ISSN 2709-9164
https://doi.org/10.53940/reys.v5i9.172 Vol. 5(9) 2024
Del marxismo a la ideología posmoderna de la identidad
de género
From Marxism to the postmodern
ideology of gender identity
Carlos Orlando Guavita Ocampo1
Citar
como: Guavita, C. O. (2024). Del marxismo a la ideología posmoderna de la
identidad de género. Revista Educación y Sociedad, 5(9), 24-37. https://doi.org/10.53940/reys.v5i9.172
Artículo
recibido: 08-05-2024
Artículo
aprobado: 01-07-2024
Arbitrado
por pares
Los postulados del marxismo han sentado las bases para
una ideología que pretende una nueva concepción antropológica del ser humano.
Es la ideología de la identidad de género. La abolición de la propiedad
privada, la lucha de clases, la educación estatal, la religión política estatal
y las nuevas relaciones sociales son los elementos centrales para deconstruir
la cultura a semejanza del deseo y del placer, validados y legalizados por el
establecimiento de nuevos derechos, so pena del juicio y castigo social. Este
artículo reflexiona sobre una ideología posmoderna que afecta la familia, la
educación y la cultura.
Palabras
clave: marxismo, género, feminismo, identidad, sexualidad
Marxism's
postulates have laid the foundations for an ideology that seeks a new
anthropological conception of the human being. It is the ideology of gender
identity. The abolition of private property, class struggle, state education,
state political religion, and new social relations are the central elements to
deconstructing culture in the likeness of desire and pleasure, validated and
legalized by establishing new rights under penalty of trial and social
punishment. This article reflects on a postmodern ideology that affects the
family, education, and culture.
Key words: marxism, gender, feminism, identity, sexuality
1 Doctorando en Ciencias de
la Educación, Universidad Metropolitana de Educación, Ciencia y Tecnología
–UMECIT (Panamá). orlandoguavita@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-7599-3591
Introducción
El marxismo es entendido como la doctrina de las
condiciones de la liberación del proletariado. Busca la abolición de la
propiedad privada y la construcción de una economía centralizada. Sus teorías
son expresión de las condiciones materiales de una lucha de clases real y viva.
En este sentido, sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando todo el orden
social existente, por lo que, se le relaciona con la violencia revolucionaria
ligada a la toma del poder y a lo dictatorial, y a la violencia transformadora
ligada al nacimiento más o menos forzado de nuevas relaciones sociales en las
que impere la igualdad, la justicia y la libertad. Pretende un mundo sin
explotación, con una producción común distribuida según las necesidades de cada
cual (Engels, 1973; Marx et al., 1980; Crespo, 1939; Zizek, 2013).
En este orden de ideas, en el siglo XX surge el
movimiento feminista que luchó por la igualdad de derechos civiles y jurídicos
para las mujeres. A este movimiento se le conoció como el feminismo de ‘Primera
ola’, al cual se le reconoce el alcance de varios objetivos que sirvieron para
la visibilidad de la mujer occidental en lo político, económico y social (Bock,
2003; Márquez y Laje, 2016; Muñoz, 2019; Rubio, 2016; Scala, 2010). Sin
embargo, el movimiento pretendiendo nuevos logros, se alió con las denominadas
minorías oprimidas por raza, género y sexualidad, conllevando a ampliar las
metas trazadas, a tal punto, que el postrer movimiento conocido hoy en día como
‘Transqueer’, es el que prolifera y dicta los preceptos de una ideología que
impregna todo lo que toca. Es la ideología de la identidad de género –IIG-
(Errasti y Pérez, 2022; Márquez y Laje, 2016; Muñoz, 2019; Rubio, 2016).
Antes de continuar, vale la pena resaltar que la
humanidad ha consolidado unos derechos humanos universales para satisfacer
necesidades comunes a todos, he ahí su condición iusnaturalista en la cual se
construye la sociedad. Empero, cuando esos aspectos son negados o eliminados,
por los intereses de una persona o colectivo, para reinterpretar de un modo
particular la realidad, se puede decir que se habla de ideología. De modo que,
en muchas ocasiones una ideología no se condiciona a la realidad; es un sistema
cerrado de creencias o principios para los que no existen límites lógicos.
Impone a base de engaño y manipulación la idea de un orden social distinto para
la vida humana. Da una impresión de pertenencia y unidad grupal, con una causa
en común según sus propios códigos de moral y de justicia, en la que sus
adeptos dejan de lado la racionalidad y ceden su libertad (De Martini, 2013; Kaiser,
2015, 2020; Latorre, 2019; Maino, 2019; Murray, 2020).
La IIG hace del género el pilar de la identidad
sentida. La identidad, a diferencia de la autoimagen, es un aspecto
incuestionable (Errasti y Pérez, 2022). El género es un constructo social que
niega el binarismo de la especie humana, no hay hombre o mujer, o puede que
estés o hayas nacido en un cuerpo equivocado. Para Butler (2004, 2007), cada
persona se puede “hacer” o “construir” como tal, asumiendo o actuando
diferentes roles construidos culturalmente, en especial reflejado en la
sexualidad. Esta representación constituye su identidad; es el predominio de
las prácticas sexuales lo que constituye el género como identidad. Para De
Lauretis (1996), “el género es ciertamente una instancia primaria de la
ideología” (p. 15). Así pues, a partir de la sexualidad la persona autodefine
su identidad, por ello, la IIG es una concepción posmoderna antropológica de lo
que es un ser humano, ‘Soy lo que digo ser’. La IIG es irracional, dogmática,
incoherente, totalitaria, demiúrgica y violenta (De Martini, 2013; Maino, 2019;
Masson y Eliacheff, 2023; Muñoz, 2019).
Es justo en el
periodo posmoderno en el que se evidencia la penetración de la IIG en todas las
esferas de la sociedad occidental. Los postulados del marxismo sentaron unas
bases para la revolución proletaria, sin embargo, los mismo han sido
resignificados y ahora se expresan como una tiranía de la igualdad (Kaiser,
2015) o tiranía de las minorías (Saad, 2022).
Abolir
la propiedad privada Vs. La disolución de la familia como primera forma de
propiedad privada
La burguesía conformaba sus familias y consolidaba su
sistema familiar por medio de alianzas que pretendían la acumulación de
propiedades para asegurar la sucesión de capitales, tal y como lo habían hecho
en el pasado reyes y nobles (Crespo, 1939). Esto evidenciaba que el sentimiento
de unidad no era lo prioritario entre el afecto de las personas sino, el afecto
a las posesiones. No porque sí, Marx et al. (1980), sentenciaron que: “La
burguesía ha desgarrado el velo de emotivo sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero” (p. 302).
En consecuencia, Engels (2006), cataloga a la familia como propiedad,
particularmente del hombre - esposo - burgués, en la que la mujer y los hijos
representan al proletariado oprimido que debe ser liberado. Bajo dicha idea, el
comunista alemán establece las bases de la unión entre el feminismo con el
marxismo al afirmar que: “El primer antagonismo de clases que apareció en la
historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer
en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por
el masculino” (p. 25).
De lo anterior,
surge el silogismo: Hay que abolir la propiedad privada, la familia es la
primera forma de propiedad privada, por lo tanto, hay que abolir la familia.
Desde esta premisa, la IIG tiene como uno de sus objetivos la disolución de la
familia como institución natural, caracterizada por la complementariedad de un
hombre y una mujer, con funciones reproductivas específicas en la que uno ovula
y el otro insemina. Y que, por lo general, están comprometidos en matrimonio,
fundamentado no sólo en el deseo sexual sino en el afecto. Fruto de esta unión
son los hijos quienes crecen y son educados dentro de unas relaciones
jerárquicas (De Lauretis, 1996; Lévi-Strauss, 2010; Márquez y Laje, 2016; Muñoz,
2019). Dicha ideología ve en la familia un mundo de relaciones en donde “las
parejas se mienten y te mienten, se enferman y se defraudan” (Caserola, 2014,
p. 161). Es una institución heteropatriarcal que promueve relaciones desiguales
que oprimen a la mujer.
Desde esta
perspectiva, Maino (2019), expone lo siguiente:
El llamado feminismo radical o ideología de género
interpreta la diferencia entre varón y mujer como un conflicto en el seno mismo
de la familia, como lo fuera la lucha de clases en el marxismo tradicional. La
burguesía de otrora es ahora reemplazada por el “patriarcado”, y el
proletariado por el colectivo LGBTIQ+. Las estructuras de dominación son la
familia y el matrimonio, y sobre todo la maternidad. (p. 31)
Además, el feminismo radical niega que muchos de los
roles de la mujer, sean propios de su biología (madre - esposa), e insiste en
que la mujer debe desprenderse de estas imposiciones, por lo que “se empeña en
poner a la mujer en una condición de inferioridad, no valora su labor, sino que
la hace renunciar a su naturaleza, como si eso fuera el problema”
(Campillo-Vélez, 2013, p. 22). Como solución a dicha problemática, se plantea
que hay que aprender a ser mujer y hay que decidir cómo ser mujer; de allí la
expresión de Simón De Beauvoir “No se nace mujer: se llega a serlo” (1949, p. 87).
La afirmación
De Beauvoir, de hecho, niega que haya una mujer natural, ya que es una mera
construcción social, por ende: No hay mujer, se construye. Entonces, si no hay
mujer es improbable la conformación de la familia natural. La liberación de la
mujer como lo plantea la IIG, es el inicio del fin de la familia como la
conocemos hoy. Ahora bien, si cualquier persona a partir de su autopercepción,
sentimientos y emociones puede construirse y/o deconstruirse como mujer,
desconociendo las ciencias (biología, fisiología, anatomía, neurología,
psicología), y más aún, desconociendo o negando dos de los elementos
característicos de la mujer que son: menstruar o estar en embarazo (Kuby, 2017;
Muñoz, 2019), entonces ello conlleva a eliminar el sexo y al surgimiento del
género.
El género es la
construcción social de los roles tanto de hombres como de mujeres y la
deconstrucción de la sexualidad según la identidad y la orientación sexual. El
género es el sexo autoconstruido psicológicamente desde el ejercicio de la
libertad y la igualdad posmoderna, basado en la autopercepción y satisfacción
de los deseos y el placer (Charro, 2016; De Lauretis, 1996; Errasti y Pérez,
2022; Scala, 2010; Rubio, 2016; Márquez y Laje, 2016).
Es a partir del
género que surgen conceptos como identidad sexual y orientación sexual que,
desligados de la ciencia, intentan legitimar con un lenguaje pseudocientífico
las relaciones y diferentes prácticas sexuales a través de la creación de
derechos. Es por eso que, en la Conferencia de Naciones Unidas de Pekín (1995),
la Internacional Gay and Lesbian Human Rights Commission exigiera a los Estados
miembros, que reconocieran a las mujeres justamente, determinar su identidad
sexual independientemente de la orientación sexual, con el pretexto del
“derecho a controlar el propio cuerpo, particularmente al establecer relaciones
de intimidad” (Charro, 2016, p.154). Es decir, la libertad sexual ya no se
justifica en el seno del matrimonio o del fin reproductivo sino en la
satisfacción del deseo bajo el amparo de la orientación e identidad sexual.
Los ideólogos
saben que es improbable que la institución que conocemos como familia sea
abolida en su totalidad, entonces hay que transformar el concepto tradicional e
imponer uno nuevo que integre una concepción de familia acorde a la doctrina de
la IIG. Para ello, las relaciones jerárquicas no serán necesarias, todos sus
miembros serán iguales con la libertad de ser quienes quieran, no habrá
identidades, y las prácticas sexuales no limitarán a sus integrantes, es decir,
‘familia’ será lo que para cada cuál signifique, por lo que, no sorprende entre
otros, el término de manada, y otras formas de familia en la que no todos sus
integrantes han de pertenecer a la raza humana, como por ejemplo las familias
interespecies (Caserola, 2014; Charro, 2016; Errasti y Pérez, 2022; Owens y
Grauerholz, 2019).
Además de la
resignificación del concepto de familia, el concepto de matrimonio tampoco
escapa a la mencionada transformación. El nuevo matrimonio ha de ser exigido
para tener un estatus de aprobación cultural, la diferencia es que ya no será
exclusivo entre un hombre y una mujer sino entre personas de diversos géneros y
no propiamente entre dos individuos, de allí que se hable de triejas,
cuatriejas y matrimonios grupales. El estado de esterilidad de este tipo de
uniones no es impedimento para exigir su legalización, por lo que, se reclama
el derecho a adoptar o el alquiler de vientres, porque: “Tener niños ya no es
cuestión de propagar la especie (...) es algo para los adultos, un pasatiempo,
un hobby” (Márquez y Laje, 2016, p. 151).
El orden
jurídico occidental le otorga un estatus especial al matrimonio tradicional. No
por la pareja en sí sino por la prole fruto de la unión y concepción propia
entre un hombre y una mujer. Niños a los cuales se le deben garantizar un
mínimo de derechos y de protección. Por ende, es que el concepto de matrimonio
entendido como la unión de sexos complementarios (hombre-mujer), debe ser
transformado y es un paso importante para los promotores de las uniones
homosexuales, porque no se puede hablar de matrimonio sin involucrar el aspecto
procreativo de una vida nueva (Kuby, 2017; Márquez y Laje, 2016; Muñoz, 2021).
En este
sentido, la profesora Alicia Rubio señala que los mismos derechos que tienen
las parejas biológicamente reproductivas son exigidos por las parejas
homosexuales, quienes al contraer matrimonio reclaman el ‘derecho’ a tener
hijos, así la biología se los niegue. Esto no es problema porque para ello está
la ciencia y la tecnología. Por ende, es indiferente que al menor lo críe dos
mujeres o dos hombres, “El menor se convierte en un objeto de posesión de los
adultos” (Rubio, 2016, p. 104). Ese oscuro objeto de deseo en el que se
convierten los niños solo pretende garantizar el ejercicio de neoderechos: el
derecho a poseer un niño. Un niño que se venderá al mejor postor. Entonces, el
bienestar superior del infante a crecer bajo el amparo de una familia natural
queda enterrado; se destruye el concepto de feminidad y masculinidad, de
paternidad y maternidad, de familia.
Finalmente, la
destrucción de la familia, implica a la mujer ‘libre’ desconocer su génesis
natural y militar en una revolución sexual que identifica a un enemigo común,
el hombre heterosexual. Él es el creador y promotor de un nuevo término
conocido como violencia de género. A este ser violento se le debe atacar y
eliminar con todos los medios a disposición. En consecuencia, no es extraño
detectar en las marchas feministas mensajes como:
Machete al machote, Al varón castración, Macho vas a
arder, Tocan a una, matamos a uno, Muerte al macho, Un macho muerto, un
feminicidio menos, Varón, pardillo, tu boca en el bordillo, Estamos hasta el
coño de tantos cojones, Ante la duda, tú la viuda (Rubio, 2016, p. 229).
Ya sea de forma
pacífica o violenta, no cabe duda que la lucha de sexos es inevitable.
Lucha
de clases Vs. Lucha de sexos
El marxismo señala que el sistema económico y político
denominado capitalismo, es dominado por una clase social llamada burguesía, que
es casi la única poseedora de todos los medios de existencia, como igualmente
de las materias primas y de los instrumentos (máquinas, fábricas, etc.)
necesarios para la producción de los medios de existencia. La otra clase social
es el proletariado, que se ve forzada a vender su trabajo, cada día y cada hora
a la clase burguesa, a fin de recibir en cambio los medios de subsistencia
necesarios para vivir (Engels, 1973; Marx et al., 1980). Para que se elimine
este sistema, se ha de llevar a cabo una lucha de clases que propenda por una
igualdad social y que, elimine la explotación de unos hombres por otros.
La IIG compara
al burgués como aquel hombre, esposo, padre de familia, quien socialmente es
reconocido como la persona a cargo y es quien toma las decisiones sobre un
proletariado subyugado, conformado por la mujer -esposa- y los hijos, ambos
convertidos en mercancía e instrumentos de trabajo (Crespo, 1939). Es así que,
si para el comunismo el burgués debe ser despojado del dominio de los medios de
producción, para la IIG el hombre heterosexual debe ser despojado de los medios
de reproducción sexual, para así eliminar el sistema de dominación. Por lo
anterior, la IIG insiste en afirmar que al interior de la familia hay una
división sexual del trabajo, en la cual, la mujer es oprimida y subyugada
porque biológicamente es el único ser que puede concebir y dar a luz. La mujer
casada es esclava. De manera que, la maternidad y el embarazo son señalados
como formas de opresión de un sistema que es denominado patriarcado (Butler,
2007; De Beauvoir, 1949; Errasti y Pérez, 2022; Firestone, 1976; Rubio, 2016).
De ahí que, Kuby (2017), al analizar la obra de la feminista Simone de
Beauvoir, concluye: “Para Beauvoir, el embarazo era una «mutilación», el feto
un «parásito» y «nada más que carne»” (p. 60).
La libertad del
proletariado exige la apropiación de los medios de producción, y la libertad de
la mujer, los medios de reproducción. Para ello, la ideología de la identidad
de género ha de imponer los derechos sexuales y reproductivos, que empoderan a
la mujer de poder, de decidir sobre su propio cuerpo, es decir una “libertad
sexual [que] exige un sexo sin «consecuencias indeseadas» y son precisamente
las «consecuencias indeseadas» lo que atan a la mujer a sus «roles sociales
indeseados» (Rubio, 2016, p. 25). Esto implica, que el acto sexual se debe
remitir exclusivamente a lo placentero y que las consecuencias indeseadas, como
las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo -que naturalmente sólo
afecta a las mujeres- deben ser inexistentes. Los métodos anticonceptivos, el
sexo lésbico y la píldora día después son la única forma de que eso no suceda,
y en tal caso de que suceda lo biológicamente esperable, el aborto. Sin
embargo, algunos pensadores comunistas de corte crítico utópico creen que la
lucha de clases debe tender a desaparecer. Este comunismo idealista se sitúa
entre lo que hay y lo que debería ser. Incluye ideas absolutas como la justicia
y la igualdad, lo que implica la ‘realización’ de un ser común, lo que produce
un sentimiento de comunidad, y es justo allí donde reside su fuerza y utopía
(Marx et al., 1980; Zizek, 2013).
En esta misma
línea, cuando el proletariado se levante y elimine a la burguesía, se llegará a
una “sociedad (el paraíso comunista) en la que no haya ni explotación, ni
clases sociales, ni religión, ni cultura” (Muñoz, 2019, p. 37). Y ya que la IIG
se fundamenta en dicho idealismo, aboga por una sociedad igualitaria en donde
las clases sociales marginadas se liberen de la opresión del sistema, y en el
caso de la mujer se luche por la igualdad frente a los hombres. Una igualdad no
sólo en lo legal, político y económico sino también en las diferencias
estructurales y naturales, a pesar de que sean obvias y corroboradas por la
ciencia, pero que, aun así, pretenden negar, desconocer y eliminar. “Hombres y
mujeres no somos iguales, salvo en dignidad y derechos. La imposición de la
igualdad de hombres y mujeres en todos los ámbitos y aspectos, es género”
(Rubio, 2016, p. 100).
No hay
evidencia que en los países de occidente se legisle en contra de los derechos
de la mujer, es más, en estos países hay leyes que castigan cualquier forma de
discriminación hacia la mujer. Lo contradictorio es que el movimiento feminista
radical argumenta que son víctimas de un Estado opresor heteropatriarcal. El
mismo estado que garantiza sus protestas y movilizaciones; que ha creado
ministerios exclusivos para la mujer, en muchos de los cuales se ha eliminado
la palabra “mujer” y ha sido reemplazada por la palabra género, ya que, no sólo
la mujer ha sido discriminada sino también otros grupos considerados
minoritarios, por ello, este tipo de feminismo es llamado de género, porque
para liberar a las mujeres oprimidas deben destruir el sistema jerárquico (Bock,
2003; Butler, 2007; Firestone, 1976; Maino, 2019; Rubio, 2016). La mujer ha
pasado a ser un género más de una larga lista. Es cisgénero. Por otra parte,
para que la lucha de sexos se perpetúe es necesaria la unión del grupo que se
considera oprimido, para ello se ha de crear un enemigo común. Si para el
comunismo era el sistema burgués, para la IIG es el hombre blanco heterosexual.
Los medios de
comunicación educativos y públicos, transmiten la idea de que el hombre es
maltratador, por lo que la realización de la mujer será lejos de ellos, sin
compromisos, la alternativa: el lesbianismo (Rubio, 2016). “El hombre se ha
convertido en el blanco del desprecio absoluto, y el simple hecho de concebir
una relación amorosa con él, equivale al hecho de “dormir con el enemigo”
(Márquez y Laje, 2016, p. 63). Incluso la unidad del grupo oprimido no congrega
sólo a las mujeres, sino que integra a la diversidad de géneros existentes y a
los que surgen en el día a día. Por lo cual, la hegemonía del proletariado
tendrá éxito en la medida que cree un sistema de alianzas de clases y movilice
a las masas; comprendiendo, incorporando y planteando sus exigencias entre sus
reivindicaciones de lucha; creando vínculos para iniciar no una revolución
violenta sino una revolución política, económica y jurídica. La dominación
cultural es la piedra angular de la hegemonía (Márquez y Laje, 2016).
Es claro que la
IIG, siguiendo los mencionados postulados, cree alianzas con las denominadas
minorías, evidenciando el fenómeno de la interseccionalidad, cuya teoría “busca
interconectar a diferentes grupos oprimidos por motivo de su raza, orientación
sexual, de género, discapacidad o clase social. Mientras más categorías se
encuentren presentes, más oprimido está el individuo” (Muñoz, 2019, p. 60).
Dichas minorías son convocadas y agrupadas por el movimiento ‘Pride’ o
colectivo LGBTQ, cuyo acrónimo se ha ampliado a 2SLGBTQI+. Estos tienen en
común: La visión identitaria del ser humano basada en la práctica sexual; la
ontología de la persona que se sustenta en los sentimientos y deseos y, por
último, se consideran a sí mismas como víctimas por lo que, reclaman estatus
político por ser minoría sexual (Errasti y Pérez, 2022; Muñoz, 2021; Rubio,
2016; Scala, 2010; Saad, 2022).
Este colectivo
incursiona en todas las esferas de la sociedad, bajo el argumento de
indefensión, discriminación y victimización. Proponen y exigen la legislación
de neoderechos a través de leyes trans, que coartan los derechos fundamentales
del resto de la ciudadanía y se fortalecen con la imposición de un lenguaje
inclusivo, elemento fundamental en el control de la sociedad (Errasti y Pérez,
2022; Márquez y Laje, 2016; Muñoz, 2019; Rubio, 2016; Scala, 2010).
Afirmar que
existe una lucha de sexos es reconocer implícitamente que hay dos sexos, varón
y hembra, por lo tanto, lo que se evidencia es que hay una lucha violenta de
géneros no sólo contra el sexo masculino, sino que va más allá, es una lucha
contra lo heterosexual. Por lo que, no sorprende la apología violenta de grupos
que creen que:
El mundo les pertenece a los heteros, y estamos en
guerra contra su régimen… no lo cederán voluntariamente. Habremos de tomarlo
por la fuerza. Habremos de forzarles el culo para que lo abran… Comprende, es
bueno que los heteros y sus amigos nos teman. No nos cansaremos de decirlo: los
heteros son nuestros enemigos. (Caserola, 2014, pp. 67-68)
En conclusión,
en la lógica de la IIG surge el silogismo: La lucha es contra el hombre blanco
heterosexual, sustituir la categoría de sexo y cambiarla por género elimina a
dicho enemigo, por lo tanto, si no hay sexos no hay lucha. Por eso, para la
pensadora feminista Shulamith Firestone (1976), la revolución sexual, no sólo
se limita a eliminar los privilegios masculinos y las clases sexuales sino
eliminar “las diferencias genitales entre los seres humanos [que] deberían
pasar a ser culturalmente neutras” (p.14). Así pues, es un absurdo, a tal punto
que “expresiones como hombre, mujer, padre, madre, han perdido su sentido
teleológico-antropológico y se encuentran vacías de contenido, borradas por una
idea de identidad absoluta e intercambiabilidad entre los sexos que lo inunda
todo” (Charro, 2016, p. 148).
Educación
estatal de los hijos Vs. Educación Sexual Integral (ESI)
En los ‘Principios del Comunismo’, Engels (1973) afirma:
“Educación de todos los niños en establecimientos estatales y a cargo del
Estado, desde el momento en que puedan prescindir del cuidado de la madre”
(p.10). El sistema educativo formaría los jóvenes en el aprendizaje de
prácticas propias del sistema de producción, lo que favorecería su
incorporación al sistema; luego, según su inclinación y las necesidades de la
sociedad podrían posteriormente pasar a otras ramas, ello evidenciaría una
ruptura de la división del trabajo y la liberación de cada individuo del
sistema burgués. Empero, el objetivo del comunismo no sólo se limita a la
liberación de los jóvenes del sistema de producción sino también de la
liberación de sus padres. Así quedó plasmado en “El manifiesto comunista”: ¿Nos
reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen” (Crespo, 1939, p. 313).
Como ya se ha
mencionado, la IIG promueve la liberación de la mujer y de los hijos de la
opresión del hombre heterosexual; sin embargo, la liberación de los hijos no se
limita exclusivamente en lo relacionado al padre sino también a la madre. Es
justo en los padres donde la IIG encuentra la primera oposición, ya que, son
los padres los primeros educadores por excelencia. La ley les reconoce este
derecho de educar y escoger la educación para sus hijos. Ya Firestone (1976),
lo había identificado: “Legalmente los niños se encuentran todavía bajo la
jurisdicción de los padres, quienes pueden hacer con ellos lo que les parezca”
(p.179). De modo que, se ha de ver la manera de transferir al Estado la
responsabilidad de la educación de los hijos. Un Estado que no sólo garantice
derechos, sino que sea capaz de inventar algunos nuevos, así tenga que
imponerlos sobre los derechos de los padres (Kuby, 2017; Muñoz, 2019; Scala,
2010). Esto último, no sería posible sin el primer paso, la abolición de la
familia, “Conseguiríamos mucha más eficacia concentrándonos en la eliminación
de las estructuras sociales… La rebelión contra la familia biológica podría
aportar la primera revolución venturosa” (Firestone, 1976, pp. 198-199).
En el libro
‘Foucault para encapuchadas’, se define a la familia como: Conjunto de esclavos
y esclavas, es decir, es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo
hombre. En dicha familia lo que importa es que la vida de los progenitores y de
los adultos en general, sea lo más tranquila posible, para ello, se da por
sentado que el comportamiento de los niños debe propender para tal fin;
enseñados a decirle sí a lo que se considera negativo en la vida, como respetar
a los mayores, a la religión y la ley de los padres, es un sin fin de mentiras
y prohibiciones. “No hagas ruido, no te masturbes, no mientas, no robes... No
cuestiones, obedecé” (Caserola, 2014, p. 80). Si este es el concepto de familia
que aborda la IIG no es de asombrarse por qué quieren destruir la familia
natural.
Con la
abolición de la familia, se destruye el cobijo moral, los valores y el afecto
que necesitan los niños. La figura materna es esencial en el arraigo de la
seguridad del menor, al igual que, en el desarrollo de la autoestima, la
audacia y la confianza en sí mismo, lo hace la figura paterna. Ambas figuras,
son indispensables para una correcta socialización de los niños y para un
desarrollo equilibrado de su personalidad (Charro; 2016; Rubio, 2016).
Desamparados
por su familia, los menores son vulnerables en su autoestima y personalidad, y
son fácilmente manipulables al ser expuestos a las teorías de diversidad sexual
en sus centros educativos. De esta manera, el derecho de los padres para no
permitir que sus hijos sean expuestos a material que ellos consideren
inapropiado, como el de contenido explícitamente sexual, ya no será protegido
por el Estado (Kuby, 2017; Muñoz, 2019; Rubio, 2016;). De tal forma, los niños
luego de ser adoctrinados posteriormente exigirán su emancipación, con la
excusa del ejercicio de sus derechos, los cuales se han de privilegiar aún a
costa de la aprobación o no de sus padres. El caballo de Troya utilizado para
esta supuesta liberación son los derechos sexuales y reproductivos, que
enfatizan en la interrupción del embarazo, anticoncepción y esterilización (Muñoz,
2019; Scala, 2010; Rubio, 2016).
Para aclarar lo
anteriormente mencionado, la agenda 2030 de la ONU, establece en los objetivos
de desarrollo sostenible (ODS), el objetivo 5 relacionado a la igualdad de
género. Para alcanzar este objetivo se promueven los derechos sexuales y
reproductivos como una forma de alcanzar la igualdad de género. Lo que está en juego son los derechos del
niño, por lo que todo aquel se oponga a la educación sexual es ‘antiderechos’.
Es por ello que, la UNESCO (2018), insta a que la educación sexual debe iniciar
a temprana edad para que los estudiantes interioricen conceptos y puedan tomar
decisiones frente a su sexualidad.
Es a partir de
la defensa y promoción de estos derechos que la IIG pretende incorporar sus
doctrinas a través de la educación sexual integral -ESI- que ha de ser
impartida por el Estado desde la escuela, a pesar de que carezcan de
fundamentos filosóficos, médicos y científicos. El doctor Pablo Muñoz (2021),
expresa: “El problema aquí es que se plantea la educación sexual como un
‘derecho humano’ que no se le puede negar al niño. Se sostiene que es
obligación del Estado el proveer y velar por ese derecho” (p. 236). Sin
embargo, en ninguna carta de Derechos Humanos Fundamentales se reconocen los
derechos sexuales y reproductivos, bajo la premisa que toda persona tiene
derecho a obtener placer sexual sin consecuencias indeseadas. Que algo diga ser
un derecho no lo constituye como tal.
Para Maino
(2019), todo en el hombre es educable, por lo que, la educación de la
sexualidad determinará una conducta que atañe a la formación en aspectos
íntimos del varón y de la mujer, así como, el sentido que el sexo le da a sus
vidas como individuos, del respeto del cuerpo del otro y del propio. La
educación de la sexualidad está regulada por la moralidad en virtud de la
templanza, lo que implica el respeto de la intimidad. Por lo tanto, el autor
pregunta ¿Cuál será el sentido, los contenidos y los límites de la ESI?
Con respecto al
sentido, la UNESCO (2018), define la Educación Sexual Integral como:
Un proceso que se basa en un currículo para enseñar y
aprender acerca de los aspectos cognitivos, emocionales, físicos y sociales de
la sexualidad. Su objetivo es preparar a los niños, niñas y jóvenes con
conocimientos, habilidades, actitudes y valores que los empoderarán para:
realizar su salud, bienestar y dignidad; desarrollar relaciones sociales y
sexuales respetuosas; considerar cómo sus elecciones afectan su propio
bienestar y el de los demás; y entender cuáles son sus derechos a lo largo de
la vida y asegurarse de protegerlos. (p. 16)
Respecto a los
contenidos: Los programas que desarrolla la ESI se basan en la libertad sexual
y el sexo seguro. A los estudiantes se les enseña el uso del preservativo, el
consumo de anticonceptivos y en caso de embarazo no deseado, la ‘interrupción
voluntaria’ como solución. Lo importante es que los niños y jóvenes puedan
libremente ejercer su sexualidad, por lo que, si los padres se oponen entonces
habrá que liberarse de ellos.
Respecto a los
límites: El adoctrinamiento de los niños ha de iniciar a temprana edad,
tergiversando los conceptos de libertad, igualdad y del respeto al diferente
sexual. La profesora Alicia Rubio, advierte que los límites habrán de eliminar
los modelos heterosexuales en un mundo neutro sin hombres ni mujeres, en el que
para simpatizar y entender la homosexualidad se debe probar su forma de vida. “La
propia OMS considera, en sus documentos, la masturbación desde la más tierna
infancia un derecho sexual del niño” (Rubio, 2016, p. 189).
La doctora
María Charro (2016) es enfática al afirmar:
Fomentar que el niño crea que puede hacer lo que
quiera con su cuerpo, cuando quiera, como quiera y con quien quiera, supone
sumirle en la más profunda de las desgracias, al enajenar su libertad a los
deseos impulsivos de su sexualidad (p. 171).
En
consecuencia, obtendremos un adulto fracasado en su vida personal y
profesional, sumido en relaciones inestables producto de la falta de respeto y
dignidad a sí mismo, acostumbrado a actuar por impulsos, esclavo de su
sexualidad e incapaz de autorregularse y autocontrolarse.
No es difícil
prever las consecuencias de la ESI: enfermedades de transmisión sexual,
embarazos no deseados, pero no imprevistos, aborto, trastornos psicosomáticos
por SPA (síndrome post aborto) relaciones interpersonales fracturadas,
trastornos psicológicos, destrucción de la autoestima, relaciones sexuales de
todo tipo. Al no haber familia que fomente los valores y la moral, con un
estado que legisla a favor de la autopercepción y emociones de las minorías, se
crearán nuevas formas de relaciones humanas y no humanas.
Religión
política estatal Vs. Ideología de género la nueva religion
La burguesía conformaba sus familias y consolidaba su
sistema familiar por medio de alianzas, Márquez y Laje (2016) basados en la
visión marxista, comparan de manera metafórica a la sociedad con un edificio.
La base de ese edificio es el trabajo del proletariado que sustenta las demás
instituciones, Estado, cultura, religión, etc. Por lo que, la manera más fácil
de demoler el edificio es reventar los pilares económicos en los que se apoya
para transformar el sistema social y el marxismo entendió que esa transformación
se ha de lograr desde la cultura, la cual se divide en el dominio económico y
el dominio de las ideas a través de la religión, las artes, las leyes, etc.,
(Levi-Strauss, 2010) ¿Qué más cultural que la religión que sustenta las bases
morales de la familia y la sociedad?
No es
casualidad que sean los padres los que transmiten a sus hijos los valores que
han heredado, valores sentados en los dogmas cristianos. Es por ello que, la
hegemonía del proletariado se debe fundamentar en reformas morales e
intelectuales, de lo religioso y de la forma de ver al mundo, para así crear
una voluntad colectiva popular (Márquez y Laje, 2016). Así pues, queda claro
que, para imponerse en todos los niveles de una sociedad, la IIG ha de
suplantar a la religión y sentar las bases de una nueva religión dogmática; tal
vez, con la misma estructura y organización que el cristianismo, pero
fundamentada en la doctrina totalitaria comunista. Para ello, su estrategia ha
de ser cultural y su objetivo la destrucción de la superestructura —moral,
religiosa, ideológica, jurídica, familiar— vigente.
Para los
psicólogos Errasti y Pérez (2022), esta nueva religión se entiende desde la
sociología de la comunidad y de la tribu moral más que desde lo teológico, ya
que, sus colectivos tienen su propia interpretación del bien y del mal, con
ideas sacrosantas so pena de excomunión a quienes osen a cuestionarlas,
desafiarlas o ponerlas en duda. Es una ‘inqueersición’, que se sustenta en tres
aspectos, a saber: una filosofía posmoderna, una revolución del sexo y del
género y, por último, una Justicia Social progresista.
La imposición
de la nueva religión ha iniciado, con la negación del sexo, imponiendo el
género y adoctrinando a los niños desde las escuelas a través de la ESI, todo
esto con apoyo estatal, jurídico y económico, y con el cambio de la naturaleza
moral (Márquez y Laje, 2016; Muñoz, 2019; Rubio, 2016; Scala, 2010). Respecto a
esto último, Engels (2006) resalta que en las primeras familias era normal los
matrimonios grupales y que el incesto no era obstáculo para ello; así lo deja
entrever en una nota a Marx: “En los tiempos primitivos, la hermana era esposa,
y esto era moral” (p. 45). Una moral que se abrogó con el surgimiento del
capitalismo y de la religión con una estructura moral, con leyes y
prohibiciones sexuales, “de tal suerte que la primera exclusión sexual se
refirió a las relaciones carnales entre padres e hijos; la segunda, entre
hermanos” (Márquez y Laje, 2016, p .38).
Para la
religión cristiana, la forma moral de matrimonio es el monogámico que se basa
en el amor y, por ende, las relaciones sexuales de pareja se fundamentan en él.
Hay un derecho humano universal a fundar una familia y dentro de esa
institución se ejercen derechos secundarios como los sexuales y reproductivos,
ese es el orden moral. Así lo evidencia Levi-Strauss (2010): “Durante el curso
de los siglos nos hemos acostumbrado a la moral cristiana que considera el
matrimonio y el establecimiento de una familia como el único modo de evitar que
la gratificación sexual sea pecaminosa” (p. 209). Es decir, quien quiera
satisfacer sus impulsos sexuales los debe hacer sólo dentro del matrimonio, lo
que se convierte en un problema para la IIG, que pretende que, para satisfacer
los deseos sexuales lo de menos sea con quién y cómo. La moral cristiana es un
obstáculo para que la hegemonía de la IIG se constituya en todas las culturas,
por lo que es necesario atacar sus fundamentos, a sus feligreses y a la
institución como tal, a diferencia del cristianismo que quien quiera lo sigue y
el que no quiera no está obligado.
De modo que, no
es contradictoria la crítica de Engels, al sustentar que el matrimonio, más que
fundamentarse en el amor, se contrae, sólo y sí, por beneficios y acuerdos
económicos, por ello es de esperarse que cuando el amor se acabe el matrimonio
desaparezca. Por lo que:
Si el matrimonio fundado en el amor es el único moral,
sólo puede ser moral el matrimonio donde el amor persiste. Pero la duración del
acceso del amor sexual es muy variable según los individuos, particularmente
entre los hombres; en virtud de ello, cuando el afecto desaparezca o sea
reemplazado por un nuevo amor apasionado, el divorcio será un beneficio lo
mismo para ambas partes que para la sociedad. (Engels, 2006, p. 89)
Por ello, hay
que separar el sexo del amor. Si una relación de pareja no se sustenta en el
afecto y en el sacrificio por el otro, es esperable que se termine, para eso
está el divorcio, por suerte que, afectar y envilecer a la familia golpea por
añadidura a la religión. “No nos olvidemos que el matrimonio fue y es un
Sacramento religioso, ante lo cual, diría un viejo refrán, al atacarlo se
estarían “matando dos pájaros de un tiro” (Márquez y Laje, 2016, p. 198). Por
lo anterior, es fundamental que surja una sociedad sin distinciones que regrese
al estado original de la naturaleza humana, tal y como pretendía el comunismo,
a través de una religión civil que suplante al cristianismo. “No porque sí el
comunismo se ha manifestado como una religión civil y de forma parecida lo hace
la ideología de género” (Muñoz, 2019, p. 35).
En este sentido,
en la estrategia cultural de la IIG se destacan, entre otros, las
manifestaciones feministas, que en muchas ocasiones se caracterizan por la
profanación de templos, arremetiendo de manera enérgica contra personas, los
feligreses, los símbolos religiosos, rayándolos, pintándolos y vandalizándolos.
Pareciera ser, que no hay marcha sin sus slogans particulares, tales como:
“María quería abortar”, “Jesús no existe, María abortó”, “Ni Dios, ni amo, ni
marido ni patrón” (Márquez y Laje, 2016).
Además, se
tacha de fundamentalista religioso y se expone a acusaciones de odio, fanático
o fóbico a aquella persona que omita cualquier celebración del género o no
ponga en práctica las propuestas LGBTQIA+ (Errasti y Pérez, 2022; Muñoz, 2019).
Todo lo anterior, con el beneplácito estatal, amparados en el derecho a la
libre expresión, porque es justo en el Estado en dónde la IIG encuentra la
institucionalización de sus neoderechos, por ello, no es sorprendente que hayan
surgido partidos políticos abiertamente pro LGBTQ y que los partidos
tradicionales comulguen públicamente con sus ideales.
Entonces la penetración
de la IIG en el Estado, es parte de la estrategia, porque es el Estado que,
desde lo legal impone sus dogmas a través de las cuotas de género, leyes
“trans” y presupuesto. Basta con tener una mayoría consistente en los
Tribunales para reinterpretar los derechos humanos y prohibir cualquier cosa
que se les oponga o permitir lo que les favorezca (Scala, 2010). En contraste,
Engels precisaba que el Estado es un producto de la sociedad, y está llamado a
mantener los límites del orden cuando ésta se divide por antagonismos
irreconciliables. División que se ve hoy en día entre el movimiento LGTBQ y
personas u organizaciones que profesan el cristianismo o aquellos quienes
sustentan sus argumentos en la ciencia. Para evitar una lucha estéril y
violenta, en pro de la libertad y la igualdad, el Estado ha de imponerse por
encima de la sociedad recreándola a través de nuevas leyes, amparando un:
Sistema de creencias que cada vez más se asemeja a una
religión de culto, a un tipo de gnosticismo moderno que niega la realidad
física por una percepción falsa de la propia identidad. Y lo que es peor, esta
ideología está siendo forzada por el Estado en violación de los más básicos
derechos humanos (Muñoz, 2019, p. 71).
Nuevas
relaciones sociales Vs. Prácticas sexuales
El marxismo plantea que con la supresión del sistema
burgués y con la implantación de su decálogo de postulados, era inevitable el
surgimiento de nuevas relaciones sociales (Crespo, 1939; Engels, 1973; Marx et
al., 1980; Zizek, 2013). Sin embargo, Marx y Engels nunca aclararon cómo se iba
a constituir las nuevas relaciones sociales de la estructura familiar; esa
construcción quedó, primero en manos del feminismo radical y luego, en los
transactivistas.
Es así que, la
IIG espera que, con la transformación de la familia, la ‘liberación’ e igualdad
de la mujer en todos los aspectos, la emancipación de los hijos, la sustitución
de los sexos por géneros, la legalización de neoderechos y el apoyo estatal, solo
sea cuestión de tiempo la manifestación de nuevas relaciones sociales, que
dependen en gran medida de las prácticas sexuales. No porque sí, la escritora
feminista Shulamith Firestone (1976) en su libro ‘La dialéctica del sexo’,
considera que es justamente la estructura de la familia natural la que
imposibilita una plenitud sexual fuera del matrimonio, incluyendo la represión
del incesto. Para eliminar dicho tabú primero se debe eliminar la familia y la
sexualidad en su estructura, así la sexualidad conducirá a realizaciones
específicas de la satisfacción y no será privilegio de unos pocos, es decir,
del padre y la madre.
Como
consecuencia, la autora vaticina que los niños seguirán formando relaciones
íntimas y amorosas, pero no lo harán en el hecho prefijado y filial con su
madre o su padre, sino que podrán hacerlo con personas de su preferencia, de
cualquier edad o sexo, personas que ellos mismo podrán elegir -o ser elegidos-,
incluyendo a su propia madre genética. Relaciones que no tendrán que ser
exclusivamente reproductivas, sino que serán iguales, libres y en ‘amor’ hasta
que decidan deshacerlas. “¿Quizás se daría paso a verdaderos «matrimonios de
grupo», matrimonios colectivos transexuales en los que tuvieran cabida los
niños a partir de cierta edad? No lo sabemos” (Firestone, 1976, p. 188).
Para Scala
(2010), las nuevas formas de matrimonios darían origen a tipos nuevos de
familias como: “concubinato, matrimonio gay, parejas de swingers, familia
monoparental, etc.; obviamente tan válidos como la familia basada en el
matrimonio, y para los cuales reivindican el mismo status legal” (p. 17).
Caracterizados por la diversidad de prácticas y todo tipo de preferencias y
orientaciones sexuales que, por sentido común, nunca darían lugar al encuentro
entre espermatozoides y óvulos (Errasti y Pérez, 2022). Por ello, es tan
importante la promoción de la igualdad, la libertad y el ejercicio de los
derechos sexuales y reproductivos de los niños, porque: “Una vez admitido que
el niño tiene deseos sexuales y derecho a tenerlos, la aceptación de que puede
desear ejercer ese derecho con otra persona, también es cuestión de tiempo”
(Rubio, 2016, p. 125).
También es
necesario validar el consentimiento del menor, de un menor manipulable e
incapaz de discernir el abuso del amor. Para ello, las leyes que consideran
delito las relaciones sexuales con menores de edad, tendrán que disminuir poco
a poco el rango de edad de los niños en pro de sus nuevos derechos sexuales,
así los adultos no serán considerados delincuentes o pedófilos, sino según la
IIG, personas con atracción hacia menores, personas con amor hacia los niños,
porque si el amor es consentido no hace daño. Y si la edad del adulto es
impedimento se puede autopercibir ‘Transedad’ (Errasti y Pérez, 2022; Muñoz,
2019; Rubio, 2016).
Para Firestone
(1976), este tipo de relaciones con menores:
Incluirían la cantidad de sexualidad genital de que el
niño fuera capaz —probablemente bastante más de lo que creemos en la
actualidad—, pero al no ser ya el aspecto genital del sexo el foco central de
la relación, la falta de orgasmo no supondría un problema grave. (p.198)
De hecho, la
IIG no sólo promueve las relaciones sociales basadas en la sexualidad, con
personas de diferente edad o sexo. Estas relaciones trascienden a las especies,
zoofilia o zoosexuales (Díaz-Bentez, 2014), y a las cosas inanimadas,
fictosexuales, es decir prácticas ‘contrasexuales’ de grupos que pertenecen a
grupos sociales discriminados o minorías sexuales oprimidas bajo un yugo
heteropatriarcal y que al igual que el marxismo lo pretendía con la burguesía,
se debe eliminar o por lo menos, deconstruir. El espectro de posibilidades de
géneros es amplio, lo único que lo detiene es la legislación y la moral
occidental, ambas en decadencia.
Conclusión
La teoría
marxista, aunque pretendía la defensa de la libertad y la igualdad socio
económica del proletariado, sin pretenderlo sentaron las bases de una ideología
que resignifica, deconstruye y destruye aquello que la historia de la
civilización occidental construyó con base en la ciencia, la filosofía y la
metafísica. Una de esas construcciones es la familia y sus relaciones de
afecto, unidad y protección, así como la función del Estado de velar por los
derechos universales y naturales del ser humano. No se puede negar que
históricamente la mujer se ha visto sometida a discriminación e injusticias,
conllevando a una lucha contra un sistema que le desconocía como persona. Esa
lucha luego se enfocó específicamente contra un único enemigo: el ‘hombre’, a
tal punto que se satanizó cualquier tipo de vínculo con el enemigo, mutando a
una lucha de sexos. También, la alianza del feminismo con diversos grupos
oprimidos, amplió el rango de enemigos en común, pues ya no es la burguesía ni
el hombre heterosexual, sino el estilo de vida heterosexual, el cual debe ser
eliminado porque, para la IIG, representa al sistema de opresión.
Por otra parte, el matrimonio como institución social
que se fundamenta en la unión afectuosa de un hombre y una mujer, ha sido
reconfigurado para satisfacer el capricho de quienes pretenden los mismos
beneficios legales de los progenitores, haciendo que la prole sea un derecho
accesible según los gustos particulares.
La transformación de la familia otorga al Estado el
control total de la educación de los niños. Acarrea la limitación de derechos
de los padres, con leyes que privilegian los derechos de los menores sobre los
de sus padres. Ese sin número de neoderechos son los que legitiman y otorgan
poder al nuevo movimiento, a la nueva religión de reconfiguración social,
cultural y sexual.
Finalmente, se ha intentado aclarar el concepto de IIG.
La IIG es una doctrina dogmática que niega la realidad de la naturaleza humana.
Su carácter pseudocientífico la hace falsa, antinatural y estéril, por lo que,
sus postulados no tienen ningún sustento científico ni filosófico. Se presenta
como una rebelión contra la ciencia (biología, fisiología, psicología,
neurología, embriología, anatomía…), negando las diferencias innatas entre los
sexos con respecto a la reproducción, las preferencias y los rasgos psicológicos.
Bajo la idea de la libertad absoluta, pretende la liberación de la minoría
sexual oprimida, cuya identidad se puede construir y deconstruir, según los
sentimientos y emociones, a imagen y semejanza de lo que el pensamiento quiera,
es decir, de la autopercepción y comportamiento como tal.
La ideología de género hace del género la categoría
máxima, ya no dominada por el masculino y femenino, sino por aquello con lo que
la persona se identifique, con nuevas formas “antinaturales” de sexualidad (las
distintas orientaciones sexuales); constituyendo al hombre y la mujer en
sujetos irreconciliables, cuyos intereses tanto objetivos como subjetivos no
pueden ser armonizados sino a través de una lucha política, a menudo incluso
violenta, por lo que, sólo puede implantarse de forma totalitaria, tratando de
imponer una nueva antropología, provocando un cambio total en las pautas
morales de la sociedad a través de la promoción y creación de nuevos derechos
humanos.
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