ISSN 2709-9164

https://doi.org/10.53940/reys.v4i7.160                                                                                                                                                                                                                                                                                     Vol. 4(7) 2023

 

Tecnociencia, posmodernidad y humanismo: una lectura epistemológica e histórica de la crisis actual del conocimiento y la misión de la universidad

 

Technoscience, postmodernity and humanism: an epistemological and historical reading of the current crisis of knowledge and the mission of the university

 

Marcelo Fernando Resico 1

 


 

 

 

 


 

Citar como: Resico, M. F. (2023). Tecnociencia, posmodernidad y humanismo: una lectura epistemológica e histórica de la crisis actual del conocimiento y la misión de la universidad. Revista Educación y Sociedad, 4(7), 83-92. https://doi.org/10.53940/reys.v4i7.160

Artículo recibido: 05-05-2023

Artículo aprobado: 11-07-2023

Arbitrado por pares

 

Resumen

El presente ensayo reflexiona sobre los problemas humanos y sociales que genera la ciencia y la tecnología, como agente del cambio económico, social y cultural. Para ello se pregunta respecto a la naturaleza del conocimiento científico-tecnológico. La compara con otros dos modelos: el humanismo metafísico-filosófico, y el modelo hermenéutico, que desemboca en la posmodernidad. Se apunta a brindar perspectiva y orientación en un recorrido histórico de estas epistemologías. La misión de la Universidad se visualiza como generadora de un espacio de diálogo y síntesis que recupere a la persona, y sus vínculos, como el centro de la reflexión

Palabras clave: tecnociencia, humanismo, metafísica, positivismo, hermenéutica

Abstract

This essay reflects on the human and social problems generated by science and technology, as an agent of economic, social and cultural change. In order to accomplish this, it asks about the nature of scientific-technological knowledge. Then compares it with two other models: metaphysical-philosophical humanism, and the hermeneutic one, which leads to postmodernity. It aims to provide perspective in an historical review of these epistemologies. The mission of the University is seen as a provider of a space for dialogue and synthesis that keeps the person, and their relationships, as the center of reflection.

Key words:  technoscience, humanism, metaphysics, positivism, hermeneutics

1 Investigador y Docente en la Pontificia Universidad Católica Argentina. marcelo_resico@uca.edu.ar       https://orcid.org/0000-0002-0890-6849

Nota: El presente artículo surgió de una serie de exposiciones preparadas para cursos de Integración del Saber organizados por el IPIS de la UCA, dictados entre 2020 y 2023.

 


Introducción

Un aspecto decisivo del saber en la actualidad es el saber científico, punto de apoyo de diferentes innovaciones tecnológicas, que están revolucionando cada vez más rápidamente el sistema cultural, económico y social en que nos desenvolvemos, cambiando drásticamente los modos de vida. La ciencia moderna, y su hija la tecnología, ha generado avances que mejoran la calidad de vida, como los logros en medicina, el conocimiento base para tecnologías aplicadas a bienes de todo tipo, etc. Podemos decir que ha resuelto diferentes problemas, pero también ha abierto paso a otros nuevos.[1] Durante su despliegue ha sido cuestionada por temas éticos, como las investigaciones que pueden ir en contra de la dignidad humana (un extremo de ello fueron los experimentos genéticos en la II Guerra mundial), o en contra de la vida (armas de destrucción masiva, como artefactos nucleares o armas químicas y biológicas, etc.). También ha sido acusada de dar lugar a un sistema de producción y consumo que tiene efectos colaterales indeseados (contaminación medioambiental, y explotación –¿hoy exclusión?– humana).

Las crisis de la sociedad, como en la actualidad la erosión del consenso democrático, las recientes guerras y acciones violentas, así como el cambio tecnológico acelerado que puede poner en riesgo el trabajo humano y los modos de vida, tienen un correlato en el pensamiento. El lugar privilegiado para compartir, crear y difundir el conocimiento es la Universidad, por lo que esta queda implicada en la situación de transición actual.   

En este artículo, enfocándonos en los modos de alcanzar el conocimiento, nos preguntaremos, si hay algo en el método de la ciencia, o en la forma en que ha sido interpretado, que puede generar una cierta parcialidad, o reduccionismo con respecto a otras dimensiones de la vida humana y social, como por ejemplo la ética. Justamente en este punto subyace, o nace otra pregunta: acerca de una posible ampliación de dicha perspectiva. Para aportar elementos de respuesta a estas preguntas desarrollaremos una muy esquemática lectura histórica, del nacimiento, despliegue e interpretaciones del método científico moderno, así como las críticas de su consagración (¿o absolutización?) por medio de la filosofía del positivismo, y sus posibles alternativas. En cuanto a estas últimas nos referiremos especialmente, por considerarlas relevantes en la historia de occidente, a la metafísica clásica, base del humanismo, así como a la hermenéutica moderna, vinculada a lo que se ha denominado la posmodernidad.

Una idea clave, hacia el final de la reflexión, se apoyará en la posibilidad de una armonía o complementariedad entre estos últimos dos enfoques. Entendemos que, dicha armonía puede rescatar aspectos del conocimiento humano que tanto la ciencia como la tecnología debieran reconocer, bajo el riesgo de perder de vista al ser humano y tornarse en éticamente discutibles. En cierto sentido constituyen primero defensas, y también posibilidades de desarrollo, que delimitan el ámbito de lo “más que humano”, en un sentido trascendente, donde, entendemos, se juega al mismo tiempo la defensa de lo “propiamente humano”. Sin claridad en la conciencia de esta dimensión supra-empírica de la realidad, y del ser humano, consideramos, diluye su dignidad y vocación, se socavan las propias bases sobre las que el pensamiento científico puede apoyarse, poniendo en crisis la propia idea de universidad, y se pueden derivar consecuencias contraproducentes desde el punto de vista cultural, social y económico.

Origen del pensamiento científico, y su sustrato metafísico y religioso

Los orígenes del pensamiento y la ciencia moderna, como la conocemos hoy, se encuentran en la Grecia preclásica. El pensamiento en su conjunto se fue desarrollando a partir de una visión entrelazada que incluía los rudimentos de lo que actualmente entendemos como método científico, pero también una reflexión general sobre el mundo de carácter filosófico, e incluso algunos pensadores incluyeron el propio mito en su reflexión (Pieper, 1984). En general se basaron en una concepción de la naturaleza como un orden bello, bueno y sabio (kosmos), sujeto a leyes (nomós) pasibles de ser captadas intelectualmente.

Las filosofías de Platón como de Aristóteles propusieron diferenciar distintos niveles de la realidad, así como de las formas del saber específicas que, de modo graduado, captaban dichos niveles. Es interesante que Platón, además de desarrollar este tema de forma discursiva en sus diálogos, refiere la cuestión a través de una conocida alegoría, donde se vale de la imagen de una caverna. Para Platón hay básicamente dos niveles de realidad y de conocimiento, la opinión (doxa) que se dirige a las cosas mudables u opinables, y el conocimiento cierto y estable, que llama ciencia (episteme), y se dirige a la dimensión inteligible, al mundo de las ideas. A su vez la episteme se subdivide en dos, la razón (dianoia) que se relaciona con la matemática y la lógica, y el intelecto (nous) que alcanza las ideas metafísicas y morales.[2] Esta distinción nos resulta importante, porque el positivismo trazará un corte en la episteme platónica, al aceptar la razón, pero rechazar el intelecto.  

El pensamiento en el mundo Medieval se concentró en procesar las similitudes y diferencias entre el pensamiento antiguo y las verdades de la Fe (la Revelación). Si bien algunos consideraron a la Fe y la Razón como irreconciliables –existió otra polaridad análoga entre naturaleza y gracia– las principales figuras del pensamiento medieval trabajaron en una elaborada síntesis de fundamento cristológico. Una primera corriente, la Patrística, asimiló el pensamiento espiritualista de Platón, culminando en la figura de San Agustín. La segunda, la Escolástica, recibió un fuerte influjo de la recuperación de parte importante del corpus aristotélico (por intermedio de autores árabes y hebreos), que se sumó a la síntesis, culminando en la obra de Santo Tomás de Aquino. El influjo más realista de la filosofía de Aristóteles, discípulo de Platón, consistió en que ubicaba las ideas de su maestro, no en el más allá del mundo, sino en su interior, en las esencias. Es decir, transformó la metáfora de la altura, por la de profundidad, para la ubicación del plano inteligible. Sin embargo, había una coincidencia en sostener el ámbito metafísico y moral del conocimiento, que constituía un puente natural con la cosmovisión religiosa.

Este mayor énfasis en la realidad colaboró con otras tendencias del mundo medieval para dar impulso al origen de la modernidad.[3] Por un lado, los monasterios se habían organizado disciplinariamente alrededor de la oración y el trabajo (ora et labora, de San Benito) en períodos de tiempo regulares. A partir de ello se revitalizaron las prácticas agrícolas y artesanales, la arquitectura, la copia de manuscritos y la educación en general (teología, filosofía, clásicos, ciencias, técnicas, etc.).[4] Por otra parte, durante la Baja Edad Media, se reabrió con ímpetu el comercio con el medio oriente y comenzó un período de auge comercial y financiero por parte de las ciudades comerciales (Burgos), comenzando por las italianas.[5] Allí se desarrolló la economía (comercio, finanzas, instituciones, industrias, etc.), la movilidad social ascendente por la iniciativa y el trabajo, y una representación política más participativa, debido a delegación de autonomías por parte del emperador. Así se fueron afianzando elementos importantes de la cultura moderna. Esto posibilitó un giro realista y humanista –en conexión con la perspectiva religiosa– que se profundizaría durante el Renacimiento y los inicios de la Edad Moderna.

Nacimiento de la ciencia moderna en la época de la “crisis de la conciencia europea”[6]

El momento moderno, que inicia convencionalmente en el Renacimiento, conduce por una serie de autores al comienzo de la denominada “revolución científica”. El mayor realismo y humanismo, junto con la recuperación de fuentes antiguas, llevó a un renovado impulso del saber. En este contexto la física moderna lograría los mayores avances. Con la línea de evolución que pasa por Copérnico, Kepler, Galileo y Newton, se completa la fundamentación científica de la posición de la tierra en el sistema solar, así como una primera formulación coherente de la física sobre una nueva base, la llamada “mecánica clásica”.  

El nuevo método, que tuvo en Galileo uno de sus mayores propulsores, consistía en estudiar de modo sistemático la realidad de un fenómeno realizando experimentos controlados. En dichos experimentos se iban observando y definiendo variables cuantitativas (medidas de una determinación en relación con otras, o al tiempo). La idea era lograr leyes, en este caso de expresión matemática; el propio Galileo sentenció que “la naturaleza está escrita en lenguaje matemático”. De este modo nació, y se desplegó, el método empírico-matemático a partir de experimentos controlados, de la ciencia moderna.

Dicho método resultó exitoso, pero en el contexto de una Europa que estaba en plena época de revolucionarios descubrimientos geográficos, y donde se estaba produciendo, con la Reforma Protestante, un cisma religioso de graves consecuencias en el cristianismo, resultó en una crítica y gradual abandono del sustrato metafísico y religioso del conocimiento, con varios casos conflictivos (uno de los más conocidos fue el juicio a Galileo)[7].  Si bien todos los grandes astrónomos y físicos que mencionamos eran cristianos expresos (algunos incluso, monjes), y, sobre todo, la ciencia moderna se nutría del marco metafísico y religioso, que partía del supuesto de una racionalidad benevolente, preexistente detrás de los fenómenos a estudiar, lentamente se comenzó a considerar a Dios como un mero arquitecto, una figura más distante, que había puesto en marcha el mecanismo de la naturaleza, pero que no intervenía directamente en ella (el dios del deísmo).

La ilustración y el positivismo: transmutación de la ciencia en filosofía y religión

Como resultado de la nueva confianza en el hombre y su razón, de los grandes cambios y descubrimientos, y de la crisis religiosa que llevó a una terrible guerra fratricida a la mayor parte de Europa, se desarrolló el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración (o Iluminismo, por la “luz” de la razón) del que surgiría luego el positivismo.[8] Kant (2009), tomó los datos de la percepción empírica (empirismo) y el reconocimiento de la matemática y la lógica como sola fuente de certeza (racionalismo) –es decir, los dos aspectos del método empírico-matemático– como base de su gnoseología. Esta remitía la inteligibilidad a la propia razón, que moldeaba con sus hipótesis los datos de la percepción, omitiendo su fuente en la realidad sustancial, o el ser (cuestionando así la base de la tradición metafísica previa). Pero un paso posterior y definitivo en la conformación del Positivismo lo dio Comte (1984), su principal sintetizador y expositor.

Este tomó el paradigma empírico-matemático y lo generalizó en una filosofía omnicomprensiva. Nada que no pudiera ser observado, medido y clasificado podía ser científico. Ninguna idea o teoría que no tuviera la claridad y la nitidez de la matemática podía ser considerada cierta y lógica (aunque, notablemente, ¡su filosofía no alcanzaba sus propios estándares!) [9]. Comte (1984) describió un esquema histórico en el cual asociaba la mitología y la religión con la infancia del conocimiento, la metafísica con la adolescencia, mientras que la ciencia positiva, empírico-matemática, constituía la etapa de madurez del conocimiento humano y su culmen. Esta visión se complementaba con una visión optimista acerca de su utilidad, dado que estos conocimientos científico-técnicos iban a garantizar la paz, el bienestar y el avance humano en las diversas áreas. Es lo que se denominó el “Progreso”, al que tendía el uso de la razón y la libertad. Así también, surgieron estrategias para aplicar el método empírico-matemático a las ciencias sociales y humanas, que previamente no se consideraban posibles de desarrollar bajo esa óptica, como la economía, la sociología, o la psicología experimental.

Ya avanzado el siglo XIX se produjo otra controversia de amplio alcance, que amenazó con conmover una vez más los fundamentos de la cosmovisión tradicional. Apoyado por hallazgos paleontológicos, así como también por avances en la botánica y zoología comparadas, se desarrolló una nueva teoría acerca del “origen de las especies”[10]. Las ideas de Charles Darwin (1809-1882), concebidas en su viaje en el navío Beagle alrededor del mundo, concatenaron varios hechos de descubrimiento reciente para elaborar la idea de la mutación de las especies, basadas en la “selección natural” y la “supervivencia del más apto”[11].

Esta concepción, ocasionó un debate entre la noción bíblica del origen del ser humano, y esta nueva explicación científica. Si bien las dos ideas podían ser sostenidas en diferentes niveles al mismo tiempo, surgieron conservadores que negaron el descubrimiento científico, así como científicos que declararon el fin de las religiones debido a este avance de la ciencia.[12] A pesar que la teoría de la selección natural tiene un alcance que puede ser delimitado científicamente, en el clima espiritual del positivismo, se produjo la propuesta de generalizarlo hacia un evolucionismo holístico (Herbert Spencer, Thomas H. Huxley).[13] Esto implicaba elevar la teoría de la selección natural a principio filosófico, proveyendo una explicación de tipo biológico-histórico-filosófico de amplio espectro, que ahora sí entraba en conflicto tanto con la visión creacionista metafísico-religiosa, como la deísta.

En definitiva, se fue delimitando una modalidad de pensamiento cientificista, que no solo aceptaba y celebraba los descubrimientos en diversos campos, sino que, transformado en filosofía –ya sea mediante el positivismo, o el evolucionismocompitió con las cosmovisiones precedentes. Para estas posturas la ciencia empírica es la única forma válida de conocimiento, dado que se basa en la observación, la experimentación y la lógica; la razón y la ciencia pueden, con el tiempo, explicar todos los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad; la religión y la metafísica son formas de pensamiento obsoletas que deben ser reemplazadas por la ciencia y la razón; la moral y la política deben fundarse en la observación empírica de los hechos y en la aplicación de los métodos científicos, y no en dogmas o creencias; la sociedad debe ser organizada de manera racional y científica, basada en el conocimiento empírico y en la búsqueda del bienestar material; y el progreso humano depende básicamente del avance de la ciencia y la tecnología.

La respuesta romántica: la hermenéutica y el estatus de las “ciencias del espíritu”

Se produjo, a partir de los desarrollos de la Ilustración y el Positivismo, así como por su aplicación a la tecnología y su difusión en la economía y en la sociedad –la Revolución Industrial– la reacción del movimiento Romántico. Este comenzó en el ámbito artístico, pero luego tuvo derivaciones culturales e intelectuales. En su aspecto artístico puede verse como un contrapunto frente a los preceptos de orden, equilibrio y racionalidad que caracterizaron al arte neoclásico precedente. Pero también reaccionó frente a otros aspectos de la Ilustración, como, por ejemplo, su racionalismo y materialismo, junto con sus consecuencias técnicas, económicas y sociales. Desde el punto de vista de la evolución del pensamiento y de la ciencia –el tema que nos interesa en particular– se fue desarrollando un método de estudio de las ciencias humanas, de amplio alcance, denominado la hermenéutica.

La retórica y hermenéutica clásicas de la antigüedad buscaban respectivamente, por una parte, la creación y expresión de sentido, y, por otra, la interpretación de la producción expresada. La hermenéutica moderna nació de la exégesis de las escrituras bíblicas, y se considera a Friedrich Schleiermacher como uno de sus principales impulsores iniciales. Schleiermacher (1999) sostuvo que la obra literaria es un objeto único e irrepetible y su interpretación debe ser adaptada a su singularidad. Enfatizó que la interpretación es un proceso de comprensión profunda y auténtica (Verstehen), que implica un diálogo constante entre el intérprete y la obra. Este proceso no se limita al contenido de la obra, sino que abarca también su forma y estilo, la coherencia interna (relación de las partes al todo, y viceversa), así como el contexto histórico y cultural en el que fue creada. A partir de este inicio, la hermenéutica se fue proyectando a las ciencias humanas en general, y, con el tiempo, se extendió a otros campos del saber.

Mientras la exégesis se enfoca ante todo en los textos, la hermenéutica es una disciplina interpretativa más amplia que incluye los diversos tipos de comunicación y de creaciones humanas. A partir de ello Dilthey (1949) reflexionó sobre sus implicancias epistemológicas y filosóficas. Argumentó que las ciencias morales o humanas (Geistwissenschaften) difieren de las ciencias naturales (Naturwissenschaften), ya que las primeras se ocupan de la comprensión (Verstehen) de la vida interior de los individuos y de las culturas, mientras que las últimas se ocupan de la explicación causal (Erklären) de los fenómenos naturales. Dilthey (1949) sostuvo que la comprensión se logra a través de la empatía, la imaginación y la interpretación de los fenómenos históricos, culturales y sociales, desde dentro. Por contraposición, el método de las ciencias naturales, parte de la observación y la conjetura de hipótesis, integra nueva información empírica a fin de testear dicha suposición informada, y finalmente contrasta los resultados.

Además de su empleo en las humanidades, se dieron aplicaciones del método cualitativo hermenéutico a disciplinas científicas más duras como la sociología y economía comprensiva de Max Weber, las Escuelas históricas, de la Economía o del Derecho, etc. Pero un paso significativo constituyó la introducción de esta perspectiva en la propia Física teórica –la “reina” de las ciencias positivas– por parte, entre otros, de Heisenberg (1957), que considera al giro subjetivista como la tercera etapa en la evolución de la física. Dicho giro, impulsado como vimos por el romanticismo, y condensado en el método hermenéutico, tuvo amplias repercusiones, que continúan hasta la actualidad[14].

Una salida a la crisis del positivismo y la hermenéutica relativista: la “hermenéutica metafísica”

La tradición de la hermenéutica, como las corrientes antecedentes, tuvo su propuesta de universalización filosófica. Ese camino la condujo, por una parte, en la dirección de un subjetivismo radical, como, por ejemplo, el implícito en la frase de Nietzsche (2008) “No hay hechos, sino sólo interpretaciones” (p. 222). Esa línea de evolución tiene el potencial de llevar, no sólo a la ciencia, sino al conjunto del pensamiento, hacia un relativismo generalizado, que puede conducir a posturas irracionalistas. Sabemos, que el pensamiento y la cultura no son neutros, sino que se conectan con la acción humana y sus consecuencias sociales. La tendencia al nihilismo de esta línea, puede dirigir, ya sea a un pesimismo pasivo, ya sea a una justificación explícita o por default del predominio de la fuerza[15]. (La primera posibilidad, notemos, la torna inerte frente al avance de la otra que vamos recorriendo, la de las tecno-ciencias, derivadas del enfoque positivista).

Entendemos esto, junto con el desarrollo del positivismo y sus consecuencias tecnológicas, económicas y sociales, tuvo relación con lo que ocurrió históricamente. Mientras Positivismo y Romanticismo pugnaban por la primacía en el conocimiento, en la cultura y en el alma del siglo XIX –también llamado “el siglo del Progreso”– a principios del siglo XX se produjeron una serie de catástrofes, sin parangón. Las dos guerras mundiales, los regímenes totalitarios, la Gran Depresión y el desempleo en masa, los campos de concentración y el desarrollo de armas de destrucción masiva, pusieron seriamente en duda mucho de lo que se había postulado previamente. Aquí los análisis se bifurcan. Mientras una postura asigna la responsabilidad a la racionalidad tecnológica y técnica (la razón instrumental), cegada de la consideración hacia lo humano, la afectividad y la subjetividad, la otra postura responsabiliza al subjetivismo radical, que, en su relativismo generalizado, difundió una irracionalidad que utilizó los neutrales avances tecno-científicos para fines inmorales. Sin embargo, ambas tendían a desfigurar la dignidad absoluta de la persona humana, y a erosionar la base normativa racional mínima de la moral, con previsibles consecuencias.

Por ello, nuestro objetivo aquí es ofrecer una tercera alternativa, con lo que se hará explícito nuestro interés en incluir la tradición metafísico-religiosa, dentro de las perspectivas bajo consideración. Esta lectura, plantea que la dicotomía racionalidad-irracionalidad, se produce cuando se elimina la posibilidad de una sabiduría reconciliadora que pueda contener, encontrar lugar y complementariedades, a los dos polos anteriores. Que la libertad, la afectividad, y el deseo de realización humanos requieren una base de referencia moral para su despliegue beneficioso, a la vez que la racionalidad no puede encontrar fundamento en sí misma, una vez que el sustrato trascendente de la realidad inteligible es abandonado.

Pero retomando nuestra argumentación, respecto a la lógica de la hermenéutica relativista en su derivación nihilista, es importante agregar que la hermenéutica no necesariamente lleva en esa única dirección. La obra contemporánea de Grondin (2008), autorizado intérprete de la filosofía de Hans Gadamer, se centra en señalar una alternativa.[16] En su introducción a la hermenéutica, señala una distinción en dicha tradición: además de la línea subjetivista radical, ubica a su maestro Gadamer, y a sí mismo, en otra alternativa, que llamará en una obra posterior “hermenéutica metafísica”.[17]

A partir de este punto, el de la confluencia de la hermenéutica y la metafísica en rescatar el camino experiencial y humano del proceso del conocimiento, y, al mismo tiempo, sostener la existencia de la posibilidad de acceso a la dimensión inteligible y trascendente de la realidad, encontramos una base desde donde realizar una doble crítica. Por un lado, a la deriva subjetivista radical y nihilista de la hermenéutica, con sus potenciales consecuencias de vacío, pesimismo e irracionalidad. Y, por otro, al frustrado optimismo pan-utilitarista de las tecno-ciencias, herederas del positivismo, que venimos exponiendo.

Esta crítica al positivismo reconoce, sin inconveniente, todos los hallazgos y resultados beneficiosos de la tradición científica moderna y actual, y sus aplicaciones a avances tecnológicos que mejoran la vida humana individual y social. Sin embargo, podemos plantear salvedades a: la reducción del conocimiento a la experiencia empírica, negando la posibilidad de conocer realidades que no pueden ser observadas, como la moral o la estética; la ignorancia de la dimensión subjetiva de la experiencia humana, y de la importancia de los valores y las emociones en la vida social; la incapacidad de ofrecer respuestas satisfactorias a las grandes preguntas existenciales, como el sentido de la vida o la naturaleza del universo; la reducción de la complejidad de la vida social a esquemas simplificados y tratar a las personas como objetos pasivos de investigación;[18] y la tendencia a sobrevalorar el papel de la ciencia y la tecnología, ignorando los efectos negativos que pueden tener sobre la naturaleza, la persona y su vida social.

El positivismo, en definitiva, cae en lo mismo que critica: diviniza el dato y endiosa la ciencia, además de generar una falsa fe en la tecnología, que convendría tener presente en la actualidad. Los acontecimientos históricos que señalamos algo más arriba nos recuerdan que el crecimiento y la acumulación del saber científico y técnico, no aseguran la maduración moral, ni la sabiduría de la vida, de la humanidad. Por el contrario, son una memoria patente de la necesidad permanente de una orientación ética del saber y de la responsabilidad por las consecuencias de las técnicas desarrolladas por el ser humano.

Conclusión: Un camino de integración del saber para un nuevo humanismo

En la segunda mitad del siglo XX, es decir en la segunda posguerra, se amplió el consenso sobre planteos de base metafísica, que se venían desarrollando, y sobre un humanismo religioso, que planteó su consonancia con la democracia y las libertades de una sociedad pluralista. Representantes de dicha postura, participaron y aportaron elementos importantes a la formulación de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, surgidos de la aguda consciencia de la necesidad de no repetir la historia precedente.[19] Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX y primeras del siglo XXI, habiendo abandonado en buena medida esa orientación, podemos preguntarnos si: ¿existe el peligro de recorrer caminos análogos a los de fines del siglo XIX?

En la actualidad nos encontramos en un contexto en el que confluyen, tanto la tecno-ciencia pan-utilitarista acelerada (heredera del positivismo), que no reconoce el espíritu y los límites de la naturaleza humana, como una hermenéutica radicalmente subjetivista, en este caso Posmoderna, que descree de todo valor natural y trascendente en una nueva Babel de relatos sin referentes.[20] Ambas se cierran a la trascendencia, o proponen, creemos infructuosamente, una salida inmanente.

Esta crisis del conocimiento (y de la cultura) impacta en primer lugar en la propia idea de Universidad, desgajada entre ser una sierva del tecno-utilitarismo dominante, o caer en el agnosticismo de un relativismo que termina siendo cómplice de ese predominio. Pero también la crisis está teniendo serias consecuencias sociales, económicas, de relaciones internacionales, educativas, etc., poniendo en riesgo la paz, la economía, el equilibro medioambiental y la inclusión social.[21]

Haciendo un balance para nuestra reflexión conclusiva, podemos apuntar en la dirección de reconocer aportes importantes tanto de la ciencia moderna y actual, como de la hermenéutica moderna y contemporánea, pero enfatizaremos la necesidad de recuperar la tradición de pensamiento metafísico y religioso, que comienza en la edad antigua y medieval, y continua hasta el presente. Cada una de estas perspectivas nos brinda un aporte rico e insoslayable, pero también contiene, aislada de las otras, la posibilidad de degenerar en abusos, al cerrarse sobre sí, y desconocer el aporte de las otras. Sería autorreferencial pretender aislarse y apuntar a una autonomía, que desconozca el aporte de las otras perspectivas.

A partir de aquí, creemos, se puede establecer la posibilidad de una aproximación de “integración del saber” desde una mirada, quizás, innovadora. La necesidad de reconocer aspectos positivos y significativos de cada enfoque, puede ser la base para proponer una visión amplia, que tenga en cuenta dimensiones vitales de lo humano, en particular el punto de partida, y de llegada, de su “apertura a lo trascendente” en su relación con el prójimo, con la naturaleza, y con Dios. Creemos, para una Universidad, no puede haber una vocación más apasionante: afianzar y desplegar un diálogo permanente entre las diferentes perspectivas, abiertas a incorporar todos los avances en un diálogo fructífero, en una renovada síntesis que se ponga al servicio del “desarrollo de todo el ser humano y de todos los seres humanos”.

Referencias

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[1] Guardini (1963) afirma una dialéctica por la cual la tecnología, que surge para darnos libertad frente a los temores y desafíos que planteaba la naturaleza en el estado primitivo, ha crecido de tal modo que ahora se ha tornado ella misma en fuente de nuevos temores y obstáculos a la libertad. Adorno y Horkheimer (2018) ofrecen una tesis similar: enfocan la técnica en el “control” de la naturaleza y de los semejantes, pero esta se ha vuelto un sistema de autocontrol y dominio que encierra la propia vida.

[2] La palabra griega día-noia, implica una división y comparación del nous, del mismo modo que razón implica conocimiento, pero también división o comparación entre dos números. En definitiva, constituye la capacidad del entendimiento humano que procede por comparación y cálculo, frente al nous que implica la captación simple.

[3] Seguimos la tesis de que el Renacimiento y la Modernidad son una continuación de ciertos aspectos previos, modificados, dejando de lado la interpretación que plantea un corte agudo y una contraposición.

[4] El monacato impulsó un modo de organización igualitario-legal (Regla de San Benito) y una disciplina y ascética, presentes para algunos, en el método de la ciencia y de la actividad económica moderna. Véase Weber (2012), donde pocos han notado su afirmación en cuanto a que la Ética Protestante es una “ética monástica secularizada”.

[5] Las denominadas Repúblicas mercantiles: Amalfi, Pisa, Venecia, Génova, Florencia, etc. Esto se conectó, por medio de rutas terrestres con ciudades del interior (ferias comerciales), llegando al mar del norte (Hansa Teutónica).

[6] Utilizamos el título de la obra de Hazzard (1988).

[7] Puede verse en Fantoli (2011). La Iglesia realizó una recapitulación en Giovanni Paolo II (1992).

[8] Otro concepto central de la Ilustración es la “libertad o autonomía,” pero no podemos ocuparnos de él aquí. Elementos aplicados a la economía y el orden social pueden verse en Resico (2006).

[9] De allí también su estándar de objetividad, definida como “neutralidad valorativa” (Value free/Wert frei).

[10] En 1669, Niels Stensen, científico danés y sacerdote católico, descubrió en las montañas de Toscana, el fósil de un diente de ballena casi idéntico al de otra capturada en la costa de Leghorn. Intuyó que Toscana debió haber sido inundada en el pasado por un océano. Así se le atribuye haber fundado tres ramas de las ciencias geológicas: la paleontología, la cristalografía y la geología histórica. Identificó tres estratos geológicos diferentes y por primera vez propuso una secuencia temporal para la formación de la corteza terrestre (Coyne, 2006).

[11] “Darwin propuso que todas las especies vivas descienden de un pequeño grupo de ancestros comunes, quizás solo uno. Sostuvo que la variación dentro de una especie ocurre al azar y que la supervivencia o extinción de cada organismo depende de su capacidad para adaptarse al medio ambiente. A esto lo denominó ‘selección natural’. Reconociendo la naturaleza potencialmente explosiva del argumento, insinuó que este mismo proceso podría aplicarse a la humanidad, y lo desarrolló en un libro posterior, The Descent of Man […] El origen de las especies generó una controversia inmediata e intensa, aunque la reacción de las autoridades religiosas no fue tan universalmente negativa como a menudo se presenta hoy” (Collins, 2006, pp. 97-98).

[12] El intelectual británico y cardenal católico John H. Newman declaró en 1868: “La teoría de Darwin, verdadera o no, no es necesariamente atea; por el contrario, puede simplemente estar sugiriendo una idea más amplia de la habilidad y la providencia divinas” (Coyne, 2006, p. 2).

[13] Véase a Spencer (1864).

[14] Puede seguirse, por ejemplo, la línea desde la física subjetivista, a la física y la filosofía de la “complejidad”, término algo abusado en la actualidad.

[15] La conocida frase “por la razón o por la fuerza”, pone de manifiesto la tentación a la violencia, dado que, si no puede haber razón, sólo queda recurrir a la fuerza.

[16] Gadamer es reconocido por Verdad y Método (1960).

[17] Grondin (2021) señala: “La filosofía siempre ha tenido conciencia de esta naturaleza metafísica y hermenéutica. Desde un punto de vista histórico, es posible que la filosofía más antigua y medieval hubiera insistido más en la vocación metafísica u ontológica de la filosofía, mientras que el pensamiento moderno ha puesto de manifiesto la aportación «hermenéutica» del sujeto conocedor, insistiendo en las mediaciones insuperables del sentido, el papel del cogito, del sujeto trascendental, de la historia, de la cultura o del lenguaje. Por ese motivo, podemos decir que la filosofía clásica era más metafísica, mientras que la filosofía moderna –y esto vale también para los posmodernos– parece por lo general más hermenéutica, hasta el punto de autoproclamarse en ocasiones, aunque al precio de una lamentable auto-ceguera, alérgica a la ontología y a la metafísica. Lo cierto es que una metafísica sin hermenéutica es ciega y una hermenéutica sin metafísica es vacía.” (p. 92)

[18] Por ejemplo, hoy es común reducir la mente de la persona a su cerebro, y luego el cerebro a una computadora. Más allá de que esas comparaciones pueden arrojar cierta luz, está el peligro de creer en ese reduccionismo, que denigra la dignidad de la persona humana. ¿Qué implica entonces referirse a una inteligencia artificial?

[19] El caso más conocido, entre otros, es Jacques Maritain, filósofo neo-tomista cristiano, que participó en la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Su obra clave es Humanismo integral (1999). Su rol fue importante también en el fin de la “Guerra fría” entre occidente y el comunismo de la ex-Unión Soviética. Así lo atestiguan autorizados biógrafos de Juan Pablo II (que fue un fruto tardío de esta época) como Weigel (2001).

[20] Véase, por ejemplo, las posturas materialistas de la neurociencia, y las propuestas trans y posthumanistas. Por ejemplo, un artículo que conecta la filosofía el trans y posthumanismo y generó un interesante debate es el de Sorgner (2009).

[21] De lo que se desprende la necesidad de una “ecología integral” (Francisco, Laudato sí’, 2015).