ISSN 2709-9164
https://doi.org/10.53940/reys.v4i8.179 Vol. 4(8) 2023
Psicólogos y reformas durante el Velascato
(Perú: 1968-1975)
Psychologists and reforms
during the Velascato (Peru: 1968-1975)
Arturo Orbegoso-Galarza1
Citar
como: Orbegoso-Galarza, A. (2023).
Psicólogos y reformas durante el Velascato
(Perú: 1968-1975). Revista Educación y Sociedad, 4(8), 49-55. https://doi.org/10.53940/reys.v4i8.179
Artículo
recibido: 25-10-2023
Artículo
aprobado: 29-11-2023
Arbitrado por pares
Este artículo busca destacar la actuación de algunos
psicólogos peruanos dentro del gobierno del general Juan Velasco Alvarado
(1968-1975). Se concentra, sobre todo, en dos de ellos: Leopoldo Chiappo
(1924-2010) y Carlos Franco (1939-2011); aunque también se alude a otros que
por entonces prestaron servicios en puestos estatales. Cabe destacar que, el
rol de tales profesionales en un gobierno militar, trajo consigo significativas
consecuencias sociales y políticas, que hasta ahora no han merecido un análisis
dentro de la historia de la psicología peruana.
Palabras
clave: educación, reformas, psicólogos
This
article seeks to highlight the performance of some Peruvian psychologists
within the government of General Juan Velasco Alvarado (1968-1975). It
concentrates above all, on two of them: Leopoldo Chiappo (1924-2010) and Carlos
Franco (1939-2011); although allusion is also made to others who at the time
served in state positions. It should be noted that the role of such
professionals in a military government brought with it significant social and
political consequences, which so far have not been analyzed in the history of
Peruvian psychology.
Key words: education, reforms, psychologists
1 Docente universitario,
Universidad de San Marcos - Universidad Privada del Norte (Perú). aorbegosog@yahoo.es https://orcid.org/0000-0003-1805-8916
Luego de transcurridos más
de cuarenta años del fin del último régimen militar en el Perú, su primera
etapa (1968-1975) encabezada por el general Juan Velasco (1910-1977) sigue
desatando encendidos debates. Un punto central en estas discusiones radica en
si las reformas emprendidas entonces significaron progresos o, al contrario,
fueron regresivas. En un plano más concreto, subsiste un discurso de condena
hacia determinados personajes, políticos o académicos, que en algún momento
participaron de esa administración.
La crítica a este colaboracionismo sostiene que, más allá de los ideales
reformistas o de justicia social que perseguía el Velascato, todo civil que
haya intervenido en tal gobierno, sin coacción de por medio, sirvió a una
dictadura. Este argumento, atendible sin duda, impide una evaluación
equilibrada y razonada, no solo de los cambios sociales pretendidos por dicho
mandato, también de las actuaciones individuales.
A esta altura conviene mencionar que dicho régimen autoritario no era de
derecha, como lo fueron las dictaduras latinoamericanas del siglo XX. De hecho,
el golpe de estado que le da inicio fue incruento. Se trató de un movimiento
institucional de las fuerzas armadas y de carácter nacionalista, quizá cercano
al nasserismo egipcio. Sus medidas más conocidas, reforma agraria y
estatización de empresas, incluidas algunas de origen estadounidense, le
granjearon el apoyo popular y de la izquierda. No obstante, en varios momentos
se aplicaron acciones represivas contra los opositores, como encarcelamientos y
deportaciones. Sus defensores sostienen que, pese al fracaso final de algunas
de sus medidas, la experiencia velasquista significó un avance para la sociedad
peruana. Sus detractores señalan, en cambio, que los siete años de ese gobierno
condujeron a la bancarrota del estado y a la ulterior crisis generalizada de
los 80.
Más allá
de esta discusión, aquel gobierno tuvo características peculiares. A diferencia
de otras dictaduras en la región, su orientación fue desarrollista y
progresista. Sus expropiaciones y estatizaciones ampliaron súbitamente el
aparato estatal y, con ello, la burocracia. Esto significó opciones de empleo
público para jóvenes científicos sociales. Así, ocurrió que:
egresados,
bachilleres y titulados en Psicología de las primeras promociones se
encontraron de un momento a otro con oportunidades de trabajo y un campo sumamente fértil en las áreas de
la psicología: social, política, educativa y organizacional, fundamentalmente,
aunque también se dieron posibilidades laborales en Psicología Militar,
Psicología Comunitaria (promotores sociales) (Ponce, 1998, p. 51).
Este escrito busca destacar
la actuación de algunos psicólogos peruanos dentro del gobierno de Velasco. Se
concentra sobre todo en dos de ellos: Leopoldo Chiappo Galli (1924-2010) y
Carlos Franco Cortéz (1939-2011), aunque también se alude a otros que por
entonces prestaron servicios en puestos estatales. El rol de tales
profesionales en tan peculiar coyuntura social y política hasta ahora no ha
merecido un análisis dentro de la historia de la psicología peruana.
Psicólogos y reforma educativa
Leopoldo
Chiappo obtuvo su doctorado en filosofía en San Marcos en 1951 para luego
especializarse en psicología en Estados Unidos e Italia. Hasta 1955 impartió el
curso de Filosofía Medieval y al crearse la sección de Psicología en la
Facultad de Letras asumió la asignatura de Diagnóstico Psicológico (Alarcón,
2017). En 1961, por disentir de ciertas decisiones políticas, dejó San Marcos
con otros docentes quienes luego conformarían la Universidad Cayetano Heredia.
Chiappo fue un temprano investigador en neurociencias, aunque posteriormente
retomó su original interés en cuestiones filosóficas (León, 2020). Tras su
retiro se convirtió en un experto internacional en la obra La Divina Comedia, a
la que dedicó varios libros (Alarcón, 2017; Jacó-Vilela, Klappenbach y Ardila,
2023).
A la vez que postulaba una formación independiente de
la filosofía para los psicólogos (Reátegui y Livia, 2023), paradójicamente
Chiappo cultivó la fenomenología (Alarcón, 2017). Asimismo, concedió un papel
preponderante a la educación en el cambio de las personas (León, 2022). Ese
último interés lo hará coincidir con pedagogos y sociólogos sanmarquinos en una
comisión designada por el gobierno militar para elaborar un proyecto de reforma
radical de la instrucción pública a fines de 1969. Dicha comisión la integraron
el filósofo Augusto Salazar Bondy (1925-1974), colega y amigo de Chiappo
(Chiappo, 2004), los educadores Emilio Barrantes (1903-2007) y Walter Peñaloza
(1920-2005), entre otros.
Estos comisionados, calificados de progresistas y
desarrollistas, estaban influenciados por la teoría de la dependencia, muy en
boga por entonces. Según ésta, los países latinoamericanos progresarían si
quebraban su dependencia económica de los Estados Unidos y eliminaban la
exclusión de sus mayorías nacionales (Aguilar, 2017). Otro ascendiente sobre
estos intelectuales fue la pedagogía crítica del educador brasileño Paulo
Freire (1921-1997). Desde el marxismo, este plantea que la educación no es un
proceso de mero ajuste a la realidad social. Al contrario, debe buscar el
desarrollo de la conciencia crítica del educando para que tienda a la
transformación de entornos inequitativos en sociedades más justas. Además,
destaca la necesidad de inculcar la autonomía en la persona (Freire, 2005).
Luego de un período de reuniones y debates, en 1970 la
Comisión de Reforma Educativa entregó un Informe Preliminar, más tarde conocido
como Libro Azul, documento con un diagnóstico que nutrirá la subsecuente ley
(Ley General de Educación, 1972). Entre sus principales ideas están: la
educación básica obligatoria y gratuita, especialmente para sectores
desfavorecidos; la revalorización de la cultura nacional, incluyendo el idioma
quechua; la educación para el trabajo; la participación de la comunidad en el
proceso educativo y la formación de ciudadanos críticos y libres (Aguilar,
2017; Oliart, 2011; Rojas, 2021; Salazar, 1975).
Chiappo suscribió tales tesis en artículos aparecidos en publicaciones
de la época. Por ejemplo, en 1973 escribió:
Solamente puede
haber reforma profunda de la educación y ésta como fenómeno cultural puede ser
operante para liberar a los hombres, cuando esta reforma y esta educación se
dan en el contexto de las reformas estructurales socio-económicas que afectan
la propiedad de los medios de producción y rompen el monopolio -sea de
apropiación privada u otro- y la dominación. La educación viene así, y sólo
así, a insertarse como apoyo, aceleración, profundización y consolidación de la
continuidad, en el proceso revolucionario de transferencia del poder económico,
social, cultural y político de las oligarquías al pueblo (Chiappo, 1973, p.
32).
El también
sanmarquino Raúl González Moreyra (1934-2002) inició sus estudios de psicología
en los años 50 en la Facultad de Letras, obteniendo el título de psicólogo en
1965. Dentro de su larga carrera como docente universitario en los campos de la
psicolingüística y la psicología educativa, que incluyó a la propia San Marcos,
destaca que fue asesor de la Comisión de Reforma Educativa en las áreas de
capacitación y educación superior. Asimismo, durante la primera mitad de los
años 70 fue director académico del Instituto Nacional de Investigación y
Desarrollo de la Educación (INIDE) (Jacó-Vilela, Klappenbach y Ardila, 2023).
Dicha institución, nacida gracias a la Reforma y
considerada uno de sus ejes, tuvo como objetivos la investigación empírica
(diagnósticos situacionales y evaluación de acciones), la capacitación de
docentes y la elaboración de textos y materiales educativos para maestros y
estudiantes (Bizot, 1976). Según Churchill (1980), en 1974 las capacitaciones
del INIDE llegaron a 53 mil maestros. Para sus diversos proyectos, se convocó a
psicólogos orientados a la educación. Un investigador ha sostenido que durante
su primer quinquenio INIDE generó una copiosa producción científico-tecnológica
gracias a profesionales de sólida formación (Montes, 1992).
A partir de 1973 los estudios de INIDE se dirigieron a
1) determinar perfiles psicológicos del niño escolar, del adulto marginado y
del maestro, 2) elaboración y validación de métodos psicopedagógicos y de
instrumentos de evaluación y 3) precisar variables psicológicas que afectan el
proceso de enseñanza-aprendizaje (Lazarte, 1991).
Todas las acciones descritas, englobadas dentro de la
reforma de la educación, prosiguieron con regularidad hasta 1975, año en que la
ola de cambios sufre un freno, debido a causas tanto internas como externas.
Por su parte, Chiappo se mantuvo como consultor del gobierno en temas
educativos hasta 1976, a poco de ser depuesto el general Velasco por otro
militar y mientras se desactivaban las primeras acciones que la reforma planteó
(Chiappo, 1976, 1977). En 1977, a modo de evaluación, escribió:
La necesidad de
la reforma de la educación en el Perú, sigue; sus logros han sido aún
iniciales, mucho se ha malogrado. Pero el hecho de que se planteara como se
planteó deja, en medio del sinsabor de lo trunco y fracasado, el saber sutil
pero seguro de la esperanza -mientras haya pueblo hay esperanza- (Chiappo,
1977, p. 64).
En cuanto al
INIDE, tanto la segunda administración militar (1975-1980) como los gobiernos
democráticos de los años 80 lo dejaron languidecer hasta la definitiva y
radical reducción del aparato estatal a principios de los 90.
Debe mencionarse, a esta altura, que los planes y
acciones de la reforma obtuvieron en sus inicios el elogio de la UNESCO, que
hizo un seguimiento de la misma y hasta recomendó algunas de sus medidas para
otros países en desarrollo (Bizot, 1976).
Psicólogos en
SINAMOS
Al igual que Chiappo y González,
Carlos Franco se formó como psicólogo en San Marcos. En 1969 se especializó en psicología
social en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Vuelto al Perú, asumió la
cátedra de Psicología Social en su alma mater, en donde desarrolló una serie de
estudios (Tueros, 2012). Ex-militante de izquierda, realizó pioneros trabajos
sobre psicología política (Jacó-Vilela, Klappenbach y Ardila, 2023). Otros
temas a los que dedicó artículos y libros fueron la participación democrática y
los cambios sociales y culturales (Cornejo, 2022; Franco, 1991; Tueros, 2012).
El grupo de militares en el gobierno se convenció de
que necesitaba mantener el respaldo popular a su gestión, más allá del
entusiasmo momentáneo por sus reformas y nacionalizaciones. Entonces, deseando
evitar alianzas con los desprestigiados partidos políticos, se busca establecer
nexos directos entre el pueblo y el gobierno, sin intermediarios. Así nació el
Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS), organismo estatal
cuya tarea sería promover la consciente y activa participación de la ciudadanía
(Ley Orgánica del SINAMOS, 1972; Sánchez, 2002). Esta entidad, que llegó a
contar con miles de profesionales y técnicos, buscó capacitar a la población
para que, constituida en comités y otras agrupaciones, identificara de modo
realista sus necesidades y las gestionara ante el gobierno central.
El SINAMOS fue dirigido por el sociólogo Carlos
Delgado (1926-1980) y contó con Carlos Franco como uno de sus funcionarios.
Este último explicó la concepción del organismo de esta manera:
SINAMOS fue concebido como una organización política,
estatal encargada de transferir progresivamente el poder de decisión política a
las organizaciones sociales surgidas a partir del desarrollo de las reformas
estructurales. Para el logro de tal propósito era necesario estimular el surgimiento
de organizaciones populares que expresaran en el plano socio-político el
creciente control de los trabajadores de sus unidades empresariales (Franco,
1979, p. 43).
Sobre impulsar organizaciones populares, el también
psicólogo sanmarquino e integrante de SINAMOS Mario Tueros Arias (n. 1948)
expuso en el Primer Congreso Peruano de Psicología acerca de la promoción
social, área en la que los profesionales de su institución estaban
incursionando. Según sostuvo, los psicólogos debían propiciar y acompañar los
cambios en la comunidad, sin manipulación alguna. Sí era importante, agregó, la
identificación con la población (Tueros, 1976). En otros términos, se esperaba
que los psicólogos contaran, de partida, con un compromiso político o
ideológico que habrían de compartir con la colectividad objetivo de su trabajo.
En síntesis, SINAMOS se orientó a la forja de una
sociedad plenamente participativa en la que la población plantee y resuelva sus
problemas organizada en células asociativas, ya sean agrarias o industriales
(Franco, 1979).
Años después, en un balance de la experiencia, ya en
democracia, Franco destacó un error cometido en la comprensión del país por
parte del SINAMOS:
la excesiva inflexibilidad y "unitarismo" de
nuestras estrategias de promoción, capacitación y difusión y la carencia de un
abanico de estrategias de participación diferenciadas y específicas para
atender la diversidad de problemáticas, orientaciones y demandas de los
distintos grupos sociales. Ello fue particularmente ostensible en las
relaciones con los campesinos andinos, comunero y minifundista, cuya
"visión del mundo" y particulares percepciones del tiempo, la tierra,
"los mistis", su organización, trabajo, tradiciones y costumbres
ofrecieron serias resistencias a la comprensión de los promotores del SINAMOS
(Franco, 1983, p. 671).
No fueron los únicos problemas. Franco también
reconoció como elementos contrarios al objetivo de participación de aquella
administración su carácter autoritario y centralista, al igual que su
burocratismo (Franco, 1979).
Ya desde su creación, el SINAMOS fue blanco de la
oposición al régimen. Se le acusó de intervencionista y corporativista, de
coartar la libertad individual, de querer adoctrinar a la población en una
ideología socializante y, de esta forma, lograr perennizarse en el poder. Sin
embargo, establecido que se trató de un gobierno de facto, los directivos del
SINAMOS reconocieron claramente que el poder político debía retornar a los
civiles, pero organizados de modo diferente y autónomo (Franco, 1979).
Cabe señalar que, dentro del contexto de aquel
gobierno, el cultivo de organizaciones populares autónomas y adaptables fue
percibido como adoctrinamiento de izquierda. Curiosamente, dicha orientación
coincidía con un enfoque muy conocido sobre la gestión del cambio planeado en
empresas o desarrollo organizacional surgido en los años 60 en los Estados
Unidos y de gran influencia en la administración de negocios (French y Bell,
1996). O sea, el gobierno tachado de izquierdista por sus detractores empleaba
una metodología surgida en el contexto del libre mercado.
El fin de las
reformas
El autodenominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza
Armada, pese a generar algunos cambios inicialmente tras la promulgación de la
nueva ley de educación, fue restándole energía. Además de exceso de burocracia,
no se incluyó en la concepción de tales cambios a los maestros, a los que se
esperaba convocar posteriormente. Estos, por su parte, habían radicalizado su
oposición al régimen al sentirse excluidos y relegados en sus pagos.
Adicionalmente, por esos años, un partido maoísta consigue el liderazgo del
principal sindicato de maestros (Aguirre y Drinot, 2018; Oliart, 2011; Zapata y
Rodríguez, 2021).
Dentro de la
cúpula militar del gobierno, en la que siempre hubo tendencias, el ala derecha
se impuso a los considerados izquierdistas, Velasco entre ellos, en 1975. Este
fue el inicio del desmontaje del programa de movilización popular, de la
reforma educativa y de las demás reformas. El viraje ideológico del régimen y
la crisis del petróleo que devino en serios problemas fiscales determinaron que
se redujera su financiamiento. Asimismo,
la percepción acerca de los científicos sociales como radicales se potenció, lo
que influyó en la decisión de detener, paulatina e inexorablemente, toda
iniciativa del gobierno en que estos estuvieran implicados (Rojas, 2021).
El efecto final
de lo descrito fue la desaparición por decreto del SINAMOS en 1978. En cuanto a
la reforma educativa, esta fue abolida por el gobierno electo en 1980,
retornándose así a la situación vigente hasta 1968 (Franco, 1983; Oliart,
2011).
Sociedad,
universidad y psicología
Chiappo perteneció a una segunda generación de
psicólogos peruanos, aquella que sucedió a los iniciadores o pioneros como
Honorio Delgado (1892-1969) y otros psiquiatras (León, 2022). Mientras que
Gonzales y Franco fueron parte de una generación posterior de egresados de los
estudios de psicología propiamente dichos creados en 1955. En tanto que el
primero aportó el fundamento general filosófico y humanista a la reforma
educativa, los dos últimos cumplieron un papel más práctico o aplicativo.
González apuntó al desarrollo y perfeccionamiento de la educación oficial.
Franco buscó el desarrollo social y político de los sectores populares. A pesar
de su distancia, el entorno social y universitario que rodeó a ambas
generaciones tuvo semejanzas.
Como se sabe,
durante los años 30 y 40 el Perú era gobernado todavía por una oligarquía que,
cuando no ganaba las elecciones, imponía dictaduras militares a su servicio. Y
dentro de San Marcos se reproducen los cambios sociales generales: el ingreso
de jóvenes de clases medias, así como del interior del país. Igualmente, la
principal fuerza política es el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana)
con partidarios entre docentes y estudiantes.
Más tarde,
entre las décadas de los 50 y 60 se acrecientan las migraciones y el poder
oligárquico es enfrentado, de un lado, por los campesinos que toman tierras y
reclaman reforma agraria, de otro, por una emergente generación de jóvenes
social-progresistas. En San Marcos y demás universidades estatales se produce
un aumento explosivo de estudiantes. Por entonces se crean varias carreras de
ciencias sociales: sociología, etnología y psicología. Las clases populares
tienen marcada presencia en la universidad pública. En cuanto a corrientes
políticas, la izquierda marxista cancela el otrora dominio aprista (Degregori,
2013).
Alarcón (2017)
describe este último período como de consolidación de la carrera de psicología
en San Marcos. Si bien persiste la influencia filosófica o fenomenológica, ya
es atenuada frente a la cada vez más amplia aceptación del enfoque
experimental. Igualmente, la disciplina muestra sus diversas aplicaciones y
posibilidades. De esta forma, desde fines de los años 60 se vive el auge de la
psicología social (Tueros, 2012).
Resta destacar,
a modo de conclusión, la calidad profesional y técnica mostrada por los
psicólogos sanmarquinos durante el período de reformas emprendidas por el gobierno
militar. Debiera entenderse su participación, más que como un aprovechamiento
oportunista, como el compromiso de expertos preocupados por el alarmante
retraso de su sociedad en una serie de ámbitos (educación, distribución de la
riqueza, derechos civiles). Aunque su colaboración con una dictadura militar
les valió por décadas la censura, sobre todo de sectores conservadores, hoy se
reconoce que su aporte en un período tan peculiar permitió el desarrollo de la
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