ISSN 2709-9164
https://doi.org/10.53940/reys.v4i7.159 Vol.
4(7) 2023
Aprendizaje solidario y liderazgo docente: desafíos al
desarrollo profesional
Solidarity learning and teacher
leadership: challenges to professional development
Manuel Bello
Domínguez1
Citar
como: Bello, M. (2023) Aprendizaje solidario y liderazgo docente: desafíos al desarrollo profesional. Revista
Educación y Sociedad, 4(7), 46-57. https://doi.org/10.53940/reys.v4i7.159
Artículo
recibido: 31-06-2023
Artículo
aprobado: 20-08-2023
Arbitrado por pares
En este artículo se abordan temas relacionados con la enseñanza,
el aprendizaje escolar y el desarrollo profesional de los docentes. En este
marco, se destacan algunos conceptos y propuestas relacionados con los desafíos
éticos y políticos de la educación actual tales como: la inclusión, la equidad,
la cohesión social y la formación de ciudadanos críticos y autónomos. Se
propone y discute el concepto de aprendizaje solidario como tarea colaborativa
de sujetos colectivos en aulas y escuelas; como condición para hacer realidad
la inclusión educativa y el bien común.
Palabras
clave: desarrollo profesional docente, aprendizaje solidario, inclusión
educativa, liderazgo docente
This
article addresses issues related to teaching, school learning and teachers'
professional development. Within this framework, some concepts and proposals
related to the ethical and political challenges of current education such as:
inclusion, equity, social cohesion and the formation of critical and autonomous
citizens are highlighted. The concept of solidarity learning is proposed and
discussed as a collaborative task of collective subjects in classrooms and
schools; as a condition to make educational inclusion and the common good a
reality.
Key words: teacher professional development,
solidarity learning, educational inclusion, teacher leadership
1 Asociado y asesor de CIDE -
Colegio José Antonio Encinas Franco. manuel.bello@upch.pe https://orcid.org/0000-0003-2047-1048
Nota: Una versión anterior de este documento fue presentada como
conferencia en el XV Congreso Latinoamericano de Lectura y Escritura, realizado
en Lima en setiembre de 2019, con el título: “Desarrollo profesional docente y
mejora de la lectura y la escritura”.
1. Sobre la Enseñanza y el Aprendizaje
Solidario
Enseñar, han dicho muchos autores, es facilitar o
lograr que los estudiantes aprendan. Pero otros autores van un poco más allá,
como es el caso de Langford (como se citó en Carr, 1998) cuando afirma que la
finalidad general de la enseñanza es capacitar a los demás para educarse, “y
educarse consiste en aprender a convertirse en persona en la sociedad a la que
cada uno pertenezca” (p. 35). Es decir, el docente no es solo un facilitador de
aprendizajes, como se dice habitualmente, sino alguien que además procura que
los estudiantes “aprendan a aprender en su contexto”, es decir, que se formen
como aprendices autónomos en interacción con los que los rodean y comparten el
proceso.
Más aún, desde el enfoque de educación inclusiva[1],
la enseñanza recibe además el encargo de lograr que todos los estudiantes, sin
excepción, aprendan y desarrollen su autonomía para aprender en su contexto. En
este marco -y en esta época- ya no es aceptable que algunos estudiantes logren
los objetivos de la educación en el nivel esperado y que otros fracasen; lo que
se espera del docente es que todos sus alumnos avancen en aprendizajes y
autonomía, según lo previsto para la etapa de la escolaridad en que se
encuentran. La inclusión escolar no está lograda si alguien asiste a la
escuela, pero no aprende ni desarrolla sus potencialidades. Sin embargo, cabe
preguntar: ¿realmente es posible que todos los estudiantes aprendan y logren
los objetivos en el nivel esperado para el grado escolar en el que se encuentran?
En particular, por ejemplo, ¿es posible que todos los estudiantes de segundo
grado de primaria, sin excepción, alcancen el nivel satisfactorio de
comprensión de lectura y de escritura productiva previsto en el currículo? ¿Es
posible conseguir que todos los estudiantes, a medida que avanzan en su
trayectoria educativa básica y luego superior, logren el dominio esperado de la
lectura y la escritura -y la autonomía para aprender- en cada una de las etapas
de esa trayectoria? En América Latina eso no está ocurriendo, como lo
demuestran los resultados de estudios nacionales e internacionales[2].
Lograr que todos aprendan y alcancen los objetivos en
el nivel esperado, sin exclusiones, discriminaciones ni desventajas, es el gran
desafío de la educación inclusiva contemporánea. La educación básica universal
y de buena calidad, con equidad en los resultados, es el estándar mínimo al que
se debe aspirar en cada país, como condición para hacer realidad la igualdad en
las oportunidades y el desarrollo de sociedades democráticas, sostenibles y
armoniosas.
Sin duda, para lograr ese propósito aparentemente
utópico, por lo alejado que está de la realidad presente en América Latina, se
requiere de la confluencia de factores diversos, comenzando por voluntad
política para garantizar la disponibilidad suficiente de condiciones y recursos
materiales y educativos; escuelas organizadas para aprender y para realizar la
tarea educativa de una manera institucional y comprometida; docentes
convencidos de que el cambio es posible; estudiantes dispuestos a aprender juntos,
a enseñarse mutuamente y cuidar que ninguno de sus pares se quede afuera o
atrás; familias y comunidades involucradas con la calidad de la escuela y con
la educación de sus hijos y la de todos los demás niños y adolescentes de su
localidad. En pocas palabras, se necesita una reforma de la educación escolar.
En este marco, también es indispensable revisar y
sustituir los paradigmas vigentes de la enseñanza y el aprendizaje. La
comprensión vigente de la enseñanza como una tarea del docente individual en su
aula y del aprendizaje como una responsabilidad de cada estudiante individual,
resulta muy insuficiente cuando se entiende la educación básica como un proceso
complejo, comprometido con lograr que todos los estudiantes aprendan todo lo
que necesitan para ser ciudadanos protagonistas de sus proyectos de vida, autónomos
y a la vez solidarios, en sociedades diversas, complejas, pero armoniosas y
sostenibles.
Desde este punto de vista, la educación de los niños y
adolescentes es mucho más que un proceso técnico y pedagógico; no hay un país
que pueda decir: “logré que todos los estudiantes aprendan aplicando la
metodología “A” (o la metodología “B”)”. La tarea de educar a las nuevas
generaciones debe ser entendida como una movilización social y política
permanente, en la que los docentes -organizados como equipos profesionales en
las escuelas- tienen que cumplir un rol de liderazgo pedagógico y social, que
incluye, pero no se limita al dominio de contenidos disciplinares, didácticas,
estrategias o técnicas específicas; es una tarea que exige un perfil
profesional mucho más amplio, en el que destacan las habilidades para la
conducción de procesos colectivos de aprendizaje solidario.
En un marco de enseñanza tradicional, se pide al
docente inclusivo que agregue a su competencia pedagógica las habilidades y
recursos necesarios para atender a la diversidad de condiciones de sus alumnos,
para que todos aprendan; debe ser capaz de atender y facilitar el aprendizaje
de grupos de estudiantes con perfiles culturales y personales diversos, que se
encuentran en distintas etapas de la trayectoria educativa esperada. La
atención a la diversidad muchas veces tiene que llegar hasta el nivel de la enseñanza
personalizada y la atención a alumnos individuales que requieren de apoyos
especiales.
Pero atender a todos con calidad es una tarea casi
imposible para el docente, salvo que se introduzcan cambios en la gestión y los
arreglos del aula. La perspectiva de la enseñanza entendida como liderazgo y
movilización social implica enfrentar el reto de una manera distinta a la
tradicional; abre nuevas posibilidades, en la medida en que involucra a todos
los actores interesados y comprometidos con el logro de los objetivos de la
educación, comenzando por los propios estudiantes, pero también los familiares
de los alumnos y otros miembros de la comunidad. En una escuela orientada por
el propósito de que todos aprendan lo esperado -y en el nivel esperado-, todos
tienen el reto de aprender y también de enseñar, ayudando a aquellos que lo
necesiten para no fracasar, para no quedarse atrás. Cuando la educación es
entendida como una movilización pedagógica y social, como un proceso colectivo,
se renuevan los roles de los docentes, los estudiantes, las familias y la
comunidad.
De acuerdo con esta concepción de “aprendizaje
solidario”, todos en el aula conocen los objetivos a ser alcanzados y todo
aquel que aprende luego enseña, el que avanza luego ayuda a avanzar a los
demás, en especial a los que tienen dificultades. Para este enfoque, el
aprendizaje no es solo significativo para cada alumno individual, pues tiene
que ser significativo y eficaz para todos; en consecuencia, se trata de un
aprendizaje solidario sustentado en procesos colectivos. Existen abundantes
evidencias sobre el efecto positivo del aprendizaje entre pares y lo que se
propone acá es una opción radical por el aprendizaje entre pares, con el nombre
de “aprendizaje solidario”.
La conducción de procesos colectivos de aprendizaje
solidario demanda que el docente tenga habilidades sociales para liderar,
constituyendo con sus estudiantes un grupo organizado para aprender -es decir,
un sujeto colectivo- lo cual es más que es más que la suma de las
individualidades que lo conforman. Esto supone dejar de lado la cultura escolar
tradicional individualista, que propicia la competencia y en la que unos pocos
triunfan sobre los demás, otros muchos sobreviven en la mediocridad, y otros más
se resignan al fracaso.
Liderar al grupo de aula desde un enfoque de
aprendizaje solidario, para que todos logren lo esperado, implica que el grupo
asuma el proceso como un reto colectivo con objetivos compartidos, que todos se
comprometan a que todos aprendan; e implica generar dinámicas de
interaprendizaje, de aprendizaje colaborativo, de apoyo y de ayuda entre unos y
otros, que el docente estimula, organiza y conduce. Todos en este grupo
solidario de aula se esfuerzan por aprender lo esperado, pero también se
esmeran para evitar el atraso y eventual fracaso de cualquiera de sus
integrantes. Cuando un estudiante destacado se adelanta al ritmo del
aprendizaje de los demás, de inmediato asume el reto de enseñar de la mejor
manera a otros estudiantes que requieran de su ayuda. Al hacerlo también
consolida su propio saber, gana en empatía, en autoestima y en responsabilidad.
El aprendizaje solidario exige un arreglo distinto de
la organización y las actividades en el aula para facilitar los procesos de
colaboración y ayuda mutua. La evaluación y los incentivos, en este caso, se
orientan por los criterios y el sentido del aprendizaje solidario, como
reconocimiento de logros colectivos y no como estímulo a éxitos individuales
desconectados de los avances y metas del grupo. Se considera que el aprendizaje
ha sido logrado cuando todos los integrantes del grupo demuestran el desempeño
esperado, y el reconocimiento se otorga al grupo de aula y al docente en su
conjunto, ya no a cada estudiante por separado.
El aprendizaje solidario, además, sale del aula y
compromete al conjunto de la escuela, en su organización y funcionamiento. La
escuela, entendida como una institución que aprende y enseña, conducida por un
equipo de docentes orgánicos, diseña y realiza actividades que dan apoyo y
soporte a los procesos del grupo de aula. Así, por ejemplo, puede comprometer a
los estudiantes mayores en tareas de apoyo al aprendizaje de los alumnos de los
primeros años escolares; estudiantes de secundaria -como parte de sus propios
procesos formativos- pueden asistir en determinados horarios a las aulas de
primaria, para apoyar y estimular los aprendizajes de sus compañeros menores.
Pueden estar durante un tiempo a cargo de pequeños grupos, leer con ellos o
motivarlos a leer, escucharlos y acompañarlos en el juego de producir sus
propios textos y plasmarlos en el papel, o reforzar aprendizajes en cualquier
área curricular. En una escuela solidaria, la totalidad de los estudiantes y
docentes de la institución constituyen un sujeto colectivo mayor, que integra a
todos los grupos de aula, que se compromete con el desarrollo educativo de
todos sus integrantes.
Por otro lado, el rol de liderazgo del docente también
incluye la movilización social de los familiares y otros miembros de la
comunidad, comprometiéndolos con la tarea educativa. Algunos familiares pueden
asistir al aula en ciertos horarios, para leer con los niños o para asumir
tareas de apoyo al docente y a los estudiantes en la enseñanza y el
aprendizaje. Otros, con la orientación del docente o del directivo de la
escuela, pueden organizar desde sus hogares o centros comunitarios actividades
extraescolares complementarias o de reforzamiento, como contribución al logro
del objetivo común: que todos aprendan, que nadie se quede atrás.
Un ejemplo hermoso de esta contribución educativa
comunitaria, es el funcionamiento de “casas lectoras”, que reciben algunas
tardes por semana a niños y niñas del barrio que se juntan para leer y leerse
unos a otros. Otro es el caso de familias que reciben en sus hogares a niños
vecinos y compañeros de sus hijos para que realicen juntos sus tareas de
indagación o sus proyectos escolares. Las “ferias pedagógicas”, los “parques
lectores”, la “maratón de lectura” y la “maratón de la escritura”, son otras experiencias
de participación de las familias y comunidades en la tarea educativa compartida[3].
2. Sobre la Docencia como Actividad
Profesional Comprometida y Colegiada
Muchos autores coinciden en señalar que la docencia,
como actividad profesional, no se limita a la tarea de enseñar. Para ser
docente profesional se necesita bastante más que el dominio de contenidos
disciplinares y conocimientos pedagógicos. Según Rivero et al. (2003), los
docentes requieren de un código de ética profesional. “El docente -dicen- debe
asumir los derechos humanos y particularmente los Derechos del Niño y la Niña
como la base moral para su actuación profesional y motivación para contribuir
al crecimiento de los educandos como sujetos de derechos” (p. 57). Sin
desmerecer la importancia de las habilidades profesionales específicas
asociadas a la planificación, los contenidos disciplinares, las didácticas, la
evaluación, o la administración del clima de aprendizaje en el aula, en esta
ocasión se resaltan ciertas características del docente profesional que
contribuyen al desarrollo de un aprendizaje solidario, en escuelas organizadas
como instituciones, con equipos colegiados y actores comprometidos, que asumen
la tarea educativa como un desafío compartido.
En ese sentido,
una dimensión importante de la profesionalidad es la autonomía en la toma de
decisiones, en el marco colectivo de la institución educativa. Así lo resaltan
varios autores, como Avalos (2000), para quien “ser profesional significa poder
decidir e influir en el cambio educacional, es decir, contar con poder político
(…) y poder profesional: lo que se denomina en inglés “empowerment”” (p. 4).
Está demostrado que la repetición de recetas impuestas por autoridades externas
mal definidas como “superiores”, no puede asegurar que todo el grupo de aula
avance desde su desigual situación inicial hasta el logro esperado de
aprendizajes. Eso solo lo puede lograr un docente profesional y empoderado, con
autonomía y capacidad para actuar con pertinencia y eficacia.
El protagonismo
y la autonomía académica del docente profesional son resaltados por diversos y
reconocidos autores, que lo califican como “intelectual crítico” (Giroux,
1990), “profesor investigador” (Stenhouse, 1987) o “práctico reflexivo”
(Elliot, 1993). El Marco del Buen Desempeño Docente del Ministerio de Educación
(2012) también destaca esta idea de rol trascendental del docente, el cual debe
implicar una importante capacidad para valorar, discernir y distinguir en cada
situación para la mejor toma de decisiones, lo que resulta indispensable para
responder a la diversidad de los estudiantes y atender a las necesidades de
cada uno, en distintos momentos del proceso.
En ese marco se
ubica la recomendación de Ferrer (2007), de adoptar un enfoque balanceado y
flexible para la enseñanza de la lectura y la escritura como conclusión de una
revisión exhaustiva de investigaciones y experiencias en América Latina y otras
regiones. En el mismo sentido se manifiestan más recientemente Schiefelbein y
McGinn (2017), cuando destacan que -de manera general- lo que distingue a los
profesores profesionales no es principalmente el tipo de método de enseñanza
que usan, sino la habilidad para decidir qué métodos son más apropiados para
cada tipo particular de estudiante, de contenido y de contexto. En este
sentido, plantean lo siguiente: “Nuestra creencia es que los profesores
profesionales son hábiles tanto en instrucción directa como en los métodos
constructivistas de enseñanza” (Schiefelbein y McGinn, 2017, p. 148) Así, la
llamada “guerra de los métodos” encierra un falso dilema; lo que importa es que
el docente tome la decisión más pertinente para cada circunstancia.
Por otra parte,
Carr y Kemis (como se citó en Carr, 1988) definen a los docentes como agentes
culturales y políticos, capaces de utilizar la investigación-acción para
desarrollar una profesionalidad práctica en clase y en la escuela. La
profesionalidad, para ellos, es un ejercicio cooperativo, dentro y fuera de la
enseñanza, que se convierte en una especie de protección contra la “gestión
burocrática”, que suele controlar de forma ideológica a docentes y maestros con
paquetes curriculares como medio.
En el Perú, el
Proyecto Educativo Nacional (PEN) al 2021 (Consejo Nacional de Educación [CNE],
2017) y el Marco de Buen Desempeño Docente (MBDD) aprobados por el Ministerio
de Educación (2012), señalan que el docente profesional debe estar preparado
para reconocer y atender a la diversidad cultural que aportan sus estudiantes,
además de tomar en cuenta las diferencias de todo tipo, sin perder de vista que
su misión consiste en lograr que todos y todas logren los resultados educativos
previstos.
El MBDD define
la docencia como una profesión relacional, con carga ética y política, y
considera al docente como un profesional capaz de discernir y tomar decisiones.
Lo primero indica que no basta el dominio conceptual, técnico e instrumental en
los campos específicos de la enseñanza y la evaluación, sino que se requiere un
esfuerzo adicional a manera de compromiso ético-moral, reconociendo al
estudiante como sujeto de derechos.
La complejidad del perfil del docente
profesional, según Alliaud (2017), se deriva de lo siguiente:
Si bien la preocupación por la enseñanza cobra
protagonismo, se espera de los docentes la reflexión y comprensión de las
dimensiones sociopolíticas, histórico-culturales, pedagógicas, metodológicas y
disciplinarias (de las disciplinas de estudio); la dimensión ética de la
profesión, la contemplación de los contextos sociales y las problemáticas
contemporáneas; el compromiso con los valores democráticos; el dominio de los
contenidos y de su significado en diferentes escenarios y su articulación
interdisciplinar; el conocimiento de los procesos de investigación, el
desarrollo profesional y la formación permanente. (p. 64-65)
Carr (1998), va
más allá cuando plantea que enseñar con calidad, tiene más que ver con la
transferencia de valores éticos y abstractos en el qué hacer educativo que en
la aplicación correcta de técnicas en la enseñanza. En este sentido, el mismo
Carr (1998) concluye que “El profesor que carece de esta capacidad puede rendir
cuentas, en el sentido técnico, pero no puede hacerse responsable en sentido
educativo o moral” (p. 10).
Las actitudes y
expectativas del docente con respecto a los estudiantes influyen en su
desempeño y compromiso con el aprendizaje de todos, lo que repercute en los
resultados del aprendizaje. Según Gairin (1990) el profesor presenta de cara al
alumno 4 modelos de actitudes: actitud de apego, actitud de preocupación,
actitud de indiferencia y actitud de rechazo. Se espera que un docente
profesional comprometido tenga una actitud de apego, o al menos de
preocupación. Al mismo tiempo, sabemos que los docentes profesionales trabajan
mejor y logran mejores resultados educativos cuando tienen altas expectativas
con respecto al potencial de aprendizaje y desarrollo educativo futuro de sus
estudiantes.
Por otro lado,
es igual de importante desde el punto de vista del aprendizaje solidario que el
docente profesional esté habilitado, como se ha dicho antes, para liderar
procesos de movilización pedagógica y social, que involucran al grupo de aula
como sujeto colectivo comprometido con el desarrollo satisfactorio de todos sus
integrantes, y también suponen la capacidad para convocar y orientar la
participación pertinente y efectiva de los familiares y otros miembros de la
comunidad a la que pertenecen sus alumnos. En el marco de la educación
inclusiva y del aprendizaje solidario, estas habilidades son indispensables.
Además de lo
anterior, se espera que el docente profesional se integre al equipo escolar, es
decir, a un colectivo de profesionales y no profesionales que llevan adelante
de manera colegiada la tarea de educar a niños y adolescentes, en escuelas
organizadas institucionalmente para que todos los estudiantes logren los
aprendizajes esperados. Otra vez asoma acá con fuerza el concepto de “sujeto
colectivo”, esta vez referido a los docentes y otros trabajadores, agrupados en
una escuela.
Desde el punto
de vista del aprendizaje solidario, el docente debe ser un profesional
orgánico, o institucional, que es corresponsable de la educación de todos los
estudiantes de su escuela. Su responsabilidad es mayor respecto de los alumnos
que están directamente a su cargo en su aula, pero también tiene una cuota de
responsabilidad profesional en relación con todos los demás estudiantes de su
institución educativa. Es necesario tener presente siempre que la experiencia
de los estudiantes en la escuela no se limita al espacio específico del aula, y
también supone estar expuestos en el tiempo, durante doce o más años, a la
influencia de distintos docentes y de la institución en su conjunto.
El trabajo en
equipo implica más que participar eventualmente en reuniones con los colegas de
la escuela y apoyar a los directivos en ciertas tareas de la gestión pedagógica
o administrativa de la institución. Ser un profesional orgánico de la escuela
supone participar como protagonista en los procesos de elaboración, ejecución y
evaluación del proyecto institucional, en el diseño y realización de planes y
programas educativos, en el monitoreo y evaluación constante de la vida escolar
desde la perspectiva de los fines y valores asumidos por la institución. Un
profesional institucional participa activamente en procesos de crítica y
autocrítica, en el diseño e implementación de innovaciones educativas y en los
esfuerzos de desarrollo profesional individual y colectivo, con los colegas y
en correspondencia con las necesidades y los objetivos de la institución.
Ciertamente, la
posibilidad de participar como protagonista en la vida institucional de la
escuela no depende solo de la voluntad individual del docente. En buena medida
está condicionada por el arreglo institucional, la existencia de un proyecto
educativo compartido, el tipo de organización y de liderazgo directivo, la
cultura escolar y el clima de convivencia, la existencia o no de un equipo de
trabajo y el nivel de compromiso ético y político del conjunto de los
compañeros de trabajo con los fines de la educación y del proyecto
institucional.
Sin embargo, la
existencia y funcionamiento del equipo de trabajo y la fortaleza institucional
y orgánica de la escuela deben ser considerados como indicadores del nivel de
desarrollo profesional de los docentes de una determinada institución
educativa. Más aún, puede decirse que el desarrollo profesional de los docentes
es mayor o menor en una localidad, una región o un país, considerando el grado
de integración de los profesores como sujetos colectivos que se responsabilizan
de manera colegiada del aprendizaje de todos los estudiantes de sus escuelas y
de su territorio.
3. Sobre los niveles de desarrollo
profesional de los docentes
Las características del trabajo docente profesional
expuestas en la sección anterior no están presentes en la práctica real de la
mayoría de los profesores del Perú y de América Latina; expresan una
aspiración, no una realidad. En el caso peruano, la práctica limitada de muchos
docentes es el resultado de una trayectoria educativa escolar deficiente y de
una formación profesional inicial con muchas debilidades, a lo que se suma que
las condiciones materiales e institucionales para realizar su trabajo en las
escuelas no son las mejores. Como consecuencia, muchos docentes son operadores
rutinarios del currículo y de metodologías definidas por otros, repetidores de
prácticas vivenciadas durante su propia experiencia como alumnos, con limitada
capacidad para reflexionar críticamente y actuar con autonomía profesional.
Estudios como
los de Elacqua et al. (2018) y Bruns y Luque (2014), elaborados para el Banco
Interamericano de Desarrollo y el Banco mundial, documentan la escasa
efectividad que suelen tener los maestros de América Latina, por la debilidad
de sus prácticas pedagógicas y su limitado nivel de conocimientos
especializados. Afirman que los países de la región parecen no poder escapar de
un nivel muy bajo que destaca por pobres estándares para ingresar a la
docencia, postulantes de baja calidad, salarios igualmente precarios, poco
profesionalismo en el aula y asimismo, bajos resultados educativos (Bruns y
Luque, 2014).
En el Perú, las
evaluaciones de los concursos de nombramiento y contratación de docentes de los
últimos años han mostrado que menos del 10% de los maestros participantes
aprueban y logran acceder a las plazas concursadas (Palacios y Vizurraga,
2019). Por otro lado, en una evaluación nacional realizada en 2006, 48% de los
docentes se ubicaron muy por debajo de lo esperado en comprensión de lectura
(Eguren y de Belaunde, 2019). Distintas evidencias muestran que muchos de los
profesores peruanos se ubican en un nivel de desarrollo profesional incipiente,
con limitaciones en el conocimiento de las disciplinas y en el dominio de
habilidades para la enseñanza o para el liderazgo pedagógico y social.
La explicación
de esta situación, en el caso peruano, remite a una convergencia de diversos
factores, pero en gran medida es el resultado de lo que León (2017) denomina
“colapso educativo” y diversos autores describen como el abandono de la
educación pública por parte del Estado, que redujo drásticamente la inversión
por alumno y el salario de los docentes, especialmente entre la década de 1970
y el año 2000. A pesar de que en los últimos 20 años el Estado ha realizado
algunas mejoras en el financiamiento de la educación y el tratamiento a los
docentes, aún sigue siendo insuficiente.
Sin embargo,
muchos docentes peruanos tienen actitudes positivas con respecto a las
relaciones interpersonales en la institución educativa, que son importantes
como base para establecer dinámicas de trabajo colegiado. Cuenca (2011)
encontró que los propios docentes destacan las buenas relaciones en la
comunidad educativa (colegas, director, alumnos, padres) y mencionan el apego
al trabajo colectivo como un rasgo fundamental del buen desempeño profesional.
Por otra parte,
León (2017) concluye de su estudio cualitativo que las docentes están
acostumbradas a comprender su trabajo como una experiencia individual, en parte
porque las instituciones educativas no han generado condiciones favorables para
el trabajo en equipo. Por eso mismo, las docentes no saben trabajar en equipo,
no han desarrollado las habilidades para ello y tampoco han experimentado los
beneficios y las ventajas del trabajo colegiado; además, temen quedar expuestas
ante sus colegas por su limitado dominio sobre los temas pedagógicos, dice este
autor.
Los docentes,
señala León (2017), tampoco han desarrollado la capacidad individual para
reflexionar sobre la práctica y evaluar los procesos de la enseñanza y
aprendizaje para mantenerlos o cambiarlos; se trata de un requisito
indispensable para avanzar en autonomía profesional. Con frecuencia atribuyen
las dificultades de aprendizaje a limitaciones de los propios estudiantes y sus
contextos, y no las asocian con deficiencias de la enseñanza.
Sin embargo, no
es conveniente generalizar; una característica de los docentes peruanos es la
heterogeneidad de su nivel de desarrollo profesional, como lo reconocen el
Ministerio de Educación y diversos investigadores. El mismo León (2017) dice
que no existe un tipo único de docente, puesto que,
hoy podemos encontrar aquellos con desempeños
profesionales adecuados, otros con prácticas más rígidas, aunque “eficaces”,
algunos más con prácticas débiles que solo impactan en un porcentaje reducido
de sus estudiantes, y docentes cuya intervención no tiene efecto alguno en los
aprendizajes de las niñas y los niños, sea por razones de competencia
profesional, sea porque no les interesa ejercer impacto alguno por falta de
interés y de responsabilidad. (p.32)
Para describir
la situación profesional diferenciada de los docentes, es necesario tipificar o
definir perfiles por etapas o niveles de desarrollo de la práctica de los
profesores. Se necesita contar con una escala de progreso, que sirva como
insumo para determinar políticas y estrategias pertinentes para promover el
desarrollo profesional. En términos sencillos, se necesita un marco de
desarrollo progresivo en la profesión, que permita diseñar y realizar lo
necesario para que los distintos grupos de maestros puedan avanzar, desde el
nivel en el que se encuentran actualmente hasta el nivel siguiente de su
desarrollo profesional.
Al respecto,
Cuenca (2014) propone las siguientes categorías o tipos de docentes, que
conviven en el Perú y probablemente en otros países de América Latina:
·
El maestro
“apóstol”, que tiene un compromiso moral con la sociedad e incorpora el
sacrificio como componente de su identidad laboral.
·
El maestro
“burócrata”, caracterizado por su relación laboral con el Estado, supeditado a
la prescripción de contenidos y al control de la enseñanza.
·
El maestro
“semiprofesional”, con conocimiento especializado pero incompleto, y con
limitada autonomía frente al Estado y la sociedad.
·
El maestro
“proletario”, que puede ser un burócrata o semiprofesional, que se caracteriza
por la precarización de su trabajo.
Tedesco y Tenti (2004), mencionan otra tipología de
maestros: el maestro “sacerdote-apóstol”, el “maestro trabajador” y el “maestro
profesional.” La primera imagen, asociada con una misión religiosa o política;
la segunda, con ventajas instrumentales (salario, prestigio, etc.) y la
exigencia de una serie de conocimientos racionales que debe aprender y aplicar;
y la tercera, requiere de conocimiento especializado, aunque sus condiciones de
trabajo se precarizan. Según los autores, estas tres representaciones del
docente se combinan con diverso peso en la sociedad latinoamericana debido a la
singularidad de su profesión, que entrelaza aspectos relativos a conocimientos
y habilidades con un fuerte componente relacional y ético. Tal es así que el
docente desempeña el rol no solo de profesional, sino también de funcionario
del estado, aunque su grado de autonomía en el oficio docente puede llegar a
ser variable (Tedesco y Tenti, 2004).
Por otra parte, Schiefelbein y McGinn (2017) proponen
cuatro etapas en el desarrollo de los profesores, y señalan que en un sistema
educativo los profesores se distribuyen en varias de esas etapas, que nombran
de la siguiente manera:
·
Trabajadores no
calificados: sin formación, poco dominio de contenidos o prácticas. Se limitan
al dictado, copiar de la pizarra, memorización. Evaluación sumativa.
·
Trabajadores
con baja calificación: formación limitada en contenido curricular y técnicas.
Objetivos instruccionales específicos prescritos. Texto único. Énfasis en
memorización. Evaluación formativa incipiente.
·
Trabajadores
calificados: formación en contenidos curriculares y prácticas. Metas
instruccionales amplias con posibilidad para ajustar al contexto. Calidad
asociada a resultados. Énfasis en aprendizaje activo y proyectos. Evaluación
formativa, atención a aprendizajes no cognitivos.
·
Profesionales:
especialización por niveles o materias. Se mantienen actualizados. Currículo
integrado con objetivos transversales y no cognitivos. Calidad definida por
resultados. Uso de muchos libros y fuentes externas, incluyendo internet.
Enseñanza para la comprensión, aprendizaje por descubrimiento, enseñanza
individualizada y en grupos, aprendizaje cooperativo. Trabajo colaborativo
entre pares con liderazgo del director, autoevaluación a nivel de toda la
escuela. Evaluaciones de diagnóstico, formativa y sumativa. Tareas de
aprendizaje iniciadas por los estudiantes.
Schiefelbein y McGinn (2017), describen su propuesta
de clasificación de los maestros en los términos siguientes:
Las etapas del desarrollo profesional están en una
escala que tiene a la enseñanza como ocupación en un extremo y la enseñanza
como profesión en el otro extremo. Se entiende a las ocupaciones como trabajos
con tareas predefinidas que se realizan bajo supervisión, lo que corresponde al
modelo industrial de instrucción. Las profesiones, de otro lado, exigen más
conocimientos y habilidades -y más complejos- que las ocupaciones. Y los
profesionales tienen que tomar decisiones autónomas acerca de sus propias
actividades, por lo que necesitan de una formación en ciertos valores éticos.
La distinción entre ocupaciones y profesiones puede ser caracterizada por la
diferencia entre solo saber qué hacer y cómo, y además saber por qué y cuándo
actuar. El trabajador calificado aplica el conocimiento existente, en tanto que
el profesional a menudo genera nuevo conocimiento cuando recombina o extrapola
desde lo que se sabe. Este último lo denominamos modelo constructivo de
enseñanza. (p. 133)
Además, para Schiefelbein y McGinn (2017), un docente
en el nivel profesional también se diferencia de los otros por las siguientes
características:
a.
Un conocimiento
más amplio y más profundo de las tecnologías (o modelos) de enseñanza,
incluyendo cuándo y cómo aplicarlas.
b.
Conocimiento
del contexto del estudiante.
c.
Conocimiento de
la familia y de la comunidad de la que proviene el estudiante, así como su
constitución física y psicológica.
En cada situación y contexto, el desarrollo
profesional de los docentes está asociado con diversos factores, tales como: el
perfil de entrada a la práctica docente, determinado por las experiencias de
educación escolar y de formación inicial para la docencia; las condiciones de
trabajo, salud y seguridad, confort, recursos; la edad y el tiempo de
experiencia, el género, la vocación y la satisfacción laboral; las recompensas
y la remuneración. Otras condiciones importantes son: la existencia de tiempo y
espacio para la reflexión colectiva, la producción intelectual, la
investigación y el trabajo pedagógico creativo y eficaz; la existencia de apoyo
experto, monitoreo y evaluación formativa; un arreglo institucional que
favorezca el trabajo en equipo y el aprendizaje colectivo.
Por todo lo expuesto, un sistema educativo que se
propone impulsar el desarrollo profesional de los docentes tiene que
implementar políticas que aseguren que las condiciones y factores mencionados
se hagan realidad en las escuelas y en la vida de los profesores. Además, tiene
que aplicar políticas y estrategias diferenciadas de apoyo al desarrollo
profesional, que deben tener -entre otras- las siguientes características:
·
Ajustarse a la
heterogeneidad del desarrollo profesional, ofreciendo programas pertinentes
para el nivel de cada grupo de docentes. Las estrategias diseñadas para
docentes más desarrollados no funcionan cuando se aplican a profesores que se
encuentran en niveles más básicos de su desarrollo profesional.
·
Promover el
compromiso de los docentes con su propia formación, para alcanzar el nivel
profesional y la excelencia, destacando su protagonismo y la trascendencia de
su rol social. No puede haber desarrollo profesional en contra o al margen de
la voluntad y el esfuerzo personal del docente, en un contexto de cooperación.
·
Fortalecer la
institucionalidad de las escuelas y redes de escuelas, promoviendo el
aprendizaje solidario contextualizado y el trabajo colegiado entre los docentes
de la escuela y del territorio, apuntando a que la escuela sea una organización
que aprende, en la que todos sus integrantes aprenden, tomando en cuenta el
proyecto institucional.
·
Enfatizar en
los “saberes de la experiencia” (Alliaud, obra citada), que combinan
conocimientos con prácticas, en base a procedimientos reflexivos, inductivos y
constructivos, el modelado y la experimentación, la mentoría, el
acompañamiento, el aprendizaje basado en problemas, la evaluación externa y la
evaluación entre pares.
·
Seleccionar y
compartir un conjunto reducido de conocimientos teóricos relevantes y promover
su comprensión a profundidad, en vez de presentar muchos contenidos de manera
superficial (Ferrer, 2007).
·
Diversificar
los enfoques teóricos y metodológicos compartidos, promoviendo el desarrollo de
criterios profesionales y versatilidad para la toma de decisiones pedagógicas
en función de las necesidades reales de los estudiantes, evitando los modelos
únicos y las metodologías oficiales (Ferrer, 2007).
·
Considerar a
los docentes como aprendices adultos y activos. En consecuencia, promover la
reflexión colectiva sobre la práctica, la sistematización de experiencias y
-cuando sea posible- la investigación-acción grupal como estrategias de
formalización, producción y difusión de saber pedagógico mejorado o innovador.
·
Enfatizar el
desarrollo de habilidades de liderazgo para la movilización pedagógica y
social, que favorezca el aprendizaje solidario en el aula y la escuela. El
resultado esperado es que todos enseñen (docentes, estudiantes, familiares,
miembros de la comunidad) y que todos los estudiantes aprendan, que ninguno se
quede atrás.
·
Complementar
los programas de formación en servicio con sistemas de regulación de la
calidad, evaluación de las prácticas docentes y de los resultados de la
enseñanza, aplicando incentivos que estimulen y premien el trabajo colegiado y
promuevan el fortalecimiento de la institucionalidad de las escuelas, al margen
de lógicas individualistas o competitivas.
Finalmente, como se dijo en los primeros párrafos de
este documento, la finalidad de la existencia del sistema escolar en estos
tiempos de educación inclusiva y universal es garantizar que todos los
estudiantes logren todos los aprendizajes esperados en el nivel de dominio y de
autonomía requeridos. El desarrollo profesional de los docentes y la
organización de las escuelas y de todo el sistema educativo se deben orientar
al logro de esa finalidad.
Todo lo que se sabe y lo que se hace en educación está
sujeto a revisión y puede ser confirmado o reformado, en base a la
investigación y la experiencia. Se puede decir que el trabajo de los docentes,
su perfil como profesionales en el presente y en el futuro, sigue en
construcción. El desafío mayor, como dijo Cecilia Braslavsky (1999), consiste
en promover un equilibrio entre contribuir a resolver problemas coyunturales y
reinventar la profesión, la enseñanza, la escuela y los sistemas educativos: es
decir, entender la docencia como “una profesión de formadores resignificada,
revisada, vuelta a pensar y a concebir.”
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[1] Enfoque promovido internacionalmente por
UNESCO y asumido oficialmente en el Currículo Nacional de Educación Básica del
Perú.
[2] Ejemplos de tales estudios son las
Evaluaciones Censales o Muestrales de Estudiantes (ECE o EME) aplicadas por el
Ministerio de Educación en el Perú, y las Evaluaciones Regionales de Calidad de
la Educación (ERCE) aplicadas por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación
de la Calidad de la Educación de OREALC-UNESCO.
[3] Algunas de estas experiencias se recogen en el
capítulo sobre el programa “Amazonía Lee”, en el libro de Bello et al. (2019).