondo de Carcova, Costanera. Eso es importante tener. Antes los chicos no sabían en qué calle vivían (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

De este modo, merecer la ciudad no solo implica acceder a espacios libres de contaminación, sino también a que quienes habitan ciertos espacios de la urbe sean reconocidos y valorados. En Voces Carcoveñas, los vecinos relatan un modo particular en que, en este caso, el barrio también había devenido “fantasma” al no aparecer en sistemas de geolocalización como sí lo hacen otros barrios u otros espacios de la ciudad. Las luchas políticas, el reconocimiento y la valorización de sus habitantes “como gente talentosa” se debaten allí en cuestiones que, como señala el vecino, a veces aparecen como insignificantes. En la posibilidad de que el barrio donde se vive y se hace la vida tenga lugar en aplicaciones como Google Maps, que la calle donde se encuentra “tu casa” tenga nombre o que el barrio sea conocido por otra cosa que no sean sus supuestos “índices de peligrosidad”. Tanto en una como en otra producción audiovisual, las voces diversas se reúnen en un reclamo por una ciudad para todos y un entorno de vida digno.

Como insiste Haraway (1991) somos parte de naturoculturas donde los espacios que habitamos se encuentran estrechamente vinculados a lo que son y lo que estamos siendo. En este sentido, reconocer el nicho donde se vive y donde somos constituye una disputa permanente en la escena política. En lo que aquí concierne, la lucha política de los y las estudiantes como la de sus familias y vecinos no solo supone la puesta en valor de sus cuerpos, de sus vidas individuales, sino también en la reivindicación de los espacios que dan soporte a sus cuerpos, a saber: el barrio. Aquí, lo común, el reclamo por mejores condiciones de vida y la posibilidad de aparecer en el mapa, de “existir” adquieren el lugar de lo político, esto es, de un reclamo político por derechos eminentemente humanos y urbanos.

Construyendo heterotopías por el derecho a la ciudad

Hasta aquí hemos visto cómo las coproducciones audiovisuales condensan denuncias políticas en un reclamo por mejores condiciones de vida. Sin embargo, allí también encontramos, en las voces de los vecinos, relatos que hablan de procesos de transformación del espacio urbano. En Voces Carcoveñas, a partir de la inquietud de los estudiantes por conocer cómo era el barrio antes y cómo cambió hasta el día de hoy, los vecinos recuerdan cómo era el barrio cuando llegaron y, a través de la memoria, reponen una imagen del espacio para los más jóvenes así como para quienes observan el audiovisual. Como señala De Certeau (2000), los recuerdos nos encadenan a los lugares, nos hablan de las maneras en que las subjetividades se vinculan de manera profunda con aquellos espacios que habitan. La memoria, como sostiene el autor, es el antimuseo. Se compone de presencias de ausencias que van reponiendo aquello que ya no está, aquello que fue. Los relatos, entonces, dan cuenta de las maneras en que los lugares se practican, los modos en que se transforman en espacios. De este modo, el barrio se compone de historias fragmentadas de un pasado que viene a interpelar el hoy y permite también pensar el futuro. Los diversos relatos repiten la imagen de un bañado, de una zona de laguna con pocas casitas y sin un trazado urbano planificado:

 Un bañado, era un bañado, o sea laguna (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

Soy originario del barrio Corea que ahora se llama Esperanza que antes también era peor que esto porque había huellas[4] que me llegaban a la cintura. Yo era chiquito y bueno, hoy se hizo un barrio. (...) En Carcova en aquel entonces, 85, 86, se podían agarrar terrenos. Había mucho… (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

Esto antes eran casitas de chapa, de madera (…) Era todo un tema que no había calle, era todo un ancho nomás que caminabas, y ahí se depositaba la tierra, se depositaba madera, así también coches abandonados, un montón de cosas (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

A raíz de aquello que cuentan los vecinos motivados por las inquietudes de los estudiantes, las generaciones más jóvenes imaginan su barrio de un modo diferente y reponen las maneras en que este se fue transformando a partir del quehacer de sus habitantes. Esto lleva a que las nociones con relación a “estar peor” y “estar mejor” se articulen de modos particulares. Como vimos anteriormente, un vecino originario de otro barrio de la zona enfatizaba en que antes el barrio estaba “peor” porque se inundaba más fácilmente. Este recuerdo, de todos modos, se vinculaba con la memoria de tiempos en donde era mucho más fácil “agarrar terrenos”, donde las familias llegaban a espacios considerados vacíos buscando un lugar donde vivir y podían asentarse allí de manera permanente. La convivencia de ambas nociones nos hablan de formas particulares de habitar la ciudad, de dinámicas desiguales en donde son los vecinos quienes deben “tomar” aquello que les es negado, de tomar un espacio vacío y “hacerlo un barrio”. En esta línea, una vecina entrevistada señalaba:

Ahora el barrio está mucho mejor que antes. Ahora hay un grupo juvenil acá a la vuelta que ayuda a los chicos (…) para que no anden en la calle, que se enfoquen en algo bueno. Por suerte mis hijos ya terminaron la secundaria, y es lo que uno quiere (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

En este sentido, pensar en lo que el barrio fue, habilita la posibilidad de reflexionar sobre lo que el barrio está siendo y lo que se desea a futuro. Para esta vecina, que el barrio “esté mejor” implica que la juventud esté alejada de aquellas cuestiones que suelen vincularse con “estar en la calle” o “parar en la esquina”, que estudien, “se enfoquen en algo bueno”. Si el derecho a la ciudad consiste en “el derecho a cambiarnos nosotros mismos cambiando la ciudad” (Harvey, 2008, p. 23), los modos en que los vecinos han logrado instalarse y mejorar el barrio, así como las preguntas que se hacen los estudiantes sobre cómo pensarlo/soñarlo de ahora en más, se vuelven claves.

En Ciudad Fantasma, la puesta en escena de un escenario límite en donde un barrio se vuelve inhabitable constituye, por un lado, y como ya vimos, una denuncia de lo real a partir de la ficción. Los estudiantes allí reponen cómo es vivir a la vera del segundo río más contaminado del país y de un foco de contaminación como lo es la CEAMSE. Pero, al mismo tiempo, tanto el mensaje del corto como la palabra que eligieron para denominar su barrio de forma ficticia (“Barrio Esperanza”) denotan una apuesta colectiva transformadora, creadora de heterotopías que son motorizadas por el deseo. La idea de heterotopía, siguiendo a Lefebvre (1969), tiene su origen en la utopía. Para el pensador de las revoluciones urbanas, la utopía es una condición de existencia del pensamiento. Sin ella no podemos explorar lo posible. La heterotopía, entonces, delinea espacios sociales fronterizos de posibilidad donde algo diferente pueda pensarse, imaginarse. Los espacios heterotópicos surgen a partir de lo que la gente hace, siente, percibe y articula en la búsqueda por otorgarle significado a la vida cotidiana. En este sentido, tanto una como otra producción constituyen momentos de irrupción heterotópicos que, al mismo tiempo, nos permiten acercarnos a las construcciones que los vecinos hacen cotidiana e históricamente para volver a sus barrios espacios de posibilidad, para pensar como posible aquello que falta para que la vida allí sea más digna. Al respecto, dos vecinos mencionaban:

 [Quiero] que el barrio pueda estar mejor. Se está haciendo de a poco. Están asfaltando, faltan dos calles y después bueno, no tenemos cloacas… después todo lo que vendrá. El gas y todo eso… (…) Hay que desratizar, fumigar, poner árboles, embellecer (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

Nosotros soñamos con algunos vecinos en ese lugar en frente de mi casa que tenemos, hacer un espacio como una plaza (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

Como dijimos, que el barrio “pueda estar mejor” implica volverlo espacio de posibilidad. Esto, entonces, condensa una serie de elementos que implican tanto calles asfaltadas libres de roedores, servicios de gas y cloacas, como el embellecimiento del espacio, la presencia de árboles y espacios de juegos. Las palabras “quiero” y “soñamos” denotan que se construye a partir de lo real, para ir un poco más allá, movilizando el sueño y el deseo. Esto resulta clave si tenemos en cuenta las clásicas discusiones en relación con las concepciones de ciudad que condensan las posiciones más tecnocráticas, economicistas y racionalizadoras del urbanismo. Para los vecinos, lo lúdico, lo bello, tener espacios para desplegar el disfrute, como una plaza, tiene un lugar central en el barrio que se desea. Y en ese desear y pensar a futuro, la afectividad surge casi inevitablemente. Cuando los estudiantes le preguntaban a un vecino qué le gusta del barrio, entre lágrimas contesta:

La gente, sí. No me fui de Carcova aunque tuve algunos problemas, pero no me fui porque amo a este barrio. Amo. Podría haber vivido en cualquier otro lado, incluso voy para otro lado, pero amo este barrio y yo me comprometí ante Dios de que voy a ayudar a este barrio (Extracción de Voces Carcoveñas, 2022).

En La producción del espacio, Lefebvre (2013) se preguntaba si un cuerpo puede crear el espacio. Allí mismo el autor respondía que existe una relación inmediata entre cuerpo y espacio; algo sucede entre el despliegue corporal y la ocupación del espacio y es allí donde la afectividad aparece. Para este vecino que se emociona al pensar en su barrio y en su gente, el amor ocupa un lugar sumamente importante en la transformación e incluso en la posibilidad de imaginar un barrio mejor, con otras condiciones de vida. La experiencia vivida del espacio hace que el barrio se haga carne y esto, a su vez, potencia las capacidades agentivas de quienes lo habitan. Con esto, se sostiene que el espacio vivido difiere del espacio abstracto de los expertos y urbanistas. El espacio de los sujetos se origina, se crea y se transforma en las historias de llegada, en los relatos de espacios practicados en la infancia, en las interrelaciones de su gente, en el día a día, en los logros y, como sostiene el vecino entrevistado, en “lo que vendrá”. El deseo, el amor, entonces, manifestado tanto por quienes fueron entrevistados como por los estudiantes de ambas escuelas que decidieron filmar sus barrios, sus historias y las problemáticas que les atraviesan, es aquello que potencia las posibilidades transformativas de los espacios donde viven; transformaciones que, como vimos, van más allá de la necesidad. Reclamar espacios urbanos donde habitar dignamente, pero también, donde desplegar el disfrute constituye, en definitiva, una apuesta política por el derecho humano a la ciudad.

Conclusiones

A lo largo de este trabajo se reflexionó de manera crítica e interseccional sobre la espacialidad urbana y se evidenció los modos en que vecinos y estudiantes de dos escuelas secundarias —una especial y otra común—, ubicadas en barrios que se encuentran a la vera del Río Reconquista, realizan un reclamo político por el derecho a la ciudad, a través del análisis de dos coproducciones audiovisuales. A propósito de ello, se sostiene que el derecho a la ciudad constituye un derecho colectivo en donde se anclan procesos emancipatorios de transformación urbana. Al mismo tiempo, se manifiesta que los formatos audiovisuales habilitan la narración de las desigualdades al mismo tiempo que trastocan los modos hegemónicos de comunicación, potenciando así los modos de circulación de la palabra de estudiantes con discapacidad. En las producciones finales, se logró identificar modos de denuncia de las desigualdades cotidianas urbanas que afectan a los vecinos, así como también una apuesta por una ciudad otra, diferente. Tanto en uno como en otro corto, distintas voces, de distintas generaciones y con distintos formatos (ficticios, pero también anclados en las experiencias de vida) se reúnen en un reclamo por una ciudad para todos, un entorno de vida digno: por barrios que valgan la pena ser vividos, bajo condiciones de vida dignas y con posibilidades de desplegar el disfrute.

A partir del análisis de estas producciones, no podemos estar más de acuerdo con Harvey (2008) al sostener que el “derecho a la ciudad no constituye una moda intelectual”, sino que surge en las calles, en los barrios, de las gargantas de quienes habitan la ciudad en respuesta a una urbe para pocos, como una denuncia política en reclamo por ciudades otras, donde quepamos todos. En este sentido, los mensajes de los estudiantes hacia el final de uno de los videos son más que contundentes: “paren de contaminar”, “queremos un mundo mejor”, “somos el futuro” constituyen proclamas que buscan despertar el ojo crítico de quien mira la ciudad de manera despistada. Las desigualdades se proyectan en el espacio, y es en barrios como los que aquí presentamos donde los jóvenes padecen sus efectos más hostiles. Sin embargo, a través de la lucha cotidiana y también histórica de sus vecinos, así como también a través de la lente de sus estudiantes, el barrio se vuelve lugar de lo posible, lugar de deseo; espacio por el que se lucha para evitar que devenga “ciudad fantasma”.

Referencias

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[1]A partir de aquí llamaremos “co-producción” a este tipo de trabajo donde estudiantes, docentes y universidad producen conocimiento de manera colectiva. Como desarrollaremos más adelante, en este caso, dicha producción consistió en la coordinación de una serie de talleres audiovisuales en donde participaron docentes de la escuela y becarios e investigadores de la Universidad Nacional de San Martín. A partir de estos encuentros los estudiantes decidieron contar historias sobre su barrio.

[2] Aunque junto con Braidotti (2002), Latour (2007) e Ingold (2007) también sostenemos que la producción del espacio también implica agenciamientos no-humanos. Por una cuestión de espacio, esto no lo desarrollaremos aquí, pero al respecto puede consultarse Armella et al. (2022).

[3] Butler (2017) distingue “precariedad” de “precaridad”. La primera consiste en una condición social y económica que todos compartimos y que no podemos evitar; la última consiste en la distribución diferenciada de la precariedad, condición que maximiza la vulnerabilidad.

[4] Con esta expresión el vecino hace referencia a que el barrio se inundaba muy fácilmente